Relatos #1: Gato Negro

Por Vega Rot @devueltaalagua

Cuando creé la categoría “el faro” no pensé en nada en concreto, solo en dar una utilidad al blog, como ya expliqué en su momento. La idea básica era poder dar luz y ayudar a difundir cualquier tema o proyecto que lo pudiera necesitar, sin ideas preconcebidas.

Pues a partir de hoy, y todos los últimos martes de cada mes, verá la luz desde aquí un relato creado por un escritor novel. La temática no tiene por qué estar relacionada con este blog, aunque nunca entrará en conflicto con él. Vamos, que no siempre serán relatos relacionados con niños y búsquedas de empleo… Si alguien quiere publicar su relato que me lo cuente y veré que se puede hacer. Por el momento empezamos con un relato que a mi personalmente me ha gustado, veremos que dicen los demás. Se admiten críticas, siempre que sean constructivas… ¡Que lo disfrutéis!


 Gato Negro

Todo comenzó con un gato atropellado. Telyan recordaba mientras sus ojos claros observaban la calle a través de la ventana sucia de la casa. Suciedad que se tragaba los rayos de luz distanciándolo de la cordura. Su reunión se había cancelado; resopló resignado. ¿Habría perdido una buena oportunidad? Maldito gato. Gato negro. Y eso que no era supersticioso.

Debía haber tomado la otra calle, su ruta habitual. ¿Por qué la había cambiado? ¿Quién dice que la rutina no es buena? Tendría que haberse ceñido a ella; pero no, tenía que decidir ser espontáneo precisamente esa mañana. Para una vez que había decidido hacer caso a Becky. Para una estúpida vez.

Se volvió hacia el salón abarrotado. Su figura esbelta y elegante ocultaba la preocupación que sentía por el asunto en cuestión. Debía haberse reunido con Charlie, pero ante el atasco en la calle 57, se desvió tomando la 64 para atajar en paralelo, en lugar de esperar a que despejara por sí sola los escasos quince minutos que habitualmente tardaba en hacerlo a esa primera hora de la mañana.

Necesitaba aquel trato, asociarse con él supondría el gran espaldarazo que deseaba para ascender a la liga de honor. Se convertiría en un detective de prestigio, el reconocimiento traería más clientela, ingresos, lujo. El gato.
¿Pero qué le había empujado a parar y a salir del coche? ¿Qué significaba un gato? Nada. Pero lo hizo. Detuvo el coche, echó el freno de mano, se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta y salió.

Un gato negro herido en una pata maullaba. Llevado por un impulso que había sido más una posesión que un acto humanitario, lo recogió en su regazo, miró alrededor; algún peatón lo observó desconcertado, los demás caminaban a lo suyo.

Resopló. Lo metió en el coche, en el asiento del copiloto. De camino a la reunión lo dejaría en la primera clínica veterinaria que encontrara. Un par de calles más adelante apareció una. Detuvo el coche, echó el freno de mano, se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta, cogió al gato y salió.

— Vengo a dejar este gato.
— Usted no es cliente; debe rellenar una ficha.
— ¿Una ficha?
— Lo examinaré mientras lo hace.

Telyan iba a quejarse, pero el escuchimizado veterinario con pinta de novato ya se lo había llevado. Gruñó. Este no había ni terminado la carrera; a ver qué le hacía al gato.

Agarró el formulario que había en el mostrador, por lo demás vacío de personal. Se sacó su pluma del bolsillo de la camisa y comenzó a leer. Nombre del gato. “Darwin”, apuntó. Edad. “¿4, 5 años?”, a saber. Enfermedades anteriores. “Desconocidas”, ¿quizá algún catarro? Alergias. “¿Al polen?”, ¿los gatos tenían alergias? Telyan resopló. Miró el reloj. ¿Qué estaba haciendo? Cerró la pluma, se la volvió a guardar. Antes de que le diera tiempo a dar un solo paso, apareció el veterinario bisoño.

— Señor, su gato necesita descansar para recuperarse. Está bien, pero no debe hacer esfuerzos.
— No es mi…
— ¿Quiere pasar a verlo? —el médico veterinario ya estaba recogiendo la hoja cumplimentada por el dueño del gato—. Darwin. Ha sido muy valiente.

Qué tontería. Tenía una reunión.

— ¿Puede quedarse?
— Esto no es una guardería —el albéitar volvía con Darwin y su pata vendada— Son cincuenta dólares. Tenemos tarifas planas por si está interesado.
— ¿Cincuenta dólares? —por una puñetera venda.
— Necesitará mimos.
— ¡Qué mimos ni qué ocho cuartos!
— Es su gato.

