Relato Finales de Agosto Principios de Septiembre

Por Igork

Aquí os dejo el relato libre Finales de Agosto Principios de Septiembre. Si es que es un relato o es pura divagación. El verano se acaba, no así lo que aconteció, hoy, mañana y siempre. Un relato online, para pasar el rato.

Relato Finales de agosto principios de septiembre

No pudo ser. Me esperaban en Montecarlo para dejar correr el agosto. Ni yates, ni amigos ni fiestas. Que un habitual como yo no pueda pasarse por los casinos es signo de decadencia para estos templos del azar. En fin. El rey me invitó a las regatas —pues sí, fui yo quien escribió su discurso de Navidad, “igualdad ante la ley” o isonomía— en Palma de Mallorca. Por problemas de agenda no puede asistir. Luego, cancelé mi viaje a las Seychelles por dos razones: ya no son lo que eran desde que dejan ir a algunos fugaces y famosos futbolistas y, por si faltaba algo, un tiburón devoró a un buceador, que de este modo puso fin a su luna de miel sin divorcio mediante. Ni nadar se puede hoy.
En pocas palabras que no en las jesuslinianas dos: me he ido a hacer de okupa a casa de mi madre. En la montaña. Aislado de las noticias —miedo, miedo, miedo—, sin televisor ni internet, por las noches no haga nada. No hacer nada es mucho.
Así que observo. Viven en la casa dos perros mil leches. Dos despropósitos de la naturaleza. Para ser amable, diríase que no son el par de perros intelectualmente más dotados del orbe de la creación; pegajosos, ñoñas, traumatizados, carentes de toda virtud y reclamando constante y lastimosamente cualquier forma de cariño. Son casi humanos. También vive en la casa de campo una gata enana con cráneo jibarizado junto a otra gatita asilvestrada y furiosa defensora de su prole de gatitos que deja sobre un muro antiperros del jardín. Él último felino es Sami, (de Sami David Jr), un gato macho de acero, aunque tuerto y completamente sordo. Se trata del primer caso registrado en la historia de gato jedi, porque si no es así no me explico como evita coches y perros sin oírlos antes y medio viéndolos entre tinieblas. Incluso caza. Los gatos no son los únicos supervivientes del holocausto que provocan los sapiens allí donde se asientan. También son habitantes y residentes del jardín un gorrión afónico, una serpiente que fue atropellada y se desplaza con muletas y un zorro que a veces fuma hierba y siempre toma ginebra con unas gotitas de limón, que anda por ahí contando la misma historia de una guerra que nadie recuerda ni comprende.
Pues toda esta turba de animales, incluidos el par de perros —intelectuales trotskistas ellos—, respetan a un animal pequeño, de apenas un par o tres de kilos, que llega silenciosamente cuando la luna decide ser la reina pálida del mundo. Llega, con pasos lentos. Parece un anciano. En ataque no vale nada, ¡pero en defensa!, ¡qué catenaccio tan perfecto! Lo he bautizado como Pequeño T-34. Ahí llega, la importancia de un buen blindaje… Es el puercoespín. Y, cuando a medianoche, el puercoespín devora tranquilamente la comida para gatos, masticando como si en su pequeña boca tuviera una trituradora industrial, todos desaparecen como por arte de magia. El jardín se vacía por completo. Es la hora de ir a dormir.
En las noches insomnes de finales de agosto, principios de septiembre, me quedo fumando en la soledad de la escalera del jardín, bajo las estrellas y la hendidura sarracena de la luna. Abstraído en un firmamento de pensamientos de cola fugaz, algunas noches oigo un terrible aullido. Una voz que llega del alma del bosque que rodea la casa, un sonido que remueve las hojas y hace que la hierba cruja. Tras el lamento, aparece el fantasma del perro que maté en su apogeo. El perro que se asilvestró y mordía. Es una visión de azules y blancos, un destello en la noche de verano. La figura del perro flotando en la oscuridad, apareciendo de la nada, corriendo por el jardín a una velocidad atroz. Durante unos segundos quedo petrificado en las escaleras. Aúlla el animal como si suplicara algo que no entiendo a la luna y deja una estela de escarcha por allí donde pasa. Nunca me mira, tan sólo se deja ver, recordándome a mí, su verdugo, la juventud truncada, la fuerza de la naturaleza tajada, el ímpetu partido. El hombre que todo lo estropea. Se va, la escarcha de derrite en el calor de la noche de finales de agosto, principios de septiembre. Volverá, como el mar que al llegar los primeros fríos reclama lo que le han quitado. Volverá el fantasma, volverá a por mí, con preguntas sobre las que no quiero recordar las respuestas.