Relato histórico: El Guerrero Gato

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Este relato lo he hecho para el concurso Historias de la Historia, de Zenda Libros. Está ambientado en el Madrid de la picaresca, hice una ruta hace poco sobre el tema y me quedó el gusanillo de escribir algo sobre el tema ^^.

Le llamaban El Guerrero Gato, pero era un apelativo demasiado heroico para lo que de verdad hacía: saldar deudas, reales o de honor, en nombre de aquellos que eran incapaces de cobrarlas por sí mismos.

Nunca faltaba quien necesitara servicios de ese tipo, aunque también había competencia: la calle donde la gente solía ir a contratar esa clase de trabajos, cerca de la Plaza Mayor, siempre estaba plagada de rufianes de aspecto amenazador, algunos de los cuales resultaban ser simples caraduras que cobraban y desaparecían sin cumplir el encargo. Pero El Guerrero Gato tenía una buena reputación y muchos iban directos a él, dispuestos a pagar un poco más con tal de que hiciera lo que ellos no se atrevían a hacer.

Ese día, fueron dos los que contrataron sus servicios: un comerciante que quería dar una lección a un moroso y un padre de familia cuyo honor había sido mancillado. Mera rutina. No tuvo que hacer ningún preparativo especial cuando empezó a caer la noche; simplemente puso a punto su espada y su daga y luego, envuelto en su capa larga y su sombrero chambergo, comenzó a acechar a su primera víctima entre las sombras.

Se decía que sus adversarios miraban la muerte a la cara y se arrepentían de su ofensa. El Guerrero Gato no negaba esos rumores, pero nada más lejos de la realidad. Si quería cumplir el encargo sin riesgos, y no había vivido tantos años corriéndolos, lo mejor era ser sigiloso y matar a su víctima antes siquiera de que intuyera que su fin estaba cerca. Así lo hizo con el moroso.

El de la deuda de honor, sin embargo, iba a ser otro cantar. Nada más verle, supo que no sería tan fácil. Caminaba por el centro de la calle con un aire despreocupado que no engañaba a sus ojos expertos: tenía las manos a punto para desenvainar sus armas al menor signo de peligro. El Guerrero Gato maldijo entre dientes, pero no se amedrentó. Tendría que ser más rápido y más rastrero que su oponente, ya que no le pillaría desprevenido.

Esperó a que pasara de largo del callejón donde se ocultaba y salió apresuradamente para atacarle por la espalda aunque, tal y como esperaba, al oír el ruido su víctima se giró con las armas prestas para la batalla. El Guerrero Gato no se paró a tantearle. Con el impulso de su carrera, se lanzó contra él en una treta arriesgada. Confiaba en que su suerte no le hubiera abandonado: si el otro reaccionaba a tiempo y libraba la espada antes de que la controlara, prácticamente se estaría ensartando solo. Pero su oponente no esperaba un ataque tan loco y suicida, así que, una vez más, salió bien parado del encuentro.


Remató a su adversario antes de alejarse de la zona para gastar sus ganancias en un antro de juego cualquiera. No era tan ingenuo como para pensar que, si guardaba el dinero, podría retirarse; tendría que hacer muchos más encargos hasta que eso ocurriera, y alguien le mataría antes de ahorrar lo suficiente, si es que algún ratero no se lo robaba antes. Pero una racha de buena suerte con los dados podía darle esa oportunidad y, si no la tenía, al menos pasaría otra noche en compañía, lejos de su cuartucho solitario.

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