— ¡Nos están disparando!, ¡¿eso no te preocupa más?! Su mente retrocedió ahora unos minutos. Tras haber recibido la llamada telefónica en la que se le señalaba como poseedor de algo que no le pertenecía, ella había vuelto a surgir como una aparición, esta vez en el café en el que se habían citado. Disimulando un nivel razonable de nerviosismo, Telyan la aguardaba sentado a una mesa pequeña, negra y redonda, tomándose un espresso. —Hola, detective Telyan. El aludido levantó la vista para contemplar a una mujer menuda, delgada y bella. Sus grandes ojos azulones le observaban con genuina curiosidad. Vestía con un abrigo de paño tan azul como su mirada. Telyan la reconoció como la mujer del reflejo en el escaparate de la tienda de artículos para
espías. — ¿Quién es usted?
—Mi nombre es Amaltea. Bonito nombre. — ¿Estuvo en… —Telyan miró alrededor, bajó la voz y terminó preguntando entre dientes— …el almacén?
—Cerca. —Le vio entrar, y después de varios minutos le vio caer al río desde la ventana. Se rió ligeramente al recordarlo.
— ¿Y qué hacía allí? —inquirió Telyan comenzando a enrojecer. Una cosa era hacer el ridículo en solitario, y otra bien distinta delante de una mujer hermosa.
— ¿Puedo sentarme?
Telyan se levantó como un resorte sin saber por qué; se había puesto más nervioso.
—Por supuesto.
Ambos se sentaron.
—Vigilaba los movimientos de Jones, eso hacía, así fue como di contigo. —Amaltea apoyó su bolso de mano en la mesita.
—Estabas fuera del…
—Sí. —Ella volvió a mostrar su agradable sonrisa. Telyan bajó la vista a sabiendas de que le era imposible sentirse más avergonzado—. Lo tienes, ¿verdad?
— ¿El qué? —La miró con suspicacia. —Telyan —esa voz melosa—, el objeto robado, por supuesto.
— ¿Enviaste a un matón a mi apartamento? — ¿Por qué seguía a Jones?
Amaltea dibujó un interrogante en su rostro.
—No.
— ¿No dominarás por casualidad el antiguo y noble arte de la cetrería? —el tonillo y el significado de la pregunta planteada por Telyan hizo que Amaltea torciera la cabeza hacia un lado—.
Lo digo porque ayer un halcón nos hizo la raya del pelo a mí y a un poli, mientras nos robaba uno de los ya ínclitos relojes.
—Sabes que hay más de uno.
—Lo sé.
—Yo no he intentado robarte nada; pero sé quién podría ser.
— ¿Ah, sí? ¿Quién? —Telyan se cruzó de brazos con chulería.
—Mi padre.
— ¿Quién es tu padre?
—Hyacinthus Vandervelden-Smith.
No te fastidia.
— ¿El viejo es tu padre? Así que estáis compinchados.
—No te pongas paranoico —dijo con dulzura—. Soy la única que está de tu parte.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué no?
— ¿Podrías explicarme de qué va todo esto?
Amaltea Vandervelden-Smith pestañeó dos veces con premura, y Telyan perdió el sentido del espacio-tiempo durante ese lapso.
—Existen tres objetos aparentemente idénticos.
—Aparentemente —repitió Telyan.
—Cada cual contiene una inscripción diferente; las tres juntas y descifradas dan como resultado las coordenadas de un lugar ubicado en Sudamérica.
— ¿Y qué hay en ese lugar?
—Un tesoro magnífico.
—Verás, para ver una peli de fantasía me voy al cine.
—Esto es mucho mejor, te lo aseguro. Y no me digas que últimamente no te pasan cosas increíbles. —Amaltea soltó una risilla al volver a evocar a Telyan saltando por los aires y cayendo al agua.
—No me lo recuerdes. —Telyan se concentró en los últimos sucesos—. Envían a un ladrón a mi casa, a un asesino a matar a un profesor de Historia y a un arqueólogo recién llegado de Sudamérica, lugar al que al parecer apuntan esas pistas… Ah, sí, y no me olvido del momentazo del halcón, que me arrancó literalmente de las manos uno de los relojes. —Telyan señaló la tirita pegada en su sien izquierda—. Dos puntos de sutura. Y ya conoces lo del almacén —farfulló.
—Lo lamento, me alegro de que salieras con vida de todos los líos. Mis amigos por el contrario están muertos. — ¿El profesor y el arqueólogo?
—Así es. —Amaltea desvió los ojos un momento hacia el suelo, suspiró y volvió a mirar a Telyan—. Ayúdame, por favor.
—Lo lamento. —Se la veía realmente afectada—. Tu padre me va a pagar mucho dinero por…
—A él le interesa el dinero.
—A mí también —declaró Telyan—. ¿Pero qué historia os traéis?
—Los dos queremos llegar al tesoro, con la diferencia de que yo quiero donarlo a los museos.
—Tu padre es inmensamente rico.
—Precisamente por eso no lo necesita.
—Pero yo sí; tengo facturas que pagar.
—Te contrataré.
Telyan inclinó la cabeza hacia delante y levantó una ceja.
—No es mi especialidad buscar tesoros. —Ni reales ni imaginarios.
—Te contrato para que lo encuentres.
Los ojos azulones de Amaltea se le clavaron en el alma; bueno, cerca.
—No tenemos las pistas.
—Yo he visto la inscripción del que llevaba el profesor Thorias, y si no estoy equivocada, tú has tenido en tus manos los otros dos, de hecho aún posees uno.
—Tengo que pensármelo.
—Ayúdame, te pagaré por tus servicios. Tienes mucho que ganar, imagina el prestigio que te daría el dar con el tesoro.
Telyan se levantó de la silla.
—Tengo que pensármelo.
Salió del café, Amaltea le siguió. No había puesto un pie en la calle cuando una bala fue a empotrarse en la pared de piedra del bar, a la altura de su oreja derecha. Telyan se agachó, Amaltea le agarró de una mano y tiró de él.
— ¡He dicho que tengo que pensármelo! —Otro tiro silbó demasiado cerca—. ¡¿Quién coño dispara?!
—Creo que alguien más los quiere.
—No fastidies.
— ¡Vámonos! —gritó la más sensata de los dos.
Telyan reaccionó y abrió la marcha hasta su sedán, aparcado delante a un par de metros.
Subieron aún agachados, bajo lo que se convirtió en una auténtica lluvia de balas.
Autor: Trevena
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