Telyan se sacó cincuenta dólares de la cartera y malhumorado los dejó en el mostrador. Cogió al gato en brazos y salió a la calle. Su sedán negro tenía un papelito en el parabrisas. Telyan gruñó. Abrió la puerta del copiloto, metió al gato, rodeó el coche por delante, arrancó de un manotazo el papel del limpiaparabrisas y se subió en el vehículo. Menuda mañanita. “Nunca haces nada espontáneo”; la voz de Becky se coló en su cabeza, distorsionada y burlona. “Ve a ver a Charlie, él tiene contactos, tal vez podáis asociaros…”

Alguien tocó dos veces en la ventanilla. Telyan se volvió; era un agente de policía. La bajó.

— Ya me han puesto una multa, señor agente.
— Ese es mi gato, ¡ladrón! —la señora centenaria que brotó a su lado lo fulminaba con la mirada, acompañándola de un bastón que se agitaba enloquecido en el aire o tenía vida propia.
— Acabo de pagar cincuenta dólares por que le vendaran la pata en esa clínica.

El policía se acercó al lugar y volvió junto con el veterinario.

— Sí, señor, el gato se llama Darwin.
— Mis vecinos me han contado cómo este hombre lo recogía en la calle y se lo llevaba.
— ¿Dónde vive usted?
— A dos manzanas.
— Veamos si hay testigos.
— Puede llevarse al gato.
— Debemos aclarar si es o no suyo.
— Pero es que…
— Señora, debe usted saber que puede ser acusada por falsa denuncia.
— ¡Es mi gato!
— Señor, deje el coche aquí y acompáñenos. Usted también.
— No puedo dejar la clínica.
— Necesito a todos los testigos.
— Tengo una reunión muy importante a la que ya llego tarde. Llévese al gato.
— ¿Y que me denuncien por falsedad? Voy a probar que es mío.

Telyan resopló, sacó su móvil del bolsillo y corroboró que no era veintiocho de diciembre. Caminaban ya hacia la casa de la señora. Envió un mensaje a Charlie cancelando la reunión. Empezaba a vislumbrar que no saldría tan fácilmente de aquel bucle surrealista.

El agente de policía comenzó sus pesquisas entre los vecinos, dueños de negocios y curiosos que daban en acercarse. Preguntaba por testigos que conocieran a la señora y a su gato Darwin.

— Se llama Rufus.
— Yo no he visto nada.
— Tengo fotos que lo demuestran.
— Subamos a su casa.

Telyan se dejó arrastrar por la inercia. ¿No iba él a una reunión aquella mañana?

El teléfono fijo desde el que la señora conminaba a su hijo a que se presentara a la mayor brevedad, era tan decrépito como ella. Telyan se cruzó de brazos. El salón era aún más anticuado que la anciana, la cual aparecía enmarcada en plata en un puñado de fotografías junto a Rufus. El veterinario había cogido una de ellas en la mano y la examinaba.

— Podría ser él, pero no estoy seguro.

El policía husmeaba por la casa en busca de pistas. Desde luego, olía a gato.

Telyan suspiró. Se alejó de la sucia ventana y se acercó a la mesa del saloncito; había decidido sentarse, pero las sillas no pasaban el estándar de limpieza al que estaba aclimatado, con que se quedó en pie. Ni siquiera se apoyó en la mesa, abarrotada de papeles, periódicos y cachivaches inservibles. Mecánicamente, sus ojos comenzaron a fisgonear entre el desorden. Un papel llamó su atención; el nombre Telyan estaba escrito en él. Ladeó la cabeza tratando de obtener un mejor ángulo de lectura. Calle 57… 9:00 horas… rutinario… De inmediato su ceja izquierda se alzó; tuvo la inquietante sensación de estar leyendo su diario. Apartó una cajita de encima, lo giró y lo escudriñó con interés. “Telyan coge la calle 57 cada mañana a las 9:00 horas, es rutinario”. Unas anotaciones con flechas e interrogantes en rojo completaban las indicaciones. “¿Interceptarlo?”. Su ceja rayaba el nacimiento del pelo en la frente. “¿Dejar que llegue a la reunión?”. “¿Lugar perfecto para liquidarlo?”. Desplazó el papel y descubrió otro debajo en el que resaltaron las palabras “te quiero”, “estaremos juntos”, “pronto”, “amor”, “Becky”.

Alguien giró la llave en la cerradura y la puerta se abrió con un chirrido lacerante. El policía surgió como una aparición al escucharlo; el veterinario se desocupó de sus investigaciones anatómicas.

— ¿Qué sucede aquí? —un tipo maduro y bien parecido entró.
— Ese es el hombre que ha secuestrado a Rufus —la señora lo señaló con saña.
— Charlie, haz que me lo devuelva.
— ¿Charlie?

Charlie enmudeció, emblanqueció, encaneció en la primera centésima de ese segundo. Telyan sostenía sus “notas” en la mano; con el rostro atónito, su boca habló con indolencia:

— Me quedo el gato.

Autor: M.Trevena