Y esta es la tesis que siguen, con grandes dosis de humor negro, estos Relatos salvajes firmados con maestría por el argentino Damián Szifrón. Porque a veces las bodas no salen como estaba previsto, pueden ponernos una multa de aparcamiento donde no hay señal alguna de prohibición o nos vemos envueltos en una seria pelea de tráfico por los motivos más nimios. Casi siempre conseguimos ser racionales ante situaciones desagradables o imprevistas, pero a veces estallamos. Puede que el enfado se zanje con algunos insultos, pero en ocasiones el asunto se vuelve más serio y realizamos acciones de las que podemos llegar a arrepentirnos. Es difícil mantener la cabeza fría ante ciertas situaciones.
A pesar de tanta seriedad en mi discurso, la película de Szifrón no es más que un mero divertimento, aunque extraordinariamente bien realizado, que mantiene un magnífico nivel en todos sus episodios, historias independientes unidas por dos términos: venganza y misantropía. Como espectador no me cabe duda de que usted se lo va a pasar en grande viéndola, pero como ser humano estoy seguro de que en determinados momentos va a sentir pequeñas oleadas de desasosiego al reconocer (espero que como mero testigo), algunas de las situaciones que retrata Szifrón que, aunque tremendamente exageradas, no dejan de estar inspiradas en la vida cotidiana. Van a reírse, pero a veces van a sentir un íntimo malestar por haberlo hecho. Porque pocas veces van a ser testigos de un humor tan cruel y tan negro. Negrísimo. De entre todos los episodios, que son para enmarcar, yo destacaría La propuesta, una visión tan ácida de la mezquindad y la miseria humanas que parece ideada por un Billy Wilder en estado de gracia, que contiene una moraleja muy incómoda: retorciendo la antigua idea de una crisis es una oportunidad, cabría decir que es explotando el infortunio ajeno como los canallas hacen su fortuna.