Se acercaba el día del orgullo gay y Sara estaba, como cada jueves por la tarde, con Rebeca, su mejor amiga. Discutían sobre el orgullo gay y sobre la homosexualidad en general, pues Sara, devota cristiana, nacida en Gáldar y con novio desde hacía años, no termina de entender cómo personas del mismo sexo pueden unirse en pecado. Sara está acostumbrada a contemplar el mundo gay desde la lejanía. En su familia, entre sus vecinos, entre sus amigos, nadie había salido del armario jamás. Por el contrario, se reforzaba cada día su idea de que una relación homosexual era, como poco, antinatural, manteniéndose fiel a sus creencias religiosas, sociales y políticas.
Rebeca no es tan conservadora y disfruta interactuando con cualquier persona; su lema es: cada persona tiene el don de aportarnos algo. Sus caracteres se ven enfrentados constantemente y, en esta ocasión, la discusión versaría, una vez más, sobre Sara y su relación estable y, como diría Rebeca, muerta desde hace tiempo. En cambio los ataques contra Rebeca se centran en sus fiestas semanales y en su incapacidad para unirse definitiva y completamente a una relación amorosa seria y estable. Dos puntos de vista distantes y confrontados por ambas partes. Rebeca asistiría al orgullo aunque a Sara le pareciera una locura.
Miguel y Marcus están en el gimnasio haciendo sus ejercicios rutinarios. Hablando sobre fiestas, chicas y sexo. Marcus le insiste a Migue en salir esta noche, aprovechando las fiestas del orgullo para ligar con más tías que nunca.
- ¿Te vas a venir o qué?
- Sí, eso espero, por lo menos a dar una vueltita. A ver qué me dice Sara, tengo que hablarlo con ella primero.
- Buah no tío. Vente solo colega. Va a estar todo el mundo… montones de lesbianas en busca de algo duro… no nos lo podemos perder tío.
Migue sabía que Sara no le permitiría más noches locas de alcohol, música y quién sabe si sexo, pues desde hacía algún tiempo Sara había censurado las salidas con sus amigos y, desde entonces, Migue diseña mil y una estrategias para escaparse cada fin de semana, funcionándole sus métodos, pues de momento conseguía liberarse de su chica de viernes a domingo: “Yo soy funcionario con mi chica. Sólo nos vemos en días laborables”. Migue se había cansado de rogarle nuevas formas de avivar el fuego y la pasión, pero Sara, reservada, tímida y conservadora, no conseguía sentirse libre ni en la cama ni fuera de ella.
Como cada viernes, Miguel notificaba sus planes a Sara y, para no variar, los planes habían surgido en el momento y no podía faltar. Sara sabía que su novio le mentía, pero prefería no centrarse en la mentira, pues hacerlo implica tomar decisiones; decisiones que de momento no está dispuesta ni a plantear. Como cada fin de semana la soledad volvía a ser su mejor compañía. Nunca había sido una mujer de muchos amigos y la apariencia pesaba demasiado en su mundo. Sí, Sara era feliz con su novio de diez años. Una mentira que sólo era mentira para ella, pues en el pueblo todos conocían la verdad.
Miguel y Marcus quedaron cuando la noche ya había caído. Para Miguel era una nueva experiencia. Nunca había salido por el ambiente y le estaba encantando: en esta fiesta todos podían ser diferente sin destacar. Para Marcus simplemente todo era raro.
- Buah, loco, mira esos maricones besándose ¡Qué asco! -exclamó Marcus con repugnancia mientras los señalaba descaradamente.
- Pero tío córtate, no señales…
- ¡Joder loco! Lo que mola es ver a dos tías besándose. No a dos putos maricones.
- O hacértelo con ellas, mejor -concluye entre risas Miguel.
Miguel se lo estaba pasando en grande, no recordaba la última vez que se había reído tanto. Tampoco se acordaba de Sara, pues desde hacía tiempo, pensar en ella era una carga y no hacerlo, una liberación. Marcus se pierde entre la gente en busca de un lugar para orinar. Va sin camisa, luciendo su cuerpo de gimnasio y con unos piratas vaqueros marcando paquete y culo. Un cigarro en una mano y una copa en la otra.
