Relato Refugio y Deus Ex Nuke

Por Igork
Cuando Sergio José Martínez Valls dice: «tengo veinticinco años (...), si no me pilla un coche o algo dispondré del doble para escribir y, sobre todo, aprender a hacerlo bien.¡Es mucho tiempo!», siento un latigazo en la espalda. Lo peor de todo es que tiene razón, y ya escribe bien. Desde Mallorca, contempla la literatura.Recomiendo la lectura de sus relatos y micros, que son una gozada.Su blog es: http://elrefugiorelatos.blogspot.com/
Pero además, es el creador del mundo post apolcalíptico Deus Ex Nuke: «es un mundo habitado por seres humanos y razas de mutantes inteligentes que luchan por sobrevivir en una tierra salvaje, brutal, devastada por una guerra nuclear que ya nadie recuerda. El nuke, la droga más fuerte y adictiva que haya existido, causa estragos en una población que parece sobrevivir para su consumo». Y alguna de esas razas ponen los pelos de punta. Todo un submundo, un universo que Sergio va trazando con pinceles oscuros.Y aquí dejo el enlace de su otro blog (http://deusexnuke.blogspot.com/) y ya os dejo con este Refugio.
EL REFUGIO
«El aire era cálido y hacía un día soleado. Desde la terraza podía ver las murallas y los bellasombras en la plaza, la laguna artificial detrás, la carretera que lo estropeaba todo y finalmente el mar. Era una vista preciosa. Oía los gritos de mi niño jugando entre los árboles y a mi mujer urgiéndome a entrar para comer. Era una excelente cocinera y ante la mención de comida los hombres de la casa nos abalanzábamos hacia el comedor. Dejé el libro que estaba leyendo sobre la mesita y entré. Delante de mí estaba ella, paseando por un jardín. Reconocía aquel lugar: era el Alcázar, pero en el centro de la Huerta se erigía la Mezquita, con su bosque de columnas escapándose de su interior y perdiéndose entre los jardines.«¡Vamos, tanta ilusión que tenías de traerme aquí y pones esa cara!», me dijo ella. La miré a los ojos con una demoledora expresión de abatimiento en el corazón. «Ya no me quieres, estás con otro. No era así como quería traerte…»
Desperté empapado en sudor. Sentía un calor tan grande que tuve que salir corriendo de la habitación para poder respirar. Había llegado hasta el baño y lloré al verme en el espejo tal como era. Todas las noches igual, y no sabía cómo remediarlo.Volví, me vestí y con un cuaderno y un bolígrafo en las manos salí de casa para dirigirme al único lugar que podía evadirme de la realidad: El Refugio, se llamaba, y era el último superviviente de una especie ya muerta de establecimientos llamados bibliotecas. La llegada de los libros electrónicos había sido como un certero y fatal golpe, aunque los árboles se alegraran de ello. La lectura había perdido su encanto. Poca gente poseía aún lugares en casa destinados a libros, puesto que el libro electrónico era muy cómodo y ahorraba espacio. Eso era innegable, pero también lo era la gratificante sensación de contemplar los lomos bien ordenaditos en los anaqueles, el olor a nuevo de la recién adquisición y la satisfacción y la tristeza a partes iguales al pasar una página y percatarse de que era la última… Todo eso se había perdido. Al igual que la televisión, el cine o la música, era de la opinión de que la literatura se había vuelto insustancial. El mundo en sí carecía ya apenas de atractivo. A pesar de todo, algo bueno podía sacarse de ello; y es que los que añorábamos lo que denominábamos la «buena lectura» sentíamos una imperiosa necesidad de conocernos entre nosotros. Se había creado un vínculo especial, como un hermanamiento, que nos procuraba largas sesiones de agradables tertulias y distendidas conversaciones en el bar del local. Amaba El Refugio.
El diálogo no había servido de nada. Yo y los que aún conservábamos unos principios éticos lo celebrábamos, el resto nos llamaba traidores y terroristas. Las bombas caían por todo el país y los tanques recorrían las calles. La gente se manifestaba demandando el cese de la violencia y los invasores los respetaban. Los ricos huían con el dinero de las arcas públicas. Reinaba el caos, pero en nuestro pequeño Refugio nos ocupábamos en aquel momento de un asunto menos serio y nos daba igual lo que sucediera fuera. «Los bomberos llegarán de un momento a otro», nos advirtió.Terminé de llenar una caja de libros, me acerqué a ella y le planté un profundo beso en los labios. Ella expresó su preocupación y le dije que no los encontrarían, que estarían bien escondidos. A pesar de todas las cosas me sentía muy feliz. Poco después irrumpieron echando la puerta abajo con un ariete.Las palomas salieron en tromba en cuanto abrí la puerta de la jaula. Regresé y la abracé con fuerza, apretando mi rostro contra el suyo, juntando mi mejilla con la suya. Estaba caliente. Sonreí.»