Relatos #6: Huida a media tarde

Por Vega Rot @devueltaalagua

Huida a media tarde

— ¿Está tu padre detrás de los asesinatos?
—No. Me da que la mafia se enteró y está haciendo de las suyas.
— ¿Te da?
—Le dije a mi padre que yo me ocuparía, pero envió a Jones a hacer ese trabajito.
—Ese trabajito era atracar un banco. —Telyan hizo girar al coche bruscamente en la siguiente calle.
—Lo sé. — Amaltea se agarró a lo que pudo—. Pero nadie salió herido; nadie inocente, quiero decir.
—De chiripa, podía haber sido una masacre; a esos retrasados les daba igual.
—Les contrató Jones.
—Un tipo brillante. ¿Por qué tienes tanto interés en encontrar el tesoro, si vas a donarlo? —
Telyan tomó otra curva cerrada.
—Porque no sería la primera vez que lo hacemos.
—Te refieres al arqueólogo y al historiador.
—Éramos un buen equipo.
—La exposición del Museo la patrocina tu padre, ¿no?
—En realidad es su colección privada. —Amaltea se agarraba con una mano al salpicadero y con la otra al techo; estaba impresionada, prácticamente volaban—. Durante años hemos investigado y reunido objetos que creíamos que nos llevarían hasta el tesoro. Desde que recuerdo, mi padre ha
perseguido ese sueño.
— ¿Y tú?
—La Historia es lo mío.

Telyan constató que el coche que venía persiguiéndoles continuaba en la brecha; no había manera humana de despistarlo. Súbitamente otro vehículo se interpuso ante el suyo cortándoles el paso. Su sedán hizo un quiebro logrando esquivarle, pisó el acelerador a tope haciendo chirriar las
ruedas, volvió a avanzar a toda velocidad; de pronto escucharon una detonación y Telyan perdió el control del coche, ¡la rueda había explotado!, ¿pinchazo o disparo?, la llanta soltaba chispas rayando el asfalto sin piedad, y Telyan sujetaba el volante con todas sus fuerzas tratando de mantenerlo bajo
control, pero lo perdía y también la velocidad, los bandazos no auguraban nada bueno. Amaltea le miró asustada, pero no dijo nada. Les seguían de cerca, y en esas circunstancias era imposible continuar; con que Telyan se detuvo unos metros más adelante sobre una acera que bordeaba unas
obras desertadas.

— ¡Sal del coche!

Lo abandonaron a todo correr y entraron en el esqueleto de un edificio comenzado e inacabado. Telyan luchaba por conservar la calma frente al frenesí que sufrían todos sus nervios; sus vidas dependían de ello. Se había dejado la pistola en la guantera. ¡Mierda! ¡No sabía para qué puñetas la tenía! Agazapados tras un murete de bloque que apenas se tenía en pie, Telyan miró a su alrededor sopesando sus posibilidades; las escaleras que podían haberlos conducido arriba se habían venido abajo. De todas maneras, subir a cualquier alto solo les hubiera llevado a una ratonera.

El panorama era desolador, material, herramientas y maquinaria, todo abandonado; encofrados a medio desmontar, y el polvo del hormigón formando una gruesa y perenne capa sobre cada elemento del lugar. Últimamente acababa en sitios cochambrosos como este, y por propia
experiencia sabía que de ellos nada bueno salía. Nada.

Debía haber una salida, estaban a las afueras de la ciudad en medio de ninguna parte, en una urbanización de lujo convertida en entelequia. El coche estaba inservible, le costaría un pastizal el arreglo. ¡Menuda puñeta! Se asomó por el muro y les vio, eran dos tipos por vehículo, armados, como no podía ser de otra manera, hasta los dientes. Se hacían señales entre ellos, se desplegaban para ir en su busca y captura. Telyan volvió a desaparecer tras el murete. No les habían visto. Bien. Eso les daría una oportunidad.

—Por aquí —susurró indicando un agujero de futurible alcantarilla.

Corrían a gatas por sus vidas, Telyan iba delante seguido de Amaltea, hasta que llegó a una encrucijada; solo existían dos posibilidades, derecha o izquierda en un túnel estrechujo y mohoso. ¿Se referían a esto los expertos cuando hablaban de terapia de choque?, porque sentía que su claustrofobia mejoraba por momentos. Solo alcanzaba a ver lo que tenía treinta centímetros por delante; su linterna, incorporada en el nuevo teléfono inteligente, le enviaba información visual tan improvisada como él la iba procesando, prácticamente se había empotrado contra el cemento en el lugar en el que el túnel se bifurcaba.