Liga con chicos y con chicas pero no se queda con ninguna. Después de mucho andar y mucho ligar, se acerca hasta un callejón para orinar y se encuentra a un chico fumándose un porro. Intercambian algunas miradas: el chico ronda su edad, también va al gimnasio y tiene apariencia de heterosexual. Marcus se acerca a él y se auto invita a unas caladas mientras orina delante de él. El chico no deja de mirarle su sexo.
- ¿Qué miras? ¿Te va el rollo o qué?
- No -responde tajante- ¿Y a ti?
- Qué va loco.
- Te miraba porque… ¡joder, la tienes grande!
- Lo sé.
Marcus había recibido una dosis de autoestima y, no por primera vez, se sentía poderoso. Sabía que el tipo estaba mirando su polla por su tamaño y le ponía. Le ponía tanto que se la iba acariciando despacio, provocando aún más a ese chico que no perdía detalle de cómo se iba tocando sin tocarse y, Marcus, poco a poco sufría una erección y, cuando menos lo esperaba, el chico comenzó a mamársela.
Migue llevaba rato fijándose en una chica rubia, con mirada inocente, grandes ojos marrones y un cabello ondulado cubriéndole los hombros. Lleva un traje azul metalizado, ceñido, muy ceñido, dejando entrever sus curvas, sus senos, su trasero. No era la primera vez que se fijaba en otras, pero estaba nervioso. La chica lo miraba tímidamente, como rogándole un acercamiento. Como pidiéndole un beso, un contacto, la unión de dos cuerpos, la conversión de un solo y único ser. Cuando por fin se acerca a ella, le ofrece su mano; ella acepta y unen sus cuerpos en un baile lento, suave, sensual, sin escuchar la música de fondo. Para ellos, otra canción está sonando. Otra diferente al resto. Otra que nadie más puede escuchar. Se miran y sonríen con complicidad, como si fueran dos almas gemelas reencontradas por casualidad. No tardaron en darse el primer beso. Se besaron durante lo que quedó de noche. Se besaron hasta que el sol salió. Se besaron hasta que ella se tuvo que ir.
La noche había sido perfecta hasta ese momento, pues Rebeca estaba allí, de manos de una chica, tan alta como ella y con el pelo más corto que él. Rebeca lo vio al lado de una rubia explosiva. Una rubia que intentaba darle la mano, mientras él, sin dejar de mirar a Rebe, la soltaba, la despreciaba y la dejaba de lado. En ese instante, Miguel sintió que su mundo se estaba derrumbando. Que de su sueño se estaba despertando. Cristina no entendía el comportamiento de Miguel hasta que se fijó en quién miraba. “Tiene novia”, pensó mientras se alejó dolorida del que, por un instante, había creído su alma gemela.
Mientras tanto, Rebe también renegaba de la chica que la acompañaba, asustada por haber sido descubierta. Se acercaron el uno al otro:
- No me lo digas Miguel… Es sólo una amiga, ¿me equivoco?
- No. Y a ti no te va el rollo bollo, ¿me equivoco?
- No -responde Rebe mirando al suelo sabiendo que se está traicionando a sí misma.
- Por mí no te he visto hoy… porque deduzco que Sara no sabe nada.
- ¿Nada de qué? No tiene nada que saber…
Rebeca sentía que había hecho un pacto con el diablo, pues su mejor amiga sospecha de las infidelidades de su novio y ahora, ella, debía guardar silencio. Un silencio que la protegería de perder a su mejor amiga.
Marcus contaba expectante su nueva experiencia sexual a Miguel. Le contaba que había ligado con la chica más sexy de la fiesta. Contándole los detalles más íntimos, pues después de la felación, el chico le pidió ser penetrado y Marcus no lo dudó. Había tenido su primera experiencia homosexual y, había sido mejor de lo que ya, durante años, había ido imaginando.
Sin embargo Miguel le contaba que había conocido a la mujer de su vida y que no había habido sexo, pero que fue mejor que eso. “Buah, ya te me amariconaste en el puto orgullo gay” Le dijo Marcus.
