relatos de Johnny Zuri: Mi memoria del fuego

Publicado el 19 marzo 2019 por Johnny Zuri @johnnyzuri

Mi memoria del fuego

JOHNNY ZURI – HOY DESDE GANG CITY – PLANETA BOLTON

No tuve la morbosa satisfacción de ver danzar a las llamas de nuestra casa estilo rancho de 9162. La chimenea de ladrillos y puertas correderas de vidrio que daban a la piscina del patio trasero desaparecían en el incendio. Mi niñez se extinguía ante mis ojos. Ella llegó antes que mi madre, cuyas lágrimas eran perceptibles por teléfono mientras que conducía desde su trabajo en el Center Castle. 

Mi madre llegó poco después y su atuendo profesional chocaba con su estado sensible, derrumbándose al ver nuestra casa, la única casa que se quemó ese día. Era algo que jamás íbamos a olvidar y que no he experimentado nunca más desde ese momento. Salimos al patio trasero, por la puerta de vidrio corrediza destrozada, por donde los bomberos hicieron su entrada. Las imágenes de esos paisajes del Recinto de los Condenados corrieron por mi cabeza.

Es atroz el instante en que te fijas en estas montañas de Gang City, porque no quieres ver lo que se ha quemado, ni en tu memoria del fuego. Las sequías, los tiempos secos y las lluvias ocasionales han aumentado en tamaño y en la frecuencia, en este loco planeta de aventureros y canallas. Pero eso no tuvo nada que ver, probablemente no, en el incendio de nuestra casa. Acababa de leer “El asesino de los Vientos”, de James Mía Hesterling, pero eso tampoco tubo nada que ver… supongo. 

Estaba en ese período posterior a una meditación prácticamente profética sobre la negación de los “Papás de Todos los Extranjeros” cuando me di cuenta que los incendios no solo son intrínsecos al ADN de nuestro planeta. Al menos a esta parte central y superpoblada llena de imbeciles y tontas del culo. La construcción de vecindarios más lejanos me vino a la mente sabiendo que partiríamos en breve a algún lugar ignoto, y que eso representaría un punto y aparte en mi vida… en nuestras vidas. 

La habitación estática que fue durante mis primeros años de vida, de manera deliberada, me había mantenido ignorante de la acción de los desarrolladores, y había hecho brotar en mí una franqueza suicida. A lo largo de un buen tiempo, los ricos de la ciudad podían permitirse el desastre, aunque cada vez más personas se quedaban sin hogar. Los desarrolladores han probado que su fidelidad radica en las arcas repartidas por distintos puntos de la Galaxia y que los ricos ausentes carentes de preocupaciones y de los sacrificios de ubicación, se esforzaban en mantener ocultos.

Los silencios envolventes aun me golpean. Nadie quería ni quiere hablar de lo que no comprende. En la mitad de Gang City, ni tampoco en mi memoria del fuego, el clima jamás ha experimentado con el exceso de calor, o la enorme quietud y la neblina. Ni siquiera con un clima sísmico que no existe. No he leído tanto, ni he visto como aquél día, a obedientes esposas asegurar que los vientos no les asustan. 

Con un profundo pavor, nuestra casa de alquiler se fué. Su original diseño rústico fue remodelado al azar años más tarde. Pero ya no era nuestra casa, aunque volvió a tener un toque moderno de vidrio y acero. Alguien que podía pagar mucho más que nosotros ocupó nuestro lugar, poco tiempo después. Aquellas ánimas que pedían conmigo que no amanezca, de cuyos ancestros ​​atravesaron un continente místico, alcanzaron un día una costa dorada, para establecerse en Birdeland. Una ciudad no tan cálida, llena de soñadores que aún alcanzan la felicidad, sin saber de su inminente bautismo en fuego.