¡No os quejaréis, esta vez no os hice esperar tanto tiempo, apenas unos pocos meses desde la anterior publicación de una narración!.
Una vez más, este caso se trataba de un escrito que había que hacer en plan kamikaze, se acababa el tiempo para hacer la publicación mensual (que queréis, con todo y a pesar de las dificultades que me supone, dieciséis años de historia y tradición pesan mucho), así que tenía que crear algo corto, rápido de escribir… etc; a ser posible un microrrelato… sobra decir, como podréis comprobar, que en esto volví a fallar estrepitosamente, y que acabó extendiéndose bastante más, hasta convertirse en una narración corta.
Por lo demás, debo admitir que toda esta creación fluyó por sí sola; sin trabas, traumas, encrucijadas, ni dificultades; con una facilidad nada habitual (por no decir que nunca me había sucedido algo parecido): en el mismo día me vino la inspiración, maduré la idea, estructuré el relato, lo escribí, corregí al completo; además de redactar y publicarlo para el blog… lo dicho, un caso raro, por no decir único, directamente.
Una última curiosidad sobre su escritura, no sé porque será, pero he descubierto que definitivamente escribo con mayor eficacia en ayunas… si es que al final va a ser verdad algo del tópico de que lo mejor que ha creado la humanidad se ha hecho con el estómago vacío… ja, ja, ja.
Por lo demás, acerca de su temática, bien se puede decir que habla de las relaciones maternofiliales, las expectativas, la mitomanía, la aceptación, la educación, la supervivencia, el espejismo de una vida mejor, el amor… pero eso sólo lo digo yo, porque lo importante realmente aquí es, ¿a ti qué te cuenta?.
La trágica estrella de Marilyn
María, como tantas otras personas inmaduras que, en realidad, no quieren ponerse al volante de su vida o asumir las responsabilidades de sus propios actos (pues es más cómodo buscar culpabilidades externas), siempre había achacado a su común nombre de pila una buena parte de que su vida fuera tan vulgar, como si de algún modo la hubiese predestinado, y tal imposición fuese una sentencia firme, sin recurso posible.
Llegado el momento, cometió su enésimo error de juventud, concretamente el que puso punto final a esta: se quedó embarazada. Por supuesto, era demasiado joven, soltera, su situación económica era mejorable, y ni remota idea tenía de quién podía ser el padre… así que hasta ella entendió que ahora sí, le iba a tocar pagar los platos rotos.
Un día, mientras tocaba su cada vez más elevada y optimista barriga, a la vez que se hundía en la pesimista comprensión de que con el comienzo de aquella vida acababa la suya, llegó a una conclusión sorprendente, hasta para ella misma: tal vez habría desperdiciado su vida, pero en ningún caso iba a permitir que a su hija le pasase lo mismo. Tras llegar a esta resolución, creyó que había adquirido el instinto maternal necesario para criar a su descendiente contra viento y marea, y que ya sólo eso bastaría.
Así que se decidió a remediar los errores que, al parecer, habían cometido con ella y que la habían conducido al fracaso, el primero y más importante de ellos, el nombre, porque, naturalmente, quien mal empieza mal acaba, y hay que venir al mundo bendito por el éxito desde el mismo principio de la existencia, es lógico.
Fue así como empezó a mirar a su alrededor, ¿cómo garantizar un gran futuro para su hija?, había que fijarse en una mujer de éxito, alguien que sobresaliese, que lo tuviese todo, a quien la gente envidiase y admirase, que hubiese dejado huella… por supuesto, las referencias de María a ese nivel no pasaban de la cultura popular (ni ella había querido ir más allá); y tras ver un par de bolsos en un quiosco, unos cuadros en una tienda de decoración barata; una novedad, de escasa calidad literaria, que se anunciaba en el escaparate de una librería (lo cual dejaba claro, al modo de ver de María al menos, que ello tenía además un nivel intelectual, elevado, que no se quedaba en algo superficial) y tal vez algún que otro producto más (como una camiseta que alguien llevaba por la calle); pero que, en cualquier caso, todos ellos tenían en común que portaban la misma figura, la imagen de la misma persona; lo que provocó que María tomara su decisión acerca de de quién tomaría el nombre de su hija: Marilyn Monroe.
Sin embargo, y aunque inicialmente todo se iba a quedar en eso, finalmente no lo hizo. Según la nueva Marilyn nació, María comenzó a obsesionarse cada vez más con la antigua y a convertirla en el modelo a seguir para su hija… o al menos la imagen que tenía de ella, puesto que lo único que sabía de la difunta estrella de cine es lo que percibía a través de informaciones superficiales como las anteriormente mencionadas, de hecho, ni siquiera había visto un solo filme suyo (esas películas tan viejas sin duda serían aburridas, no tan buenas como las de hoy día, y a saber cómo verlas o si seguirían existiendo siquiera).
Pero lamentable aunque esperablemente, para bien o para mal, Marilyn no había salido al mito de la pantalla, sino a sus padres, de modo que su genética no la predisponía en absoluto al físico de la que había sido objeto de tanto deseo sexual… pero eso no iba a frenar a María, que sometió a su hija a las dietas más estrictas, rigurosas, y en su exacerbada tozudez, se obsesionó incluso con teñir de rubio aquel vulgar cabello, según vio que no era lo suficientemente claro, bonito y que, en definitiva, no tenía el brillo de una estrella.
