¡Qué extraño saber la hora del día con sólo oler el aire! Los chinos inventaron un reloj que permitía hacer eso en el siglo X. Usaba bastones de incienso con distintas fragancias donde cada hora iba dejando lugar a la otra con un nuevo olor. Más tarde sumaron a estos relojes delicados mecanismos sonoros. El incienso, al consumirse, iba quemando cordeles de los que colgaban esferas de bronce de distinto tamaño que al caer sobre un plato metálico marcaban con su gong el comienzo de otra etapa.
Recordé la historia del olor del tiempo al volver a leer el capítulo dedicado a los relojes en el libro Comprender los medios de comunicación de Marshall McLuhan. El capítulo lleva exactamente ese subtítulo, "El olor del tiempo", y cuenta la historia de los relojes de incienso.
JULIÁN GALLO
“El olor del tiempo”
(la nación, 14.06.15)