Las cuestiones históricas, religiosas o morales, para seguir con algunos de los ejemplos señalados por el crítico español, no se dirimen ni en Parlamentos ni por los Gobiernos, pero ellos están capacitados para promover iniciativas que intenten ser coherentes con la realidad histórica, la libertad de credos o la ética cívica, corrigiendo en lo posible las versiones interesadas o las costumbres impuestas por los poderes dominantes durante determinado tiempo. Porque no es imponer por la fuerza una verdad, sino facilitar que esa verdad pueda ser alcanzada por la razón, sin obstáculos mantenidos por mor de las tradiciones o las versiones acuñadas por los vencedores y las élites dominantes. Tampoco es “reformar las mentes de los ciudadanos” eliminar del callejero los nombres de personajes que se distinguieron por usar la violencia extrema contra la legalidad, coartar la libertad de los ciudadanos, violar los derechos humanos, constituir y formar parte de gobiernos reaccionarios y perseguir y criminalizar a sus compatriotas por motivos políticos, religiosos o por estar, simplemente, en el lado equivocado de la contienda. De mismo modo que permitir que la dignidad de los inocentes vencidos, humillados además con la doble losa del olvido y el desinterés político, no es en absoluto una patología propia de gobernantes totalitarios, sino una actitud loable de justicia histórica y moral. Es, en definitiva, facilitar que la razón alcance también la verdad por vías cotidianas (la nomenclatura de un callejero, las estatuas y símbolos en las ciudades, los museos y sitios históricos) y no sólo a través de las académicas, asequibles a una minoría con formación.
Las cuestiones históricas, religiosas o morales, para seguir con algunos de los ejemplos señalados por el crítico español, no se dirimen ni en Parlamentos ni por los Gobiernos, pero ellos están capacitados para promover iniciativas que intenten ser coherentes con la realidad histórica, la libertad de credos o la ética cívica, corrigiendo en lo posible las versiones interesadas o las costumbres impuestas por los poderes dominantes durante determinado tiempo. Porque no es imponer por la fuerza una verdad, sino facilitar que esa verdad pueda ser alcanzada por la razón, sin obstáculos mantenidos por mor de las tradiciones o las versiones acuñadas por los vencedores y las élites dominantes. Tampoco es “reformar las mentes de los ciudadanos” eliminar del callejero los nombres de personajes que se distinguieron por usar la violencia extrema contra la legalidad, coartar la libertad de los ciudadanos, violar los derechos humanos, constituir y formar parte de gobiernos reaccionarios y perseguir y criminalizar a sus compatriotas por motivos políticos, religiosos o por estar, simplemente, en el lado equivocado de la contienda. De mismo modo que permitir que la dignidad de los inocentes vencidos, humillados además con la doble losa del olvido y el desinterés político, no es en absoluto una patología propia de gobernantes totalitarios, sino una actitud loable de justicia histórica y moral. Es, en definitiva, facilitar que la razón alcance también la verdad por vías cotidianas (la nomenclatura de un callejero, las estatuas y símbolos en las ciudades, los museos y sitios históricos) y no sólo a través de las académicas, asequibles a una minoría con formación.