Pasó una semana donde todo había cambiado. Miguel no podía parar de pensar en Cristina y en que debía localizarla como fuera. Se pasaba el día ensimismado pensando en ella, sin poder disimular lo que por Cristina sentía cuando con Sara estaba. Sara sabía que esta vez estaba siendo distinto. Esta fiesta había tenido un cambio en él que, aún siendo negativo para ella, parecía positivo para Miguel. No podía aguantar la presión y salió de casa con las lágrimas en los ojos. Caminó llorando por la calle, como una loca que va sin dirección, como una pluma levitando entre el tiempo. Caminó hasta que las piernas le aguantaron. Caminó hasta que el cansancio la agotó por completo. Caminó hasta un banco verde, rodeado por palmeras y vistas en la lejanía al mar. Pronto, un joven, se acerca hasta ella y, con tan sólo una sonrisa consigue que se calme. Pero cuando ese dulce jovencito se acerca hasta ella y toma asiento, Sara descubre que en realidad, ese joven es más bien, una jovencita: “Me llamo Inés”.
- Es por mi novio. Ya no hay amor entre los dos -responde Sara.
- Si ya no lo hay es porque realmente nunca lo hubo. ¿Sabes? En esta vida podemos encontrar muchos pseudo-amores, pero sólo uno es el de verdad y, aunque suelen ser parecidos, con el verdadero se sabe, se nota y se siente.
- Qué afortunada eres de haberlo encontrado -musita Sara apenada.
-O no, o sí, quién sabe -le guiña un ojo- Sé que lo viviré, pero de momento sólo he encontrado los engañosos, esos de saldo que lo imitan a la perfección.
Hablaron durante horas y durante días se siguieron viendo. Siempre a la misma hora, en el mismo lugar, como dos fugitivas ocultas, como si algo malo estuvieran haciendo, como si esa amistad fuera prohibida. Pero Sara se sentía especial, diferente, sin duda, feliz.
Miguel había localizado a Cristina por Facebook y, por primera vez, contaba la verdad. Le habló de Sara. Le habló de sus últimos diez años. De sus infidelidades. De sus defectos. De sus sueños y aspiraciones. Le habló sin reparos, le habló sin pudor. Por primera vez sentía amor. Por primera vez se sentía cómplice de alguien. No tardaron en verse en persona, pues ella debía contarle algo… algo que podría cambiar para siempre lo que entre ellos había nacido. Debía contarle que aunque se llame Cristina, fue Cristian quien nació primero.
Marcus estaba en las duchas del gimnasio, a última hora, pues desde el orgullo temía ver desnudos a sus compañeros ya que ahora no sabía si sería capaz de mirarlos con disimulo. Recordaba su experiencia sexual mientras se excitaba y se tocaba. Lo hacía sin percatarse de que otro chico lo estaba mirando, uno que no dudó en unirse a él y practicarle una felación.
Rebeca llevaba una semana evitando a Sara por sentirse mala amiga, pero hoy necesitaba verla. Necesitaba contarle toda la verdad, pues hoy, la que era su novia, la había dejado. Hoy su mundo se derrumbaba y era hora de darse a conocer tal y como era. Contarle que si salía tanto de fiesta, no salía de verdad, sino que fingía salir para poder estar con quién realmente le hacía feliz: una mujer.
Miguel se fundió en besos con Cristina, a quien ni dejó hablar. Se la llevó a un hotel y se besaron mientras desnudaron sus cuerpos y, poco a poco, se fueron mezclando el uno con el otro. Sintiendo lo que jamás habían sentido con otras personas…
Inés acompañaba a Sara a casa y, por primera vez, la besaba. Recorrieron la casa entre besos mientras se desnudaban. Sara estaba ardiente y deseosa, como nunca antes.
Rebeca irrumpía en casa de Sara, descubriendo que su amiga no sólo estaba con una chica, sino más bien, con la que era su chica.
Marcus explotaba en secreto su sexualidad. Esta segunda experiencia había sido tan gratificante como la primera y, por supuesto, debía haber una tercera, una cuarta…
Cristina y Miguel estaban viviendo las horas más felices de sus días. Acostados desnudos sobre la cama. Cuando Miguel recordó que Cristi quería decirle algo…“No puede ser verdad. Es una transexual ¿Y ahora qué?”, pensó al enterarse de la verdad.
Rebeca salió con las lágrimas en los ojos. Había perdido a las dos personas más importantes en su vida de un solo plumazo, pues aunque Sara no supiera nada de su relación, Rebe la culpaba. La culpaba porque Inés se había cansado de ser la otra, la que debía permanecer en la sombra. Para Sara era hora de sentarse y tomar decisiones. Las decisiones que durante toda una vida había evitado. Y Miguel, sin más, se dejó llevar, porque el amor es más fuerte que todas las cosas…