Relato: mujer de supermercado

Publicado el 23 febrero 2018 por Carlosgu82

Son las ocho de la mañana y suena el despertador, es lunes y como todos los lunes toca levantarse temprano y organizar la semana. ¡Qué pereza! ¡La de cosas que hay que hacer un lunes! Sin muchas ganas me levanto y abro la ventana, es invierno y el aire frío me hiela la cara y los brazos, todavía estoy en pijama. Me dirijo al baño y lo primero que hago es mirarme al espejo, una arruga más en la comisura de mis labios, una mancha debajo del ojo izquierdo, ojeras… Cercana a los 50 no estoy tan mal me digo a mí misma para animarme.

Empiezo a desayunar lentamente mientras veo la televisión, pongo un programa de cotilleo de esos que a mí me gustan pero hoy no hay ninguna noticia que me llame la atención, ningún noviazgo, ninguna infidelidad… Y pienso… ¡qué vida más insulsa! Cuando voy a la nevera recuerdo que hay que comprar leche, huevos y algo para comer. Quizá pollo o pavo que he oído que es más sano y no engorda; creo que lo he leído en esa revista de la peluquería. Con este pensamiento me miro al espejo del baño mientras me lavo los dientes ¿He engordado? ¿Esta grasa ya estaba aquí? Quién sabe… la edad es lo que tiene, no siempre voy a tener el cuerpo de cuando tenía 15 años.

Voy a la habitación y abro el armario, un caos. Un montón de ropa desperdigada sin sentido, blusas sin planchar, pantalones mal colgados, camisetas enrolladas y hasta unos calcetines que no recuerdo cuándo los dejé ahí. No tengo tiempo de ordenarlo o quizá lo que me faltan son ganas, quien sabe… Busco algo que no sé lo que es mientras trato de poner algo de orden, quizá ya es hora de tirar esta falda que sólo me puse en una ocasión, mejor otro día. Hoy tengo prisa, tengo que ducharme y tengo un largo día por delante. Me pruebo un vestido negro, ajustado pero lo descarto, me hace parecer mayor, una señora vieja. Me pruebo una falda verde, me queda bastante bien pero después de mirarme cinco minutos al espejo observo que tiene una mancha, ¿Qué será? La descarto. Tardo veinte minutos más en elegir un pantalón ajustado y una blusa con florecitas que está más o menos planchada. Los zapatos son otra historia, no me decido pero miro el reloj y me doy prisa, mejor me pongo los tacones, así pareceré que soy más alta. ¡Ah! Y el abrigo negro.

Una hora más tarde ya he terminado de darme una refrescante ducha. Como nueva. Después de usar cinco cremas diferentes para las diferentes zonas de mi cuerpo me dispongo a maquillarme. Sigo la rutina de una modelo ¿o era actriz? Bueno, esa que sale en las revistas y que está estupenda. Tal cual. Seguro que con el paso de los meses mi piel está mucho mejor. Tengo que tapar las ojeras, las manchas, disimular la flacidez que empieza a asomar en mi cara, dar color a mis mejillas y conseguir aparentar por lo menos cinco años menos. Con bastante esfuerzo y un buen arsenal de diferentes productos cosméticos lo consigo, o al menos eso creo.

Son las 12 del mediodía y entro por la puerta del supermercado como una estrella. Con mi abrigo negro desabrochado y con la cabeza bien alta. La chica de la caja me saluda con una sonrisa y me dice: ¡Qué guapa vienes hoy Maricarmen! Esa frase me llega al corazón, me pongo un poco colorada mientras contesto: “Hoy ni me he arreglado, voy con prisa como siempre”