Relatos finalistas (15): Salir corriendo

Por Gaysenace
"Salir corriendo" (Cáceres, España) es el título de la decimoquinta obra finalista del I Premio de Relatos LGTB (Corralejo) que publicamos en GSN. Hoy te he visto correr. Apenas podía creerlo, y he llegado a casa llorando de la emoción.
Durante todos estos años no he dejado de darle vueltas a tus piernas, y a aquel momento en que dejaste de funcionar, aquel momento en que rompí mi juguete más preciado. Fue sin querer, pero creo que nunca te quedó muy claro.
Yo tengo grabado a fuego ese momento en que me equivoqué, y te dejé escapar, muerta de miedo. Aquel momento en que me desvelaste tu secreto más íntimo, que tú me amabas, que eras una mujer que amaba a otra mujer, y que esa mujer era yo. La historia típica-tópica en la que dos amigas generan un vínculo tan intenso e inquebrantable, que un buen día, una de las dos revela a la otra que la ama en secreto, y esta otra envenena su corazón con un veneno llamado decepción. El resto de ingredientes para tal pócima son la rabia, el miedo y la contrariedad.
Yo me sentí profundamente engañada. Para mí, todos los buenos momentos, los detalles, el cariño que me habías profesado, no eran más que artimañas para adentrarte en mi piel, para llevarme por un camino antinatural que en absoluto deseaba. Sólo de pensarlo se me revolvían las tripas. Que el mundo no está hecho así. Que sólo hay que mirar los libros de ciencias naturales. O las leyes, las cuales aún no se han modificado del todo. Que se podrán casar las parejas de chicos, y las de chicas, y al paso que va la burra, va a pasar como con Calígula, que nombró como sucesor de su imperio a su propio caballo. Todo permitido. Pero se sigue nombrando esta unión como matrimonio. Ni siquiera la terminología es la exacta.
Ya lo ves, pequeña atleta, estás absolutamente equivocada con tu forma de ver el mundo. Sí, es una enfermedad lo que tú tienes. Tu cuerpo está creado para que se acople a otro completamente distinto, ¿no lo ves? Está por todas partes. En los cuentos, en la publicidad, allá donde mires. Es algo que lleva implícito cualquier detalle que conforma nuestro entorno. Y tú te empeñas en darle la vuelta a la tortilla, y nunca mejor dicho.
Yo te veo preciosa, tal cual estás. Con tu melena larga, lisa y brillante, como yo la quiero, con tus formas proporcionadas, tonificadas, de mujer femenina pero deportista. Tu sonrisa, tu presencia impoluta en cualquier ocasión. Esa clase que tienes para aparecer en cualquier parte y deslumbrar. Y no lo entiendo. No sé qué quieres de la vida. A veces me sigue pareciendo una broma pesada que dijeses eso de que eres lesbiana. ¿Qué pasará cuando encuentres una pareja (lesbiana)? No quiero ni pensarlo. Seguro que empezarás a vestir como un macho cabrío, caminarás diferente, te descuidarás. Un día aparecerás con el pelo corto y sin pintar. Y adiós tacones y todo eso que te queda tan bien. Te fotografiaría una y otra vez, como antes, simplemente para ilustrar la belleza. Pero sinceramente, creo que tanto si encuentras pareja como si la sigues buscando, te volverás así para que sea más fácil, ¿verdad? Pensarás que si te pareces más a un chico que a una chica, gustarás más a las chicas. De verdad, no puedo seguir pensándolo.
Pero hoy te he visto correr, después de cinco años. Si es que fue culpa mía, y lo sé. Cuando intenté escapar de tu verdad, corriste tras de mí para que te escuchase. Y yo me puse tan histérica que comencé a hacer aspavientos para librarme de ti, y en el momento en que pusiste tus manos alrededor de mi cuerpo, fue tan intensa la repulsión que te empujé, y tú caíste tan mal que te destrozaste la pierna desde la cadera hasta el tobillo. Fui tremendamente cruel al dejarte en la puerta de urgencias y salir huyendo.
No creas que no me dolió. Estuve llorando, y me escocía cada vez que te cancelaba las llamadas. Pero con el paso del tiempo todo el rencor y el asco se transformaron en culpabilidad y deseos de que recuperases esa pierna tan escultural y volvieses a correr. Esa era verdaderamente tu pasión. Por mucho que dijeses que era yo, sé que correr era lo que más felíz te hacía. Pero yo te lo quité todo en un momento. Tus dos amores. Porque me enteré del diagnóstico. Y sé que te dijeron que no volverías a correr. Pero tú siempre tan fuerte, siempre tan perseverante...
Te he visto pasar corriendo, con tu cabello ondeando al viento, como suele decirse. Sí, es cierto que tienes una cicatriz, no he podido evitar fijarme. Pero tienes las piernas más bonitas que haya visto jamás. Te sientan genial las calzonas. Cinco años después, estás todavía más preciosa, si cabe. Me ha subido una náusea de pensar quién estará acariciando tu belleza. Pero ahora que lo pienso con detenimiento, en mi casa, creo que no es porque me repugne tu decisión, tu orientación, o como quieras llamarlo. Creo que eran auténticos celos por si acaso habías encontrado a alguien.
Yo y mi egoísmo, ¿no? No sé si siento algo por ti. Llevo cinco años dudándolo, desechando esa idea. Pero no estés con nadie, porque nadie te merece, eres demasiado buena para cualquiera que te vayas a cruzar. Alguien como tú no se encuentra todos los días. Y lo cierto es que hace cinco años que todos los intentos de relaciones amorosas me salen mal. Incluso los encuentros sexuales, no acabo ninguno. Y te parecerá ridículo (afortunadamente aún no he decidido si te entrego o no esta carta), pero la única manera de sentirme bien es masturbarme desnuda ante el espejo. Debo estar volviéndome majareta. Mirar un cuerpo femenino. Lo miro y no me veo a mí. No sé lo que veo. Pero sé que te he visto correr nuevamente, y lo que un día te robé lo has recuperado. Y he entendido que lo otro que creí haberte robado, no te lo robé a ti. Lo he perdido yo. Saliste corriendo, esta vez tú.
Y no me atrevo a correr tras de ti.