Relato: Un mozo ignorante atrapado en una nave

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Nuevo lanzamiento de dados:

Un mozo ignorante atrapado en una nave

El capitán, muerto. El piloto, muerto. El resto de miembros de la tripulación capaces de manejar la nave, muertos. Así que ahí estaba, atrapado en una nave frente a una estrella cualquiera del espacio exterior.

Había contactado con otras naves, pidiendo ayuda, pero todos se negaban a desviarse de su camino por ayudarle: ni el cargamento de la nave ni él, un simple mozo, valían el riesgo de contagiarse de lo que quiera que hubiera matado a todos los demás.


Había sido tonto al explicar lo que había pasado, sabía que se había condenado por eso: aunque estaba claro que la enfermedad que había acabado con los otros no le había afectado y tenía provisiones de sobra para aguantar una larga cuarentena, tarde o temprano se quedaría sin comida, o sin oxígeno, o simplemente la soledad le volvería loco y acabaría suicidándose.

Aun así, algo en su interior se rebelaba. Si no había muerto, tenía que ser por algún motivo. Así que debía encontrar una forma de salir de ahí y todas las que se le ocurrían pasaban por dejar de ser un mozo ignorante y aprender a manejar la dichosa nave. Por suerte, los ordenadores a los que no tenía acceso restringido no guardaban solo material de entretenimiento, sino que también incluían todo tipo de manuales y libros técnicos.

Poco a poco, aprendió para qué servían las diferentes válvulas, cómo hacerse con el control de los sistemas internos y cómo fijar rumbos y aterrizar. Hizo todo tipo de pruebas hasta que le cogió el tranquillo. Luego, fue tan simple como alejarse de ese sistema, en el que todos sabían la historia de su nave maldita, y buscar uno de esos planetas de tránsito frecuentados por gente fuera de la ley, donde nadie le pediría su identificación, en la que había quedado marcado que era el posible portador de una enfermedad desconocida.


Nada más poner pie en ese planeta, la criatura que había tomado posesión de su cuerpo empezó a distribuir su semilla entre todos los seres que se cruzaban en su camino. Mataría a casi todos, pero los supervivientes serían a su vez portadores de su raza. El único riesgo era que las autoridades reaccionaran rápido y confinaran el planeta, así que sembró en su portador la idea de que, ahora que tenía una nave a su disposición, era el momento de conocer otros planetas. Tantos como fuera posible antes de que alguien se diera cuenta de quién era el origen del rastro de destrucción.