Esta novela corta de Arthur Schnitzler (Viena, 1862-1931) me la prestó una alumna de bachillerato del colegio en el que trabajo. La misma que el curso pasado me dejó El club de la lucha de Chuck Palahniuk. Me la prestó más o menos en octubre y ya se estaba acabando el curso y no la había leído ni la había devuelto, y mi dejadez me empezaba a parecer excesiva. Y no entiendo por qué, la verdad, ya que el hecho de que la publique Acantilado me parece una garantía, es una novela corta y una vez que me he acercado a ella me ha parecido gran literatura.
He leído Relato soñado justo después de acabar Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac. Ya comenté hace unas semanas que Las ilusiones perdidas, en muchas de sus páginas, se convierte en un paradigma de la narración del siglo XIX, debido sobre todo al uso de un narrador omnisciente que adelanta al lector casi todo lo que tiene que pensar sobre los personajes y que interrumpe la trama para apostillar lo escrito con explicaciones sobre la época o las costumbres sociales del momento. Relato soñado está escrito casi un siglo después y el estilo narrativo es mucho más cercano a las expectativas de un lector del siglo XXI, aunque fue publicado hace noventa años. Ya comenté que Las ilusiones perdidas me gustó, pero es cierto que a veces el estilo narrativo del XIX me parecía hasta cierto punto una rémora. Este hecho lo he notado con más fuerza al acabarlo y adentrarme en las sutiles y misteriosas páginas de Relato soñado.
El protagonista de Relato soñado es Fridolin, un médico de treinta y cinco años de la ciudad de Viena (Arthur Schnitzler también ejerció de médico en esta misma ciudad). La novela comienza presentando una escena muy cotidiana: un padre (Fridolin) y una madre (Albertine) le leen un cuento a su hija para que se duerma. Pero ya en la segunda página, la familiaridad de lo mostrado empieza a quebrarse cuando descubrimos que, la noche anterior, la pareja ha acudido a un baile de disfraces: dos mujeres enmascaradas estuvieron hablando con Fridolin, y un hombre, también enmascarado, de origen polaco, con Albertine, y parece que estas conversaciones con desconocidos condujeron a ambos a un estado de excitación sexual. Lo que podía haberse quedado en una anécdota menor empieza a cobrar más cuerpo: «Sin embargo, de la charla ligera sobre las insignificantes aventuras de la noche pasada pasaron a una conversación seria sobre los deseos escondidos y apenas sospechados que hasta en el alma más clara y pura pueden provocar turbios y peligrosos remolinos, y hablaron de aquellas regiones misteriosas por las que apenas sentían añoranza, pero a las que el viento incomprensible del destino podía llevarlos algún día, aunque sólo fuera en sueños» (pág. 10).
En la década de 1920, cuando Schnitzler ya es un reputado autor teatral y novelista, entra en contacto personal con Sigmund Freud, que era un admirador de su obra literaria; sin embargo (leo en la wikipedia), a Schnitzler no parecía gustarle demasiado que los psicoanalistas de Viena analizasen sus obras en términos freudianos. No obstante, al leer Relato soñado y saber que está publicado en la Viena de la década de 1920, es difícil dejar de lado las interpretaciones freudianas de la trama: sobre todo al ver reflejadas en la novela las pulsiones sexuales más íntimas de los personajes.
Albertine le confesará a Fridolin el deseo que sintió hacia un marinero noruego durante su último veraneo, con el que básicamente se intercambió alguna mirada. Estas palabras parecen actuar sobre Fridolin como si hubiera recibido la confesión de una infidelidad y, en un estado de perturbación extraño, el personaje tiene que salir por la noche de casa para visitar la habitación de uno de sus pacientes, un anciano moribundo.
La novela está escrita en tercera persona y me ha llamado la atención que en las páginas 21-22 se utilice el recurso del monólogo interior; esto piensa Fridolin sobre la hija del moribundo al que va a visitar: «Así que se va a casar con ese profesor. ¿Por qué? Desde luego, no está enamorada, y él no debe de tener mucho dinero tampoco. ¿Qué clase de matrimonio resultará? Bueno, uno como tantos otros. Qué me importa. Es muy posible que no vuelva a verla jamás, porque ahora ya no tengo nada que hacer en esta casa. Cuántas personas no he vuelvo a ver que me interesaban más que ella». Había anotado esto para comentarlo al reseñar la lectura y después, leyendo la solapa del libro, me enteré de que Arthur Schnitzler había sido el introductor de este recurso –el monólogo interior– en la literatura alemana. La wikipedia afirma que la primera obra en la que Arthur Schnitzler usó el monólogo interior –y por tanto la primera vez que éste aparece en la literatura alemana– fue en la novela El teniente Gustl, publicada en 1900.
El paciente de Fridolin muere, y su hija, en posible estado de shock, declara su amor al médico, a pesar de encontrarse en casa de su prometido. El doctor abandona la casa y se adentra en la ciudad (en la que, de forma premonitoria, se anuncia la primavera porque ha comenzado el deshielo) en un estado cada vez más alucinatorio. Durante el tiempo de la novela se insiste más de una vez en la condición de realidad nebulosa, soñada, y se repite el adjetivo «espectral» para designar lo percibido en esta noche de carnaval. Fridolin recuerda su casa y el narrador nos dice: «Todos se le habían vuelto totalmente espectrales» (pág. 34).
Fridolin se cruza con una joven prostituta en un parque que le conducirá hasta su casa, de la que se irá sin haberse acostado con ella. Después, el protagonista entrará en un café.
Estaba leyendo Relato soñado con la sensación de que me sonaba lo contado, como si –imbuido por su condición nebulosa– yo mismo hubiera soñado previamente su historia, y al entrar Fridolin en el café y encontrarse con un antiguo compañero de la facultad de medicina, que dejó los estudios para dedicarse a tocar el piano, me di cuenta por qué me sonaba lo leído: en esta novela, descubrí entonces, se había basado Stanley Kubrick para rodar Eyes wide shut en 1999. Una película que vi de estreno y que me gustó mucho. Ni en la contraportada, ni en la solapa del libro, proporcionan este dato los editores de Acantilado, dato que cualquier otra editorial habría explotado directamente en la foto de portada, dando a entender que lo más importante que hizo un escritor como Arthur Schnitzler fue crear una historia que en el cine protagonizaron, muchos años después, Tom Cruise y Nicole Kidman.
Contarnos en la solapa que Arthur Schnitzler introdujo en el idioma alemán el recurso del monólogo interior y no que esta novela fue llevada al cine honra a una editorial como Acantilado. Una editorial que cada día me llama más la atención y en cuyo catálogo tengo ganas de bucear (en la pasada Feria del Libro de Madrid fue una de las editoriales que visité para comprar libros).
Gracias a su encuentro con el pianista, Fridolin podrá acudir a una fiesta secreta de hombres enmascarados y mujeres desnudas, una fiesta que parece la descripción de un cuadro de Paul Delvaux. El eros y el tánatos, la pulsión sexual y la pulsión de muerte, dominan ya por completo al doctor Fridolin, que, expulsado de la fiesta, iniciará una búsqueda de la mujer desnuda y sin rostro con la que habló en la fiesta clandestina.
Relato soñado es una novela corta magistral, misteriosa, elegante y honda, sensual y terrorífica, una delicia de lectura. Tengo que buscar más libros de Arthur Schnitzler y agradecer a mi alumna de diecisiete años que me la recomendara.