¡Ya hemos elegido los 5 relatos finalistas! Aquí podéis leer Una estancia en Punta Cana, escrito por Miguel Ángel Ojeda.
Llevábamos ya algunos días alojados en un hotel de Punta Cana y cada vez que llegábamos a la piscina mi amigo y yo pasábamos lista a los asistentes. Sí, así es, con el paso de los días habíamos fichado a las personas que más destacaban y que siempre, al igual que nosotros, estaban allí.
Comprobamos que estaban presentes: las lesbianas, una pareja de chicas que cada día se pegaban el lote dentro de la piscina ante la mirada atónita de unos y pasota de otros; los Americanos, un grupo de chicos del norte de dicho continente que no paraban de gritar y hacerse notar, marcando abdominales y jugando a fútbol americano, molestando a muchas otras personas. Además se ponían todo burros mirando a las Lesbianas cuando se besaban apasionadamente. Los siguientes eran los Brasileiros, eran un grupo de chicos y chicas a los que bautizamos así porque llevaban super-mini-ultra pequeños bañadores que en España eran difíciles de ver, tanto ellos como ellas. Y ya por último el Matrimonio, una pareja española con una hija pequeña.
Hay que decir que no sólo disfrutábamos de la piscina, sino también de aquellas maravillosas playas, aquí era más difícil pasar lista. Era tan grande la playa que era muy difícil coincidir con alguien que estuviera el día anterior allí. Pero mira tú por donde, a lo lejos veo a la Canadiensa alias La Pellejos y se lo digo a mi amigo Antonio que ni corto ni perezoso se puso la toalla llena de tierra en la cara para que aquella no lo reconociera. Ante lo cual yo no sabía qué hacer, si ponerme a silbar y mirar el cielo o cortarme las uñas de los pies, ¡eso es! ¡uñas! y abajé la cabeza para mirarme las uñas y hacer como que me quito la inexistente roña. La Pellejos pasó de largo, pero por lo que pude ver de reojo no paraba de mirarnos como diciendo “os he reconocido, pero yo sigo andando porque soy más divina”.
Y es que, ¡ay Dios mío! Mi amigo Antonio la noche anterior, se emborrachó de vitamina R(on) y acabó enrollándose con aquella canadiense, en la oscuridad de la noche y bajo el calor del caribe. Una vez en la habitación me dijo que era guapísima, y yo le dije que era muy mayor (con mis respetos a los mayores) y que tenía muchas arrugas y pellejos, el resto de la historia ya la conocéis…
Yo no sentía más vergüenza en mi vida, cuando me giro levemente a la derecha, y aún con las palmas de la mano sobre mi cabeza, y veo al resto de comensales y al cocinero japonés mirándome como si fuera un bicho raro o peor un loco con días de permiso. A lo que dice el cocinero: es “big mouse y no big mus…”. Ipso facto bajé las manos, mi cara como un tomate y ya no hablé más mi andaluinglish con el cabecilla de los Americanos de lo que quedaba de comida, sólo quería salir echando leches de allí…
Aquella noche se nos ocurrió al par de dos ir a una discoteca muy conocida llamada Mangú. Llegamos y comprobamos mucho ambiente y mucha mezcla de turistas y dominicanos. Fuimos a la planta de arriba a bailar música mákina. Pasaron algunos minutos cuando se me acercó una dominicana que me llegaba al pecho (yo mido 1,73) y con unas tetas gigantes y me dijo: “Ay! que bueno mueve el cuerpesito mi gordito” , no terminó de decir el “ito” de “gordito” cuando me paré en seco de bailar y mi cara se puso más roja que la bandera de China. Escapé de la “pequeña pechugona” y ya no bailé más en toda la noche…. ¡Ay que recuerdos! Ahora me río pero allí ¡no me hacía gracia!
¡Muchas gracias por tu relato Miguel Ángel! Y enhorabuena por ser uno de los 5 finalistas elegidos para la última fase.
Gracias por las fotografías en Flickr a Ed Yourdon y Bob B. Brown.