—Derecha. —Amaltea tomó la decisión un instante antes de que casualmente él fuese a determinar lo mismo.
— ¿Y cómo se han enterado estos tíos de lo de los relojes y el tesoro?
—Creo que Jones contactó con ellos.
— ¿Quién era Jones?
—Le resolvía asuntos a mi padre de vez en cuando.
—Ya, asuntos —repitió Telyan con acritud.

El sitio era mugriento y húmedo, el suelo era irregular, y la piedra y el cemento se les clavaban en las rodillas. Aunque no estaba encharcado iban arrastrando todo tipo de porquería en la ropa y en las manos, telarañas y bichos incluidos. Al menos no había ratas. Por el momento.

— ¿En serio un halcón se lo llevó?
—Sí, en serio —respondió Telyan con nulo entusiasmo.

Se escuchó una risita apagada.

Encima cachondeo. De acuerdo, la situación fue ridículamente absurda, y mira que le habían pasado cosas rayanas en el surrealismo, pero este caso empezaba a llevarse la palma. ¿Quién de todos habría robado ese reloj?, ¿y de esa manera tan “original”? ¿Vandervelden o los matones que les perseguían? ¿Trabajaban juntos? Según ella, no. Pero a saber, el mundo del hampa no hace
distinción de clases, cualquiera podía ser un maleante de mucha o poca monta.

—Creo que nos siguen —susurró Amaltea, que no se había quejado, acostumbrada a los inconvenientes de la arqueología, a menudo desempeñada en lugares sucios y desangelados.

Apretaron el paso y no tardaron en llegar al final del túnel, estaba abierto y daba a una vaguada que caía a un caudaloso río.

—Baja y escóndete en la rivera.
— ¿Qué vas a hacer?
—Enseguida bajaré, ¡vete!

Telyan esperó pegado a la pared cubierta de vegetación, y cuando vio aparecer una pistola por la boca del túnel, le dio primero un manotazo desarmando al tipo que les seguía, y después un puñetazo que le noqueó por un instante. Acto seguido se lanzó senderillo arriba. Desde que le
ascendieron a inspector un par de años atrás, había abandonado cualquier tipo de actividad física, volvería a apuntarse a un gimnasio, de esta volvía a ponerse en forma. Corría perseguido de bastante cerca por el individuo que le amenazaba esta vez con un cuchillo serrado, que debía de ser militar
como mínimo; el cuchillo, y ahora que lo pensaba también el tipo.

Su precipitada huida le condujo hasta el puente de piedra que surcaba el río. Pese a que había aprendido técnicas de defensa y ataque, Telyan se veía incapaz de hacer frente a un chopo armado con un puñal, sobre todo estando como estaba, completamente desarmado frente a un criminal profesional. La cosa pintaba mal.

Se subió al bordillo del puente y corrió a lo largo de él con el tipo pisándole los talones. Además, no quería conducirle hasta Amaltea, razón por la cual había ido en dirección contraria, al menos ella podría salvarse. Se encaramó desde allí a un poste eléctrico de madera; sintiendo el corazón en la boca escaló por sus peldaños oxidados, llegó a lo más alto, miró abajo, ¡estaba ahí mismo! ¡Joder! Se sujetó a un cable exactamente cuando el individuo le agarraba por los pies, Telyan forcejeó, comenzó a soltarse, un herraje cayó al suelo produciendo un agudo e inquietante sonido metálico. ¡Joder! Consiguió estamparle una patada en la cara, pero el cable ya se soltaba irremediablemente, el maromo perdió el equilibrio y cayó de bruces a la carretera, Telyan escuchó un golpe seco justo antes de empezar a gritar. Se aferraba a un cable demasiado largo como para que se diese la coyuntura de que pudiera quedar suspendido en el aire. No, su destino era el que era.

El agua estaba helada, congelada, gélida, glacial.

Amaltea fue testigo de cómo su futuro socio nadaba convulsamente hasta la orilla y salía chapoteando, elevando las rodillas hasta la altura del estómago.

— ¿Estás bien? —preguntó con una sonrisilla.
—No tiene ninguna gracia, podía haberme electrocutado — ¿Era un perverso chiste cósmico?
—Perdona —dijo ella tornándose hacia lo alto, y escondiendo de su vista una sonrisa de otra manera imposible de ocultar. No había nadie más, parecían haberlos dejado atrás, y el que les había seguido hasta este lugar no daba señales de vida. Le miró otra vez—. Vámonos de aquí, Tarzán.

Telyan se irguió enfadado, lo poco que pudo, dada su tiritona y su extinto pundonor. Amaltea le agarró de la mano y tiró de él.

Autor: Trevena


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