Relatos de fantasía épica, Taonos

Por Igork
El Teatro del MundoTAONOS (XII)Fantasía Épica12 de 22

La Nueva Fantasía Épica, by Igor.


  —Se la han llevado. ¡Malditos sean! La buscaremos, gobernador, aunque la hayan escondido en la gruta más agreste.—Señor. La podemos buscar, aunque…—Aresha no es como las otras mujeres. Cada gesto suyo, su voz lo llena todo.—Nuestra misión. Estamos muy cerca. Primero tomemos el Paso, levantemos un campamento fortificado. Entonces podremos ocuparnos de ella, enviar hostigadores a todos los valles.Ciros no contestó, pero a la mañana siguiente la columna se puso en movimiento, hacia las Gargantas del Diablo.Los hombres grises marchaban con cautela, sabedores que sus enemigos andaban cerca. Los hostigadores protegían los vértices del avance, internándose en el bosque, tratando así de evitar más emboscadas. Lo que debía ser una caminata de una mañana, se alargó hasta el ocaso, brillante y fúlgido.
Las falanges alcanzaron el final del valle del Bosque de Hierro. Los hostigadores, escondidos entre las hojas, fueron los primeros en percibir el rumor de las Gargantas. El sendero, estrecho y casi escurridizo, se abría para convertirse en una inmensa ágora de piedra y agua, un receptáculo que contenía la vida de las montañas. Las gigantescas paredes de un teatro que parecía poder albergar cualquier forma. Aquel espacio estaba cerrado por las verticales de los riscos que caían como cuchillas de piedra. Frente a ellos se extendía un prado salpicado de rocas solitarias de la altura de dos hombres. El río dividía aquel escenario de donde brotaban las Gargantas del Diablo, tres saltos de agua blanca.
  Sobre la violenta elevación que permitía salvar las montañas, y acceder así al Norte, vieron los montañeses agazapados. Al otro lado del río, sobre el paso, los esperaban dispuestos a no permitir que ningún hombre de las llanuras pisara un lugar que para ellos era un santuario.El lecho del río era profundo, aunque las aguas no bajaban crecidas, lo que animó en gran manera a Ciros. La vanguardia de las huestes grises penetró en ese jardín de piedras como una pica de hierro candente en agua fría. Las montañas parecieron claudicar ante el ímpetu ordenado del ejército de Ciros. Antes de cruzar el río, el hermano del Conde escuchó su voz amada. Aresha lo llamaba, de pie, vestida de blanco, visible entre los ropajes pardos de los montañeses. Había logrado liberarse momentáneamente de ellos.—¡Ciros, estos hombres no quieren mi bien! Dicen que yo os he conducido, que si estáis a aquí es por mi causa. ¡Soy una mujer muerta entre los míos!—¡Aresha, mi señora! ¡No temáis! Cortaré la cabeza a aquel que ose tocaros.—¿Será tarde para vuestras palabras? Es muy poco el tiempo que me queda.Ciros, lleno de ardor, se dirigió a sus hombres:—¡No debéis temer sus dardos! ¡Gloria eterna para los valientes! ¡Cargad!La vanguardia, y detrás de ella el centro y la retaguardia, se lanzó a cruzar el río en medio de un gran griterío para, después, asaltar la loma en la que sus enemigos retenían a la doncella.


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