Abrazo 2013 sin ningún propósito, tan sólo el de dejarme llevar, bien atado a los cuatro cachivaches que importan, sobre los que construyo y reconstruyo lo que parece que soy, que voy siendo. Algunos van quedando en el camino, pero en lo que está en mi mano intento aferrarlos con fuerza: si se marchan, que no pueda recriminarme nunca que se alejaron por culpa mía, o que yo tuve algo que ver con la pérdida.
El cielo está bien negro, ahora que vuelvo a la normalidad, pero eso ya no es ninguna novedad. Decía que no tengo ninguna meta para el nuevo año, pero miento: mi objetivo será silbar bien fuerte, a cada momento, a pleno pulmón, por encima de las melodías tristes y los acordes aberrantes, huyendo de los días grises y de la mala gente como de la mierda. A toda esa gente, como al 2012, también los mando a la alcantarilla. Que hagan y deshagan lo que quieran, allí, en sus cloacas. Yo me quedo con el ridículo feliz, con la idiotez exultante. Así, como Oliver Onions cantando Orzowei.