Pronto, la casa se llenó por todas partes de objetos que evocaban a la gran actriz, a ver si, como por osmosis, la niña se veía influida. También la madre intentaba aleccionarla constantemente, para que se fijase en esas imágenes y actuase según lo que veía en ellas. Pero, por más esfuerzos que hacía María, Marilyn parecía ser incapaz de ser la Monroe… así que empezó a culparla y odiarla por ello (a pesar de que la niña había puesto más esfuerzo en tal cuestión, que su progenitora en cualquier cosa en toda su vida). Sólo era capaz de decirle algo, remotamente positivo, cuando se acercaba mínimamente a la imagen que tenía en su cabeza de cómo debía ser, todo lo que no fuera eso, simplemente, estaba mal o no importaba.
Para cuando llegó la adolescencia, había conseguido ya que su hija fuese una artificial, esperpéntica y vaga parodia de la famosa americana; con lo que, desesperada por conseguirlo, afianzar lo hecho, llegó a la conclusión de que necesitaba más que unas imágenes para imitar el modelo, conseguir la perfección; y, ahora sí, se puso a ver las películas (con las que también torturó a su hija, convirtiéndolas en una fuente de disciplinas interminables), y después, a leer sobre la estrella, para no dejarse ni un paso por seguir.
Llegados a este punto, podría pensarse que María era una mala progenitora, una mujer cruel y perversa que descargó sus propias frustraciones sobre los hombros de su descendencia… pero lo cierto es que la madre estaba convencida de que hacía lo mejor para su hija, que todo era por su bien; y que todo el daño que le pudiese hacer, la preservaría de los que le pudiese hacer el mundo, que no sería tan compasivo (o dicho de otro modo, si quieres ganar un combate, hay que entrenar antes).
Por lo anteriormente dicho, no sorprenderá el saber que, cuando María comenzó a leer, documentarse, sobre Marilyn Monroe, quedase horrorizada: la que había elegido como modelo para su descendencia no era la mujer de éxito que ella creía; muy al contrario, era un ser acomplejado, torpe, dependiente, promiscuo, con múltiples adicciones y todo tipo de problemas, que proyectaba una imagen falsa, o lo que es peor, de un tipo de persona verdaderamente inexistente en el mundo real. Hablando claro, el ejemplo que había escogido (y era mucho peor ahora que su hija había entrado en la adolescencia) se parecía más a lo que había querido evitar a toda costa, que a lo que buscaba lograr. De repente, por primera vez y paradójicamente, la madre sentía que el problema no era que su hija no se pareciese a la Monroe, sino, muy al contrario, que ella misma se parecía demasiado… y sólo fue necesario eso, para que sus sentimientos cambiasen radicalmente, y pasase a sentir un odio feroz hacia el ídolo al que tanto había adorado, al que tantas plegarias había dirigido, y hacia todo lo que representaba.
Fue así como la famosa intérprete desapareció de sus vidas con el mismo furor con el que había sido impuesta; María se deshizo de todo lo tocante a esta de la noche a la mañana, aunque no fue capaz de dar ninguna explicación a su hija al respecto de su cambio de ideas, nueva actitud… como, por otra parte, nunca había hecho antes. De modo que su hija continuó comportándose como le había enseñado, reforzándolo incluso, interpretando de las acciones de su madre que esta la había dado por imposible, lo que, a todas luces, condicionaría su amor.
¡Pero qué curioso es como cambian las cosas según cómo se miren!, los mismos gestos que antes a la progenitora le producían la impresión de ser de cine, con clase, sofisticados, razones de éxito y fortuna; ahora le parecían los de una vulgar furcia que estaba provocando a todos a su alrededor y buscándose la ruina… de modo que empezó a combatirlos implacablemente, sin piedad alguna, como todo lo que recordase a la Monroe, aquel ídolo maldito debía ser erradicado de modo radical, especialmente en su hija.
El cómo Marilyn interpretó esto ingenuamente, ya se ha dicho, o sea que se puede imaginar cuál fue su modo de proceder a continuación, para exasperación de una madre cuya hija (con total inocencia) le devolvía, como si de un castigo mitológico se tratase, constantemente la imagen de la peor de sus pesadillas: no sólo le recordaba, de modo indirecto aunque persistente, sus peores errores pasados (aquellos que había querido compensar en su descendencia), a la vez que el temor continuo de volver a vivirlos a través de su niña; sino que además era la confirmación fehaciente de su fracaso maternal, como persona; y, para colmo el continuo y doloroso recordatorio de la estafa de aquel modelo a seguir que había resultado ser exactamente lo contrario. Odiaba, despreciaba lo que había construido, y no tenía ningún reparo en mostrarlo de la manera más vehemente, porque, una vez más, era por el bien de su hija (aunque, irónicamente, se tratase del exactamente contrario al que antes había buscado con tanto ahínco)… y es que, curiosamente, si bien hay un proverbio que sentencia que de buenas intenciones está el infierno lleno; en cambio, por el contrario, el hecho de actuar por amor siempre ha justificado las más espantosas monstruosidades.
Para cuando, finalmente, la chica pudo intuir levemente (pues su progenitora nunca se lo dijo de modo directo, ¡aunque, cómo hacerlo, cómo justificarse!) lo que pasaba con su madre en realidad, ya era tarde (y esta, a pesar de todo, en el fondo lo sabía); por más esfuerzos que hiciera, había pasado demasiados años fundamentales educándose para ser Marilyn; y es que, por más que se intente borrar, limpiar, una pizarra en la que se ha escrito demasiado, siempre quedan rastros, más o menos subyacentes, de aquello que tanto se remarcó en el pasado….
Pasaron los años, y en conclusión, yo no sabría decir si María tuvo o no éxito con su proyecto, porque, al final, en realidad, su hija sólo acabo teniendo una cosa en común con Marilyn Monroe: la mala, cuando no inexistente, relación con su madre.
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