Relecturas : azorín

Publicado el 27 octubre 2010 por Anarod

Ayer logré convencer a un alumno que se embarcase en una Tesis Doctoral sobre asuntos de los cuales yo no podré ocuparme del todo porque...
Y es el caso que me alegró haberle contagiado cierto entusiasmo, al hablarle de lo agradecido que resulta revisitar el articulismo y la obra menor de los más grandes.
Y le conté cómo periódicamente necesitaba enfangarme en las relecturas de esos textos: sean de Azorín, Unamuno, Baroja, Ortega...

Decía Azorín (en el "Nuevo Prefacio" escrito para una reedición de 1938 de sus Lecturas españolas: 1912) que "un autor clásico es un reflejo de nuestra sensibilidad moderna. .. Por eso los clásicos evolucionan, evolucionan según cambian y evoluciona la sensibilidad de las generaciones".



Suelo volver a Azorín con cierta frecuencia y no son pocas las veces que siento que viene en mi ayuda, que algunas líneas azorinianas me "sirven" para expresar lo que ando barruntando o lo que me ocupa.
Por ejemplo, recuerdo que cuando reseñé Vals negro (1994), la estupenda novela de Ana María Moix sobre Elizabeth de Baviera me vino de maravilla un párrafo del prólogo a Pensando en España (1940), donde Azorín se lamentaba de la escasa fortuna de que gozaron algunos neologismos, aun a pesar de la seducción o hechizo que tenían. Y destaca, como ejemplo de lo dicho, segismundear, lanzado por Calderón en La vida es sueño.

No ha prosperado -afirma-. Segismundear no ha tenido fortuna. Y, sin embargo, !qué cargado de espiritualidad está ese vocablo ! Segismundear es soñar. Soñar un gran personaje quepor su cargo, por sus obligaciones, por sus responsabilidades, no debe soñar. No puede entragarse a los poéticos desvaríos del ensueño, y, sin emabrago, sueña. Su espíritu libre es más fuerte que las imposiciones dela realidad secular. Segismundea Luis de Baviera, el constructor de tantos castillos agrestes, el amigo de Wagner. Segismundea Isabel, la esposa de Francisco José, tan fina, tan sensitiva, que levanta frente al mar, en un jardín, a llá en una isla, una estatua a Heine. Todo gran personaje que segismundea nos es simpático. El espíritu, en el segismundeo, triunfa de la materia. Con el segismundeo, el rey Luis y la emperatriz Isabel descienden para ascender. Descienden de la pompa vana del trono para ascender a las regiones de la pura y etérea poesía.

En Vals Negro Ana María Moix rescataba esa condición oculta de Elizabeth de Baviera, su libertad de espíritu, su carácter soñador, su idealismo, su sensibilidad... Y, al hacerlo, la liberaba del corsé Sissi que a lo largo de tantos años sirvió para oprimir la figura de esta mujer y transmitirnos -sea através de las novelas pseudohistóricas, sea a través de las recreaciones cinematográficas- una imagen edulcorada y rosa, cargada con todo el lastre de la sentimentalidad estrictamente lacrimógena o melo.



El año pasado, al releer para mis cursos Un pueblecito: Ríofrío de Ávila, otras líneas azorinianas me vinieron al pelo cuando me ocupaba de la novela de Haroldo Conti: Sudeste, y señaba una excepcional cualidad de su escritura, escribiendo textualmente:

Hay en Sudeste epopeya, lirismo y tragedia (y también humor) tamizados en el crisol de una maravillosa y dificilísima sencillez, esa que según Azorín consiste en colocar una cosa detrás de otra: “Comenzaron a despuntar los sauces. La línea de las islas se oscurecía. Sintieron en sus cuerpos esa vaga inquietud que acompaña al cambio. Una especie de zozobra. Un desvelo”.



Y poco después releía para el Máster La ruta de Don Quijote (1905), un libro que creía recordar con precisión. Sin embargo, posiblemente por haber atendido a sus líneas vertebrales, no recordaba esta breve escena, cuando el cronista recorre Argamasilla y recorta algunas siluetas. Entre otras, las del viejo labriego Martín.

-Martín -le dicen- este señor es periodista.
Martín, que ha estado haciendo pleita sentado en una sillita terrera, me mira, puesto en pie, con sus ojuelos maliciosos, bailadores, y dice sonriendo:
-Ya, ya; este señor es de los que ponen las cosas en leyenda.
-Este señor -tornan a decirle- puede hacer que tú salgas en los papeles.
-Ya, ya -torna a replicar él, con una expresión de socarronería y de bondad-. ¿Con que este señor puede hacer que Martín, sin salir de su casa, vaya muy largo?

¡Lo dicho!