Revista Cultura y Ocio

Remedios “infalibles” contra la enfermedad de amor

Publicado el 23 marzo 2016 por Desequilibros
Una de las prescripciones facultativas habituales contra la enfermedad de amor, y me atrevo a considerar que de las más respetadas a efectos prácticos, era el coito, que había que practicar cuanto se pudiera, preferiblemente con alguien que no fuera la amada.
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Remedios “infalibles” contra la enfermedad de amorLos remedios "infalibles" contra todo tipo de dolencias o los "ingenios" caseros para prevenir males venideros proceden de antiguo. Y no nos referimos a aquellos que incluyen el uso o consumo de productos naturales con probados efectos benéficos, como la corteza de sauce, de donde sale al ácido acetilsalicílico, el eucalipco, la jalea real, el ginseng, las diversas raíces, infusiones, decocciones, lixiviados, inhalaciones… con efectos antipiréticos, analgésicos, estimulantes y/o relajantes…
Ni a las llamadas sustancias estupefacientes tan utilizadas ya en la América precolombina o desde la antigüedad en Asia, Oriente Medio, hasta el mediterráneo. Pero no es este el lugar para extenderse en medicina natural.
Nos referimos a ciertos remedios pseudo-homeopáticos (nótese que al “palabro” no hay por donde agarrarlo), tan extendidos como poco efectivos ya desde hace muchos siglos.
Díganme, si no, cómo se puede calificar al baño en la laguna Estigia que padeció Aquiles cuando su madre, advertida por un oráculo de que su hijo iba a morir joven en Troya, decidió sumergirlo en las aguas para hacerlo inmune a cualquier ataque. Como sabrán, para tan inaudito bautismo (muchos siglos antes de la escena en el río Jordán entre Juan Bautista y Jesucristo), "mamá" Tetis tuvo que sujetarlo por los talones para la inmersión, dejando así un inesperado punto débil que a la postre le costó la vida al héroe homérico.

Remedios “infalibles” contra la enfermedad de amor

El bálsamo de Fiera Brás
Ilustración de http://www.juanmartinez.cl/7.html

¿O cómo definir las lamentables "sangrías" que se aplicaban a los enfermos, que más que sanar agravaban el estado del paciente?
¿Y qué me dicen del quijotesco bálsamo de Fiera Bras, que tenía efectos beneficiosos en los caballeros y nocivos en los villanos? El pobre Sancho padeció en carnes propias tan veleidoso comportamiento.
¿O de las argucias del quevediano Dómine Cabra a la hora de preparar la comida?:
Tenía [el dómine] una caja de hierro, toda agujereada como salvadera, abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornábala a cerrar, y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros, y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que, en esto, se gastaba mucho, y dio en solo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino. 
Pero conviene matizar que no todos esos dudosos remedios eran tan lamentables.
Domine CabraUna de las enfermedades mejor documentadas de la literatura es el “mal de amores” o “enfermedad de amor”. Tan habitual fue desde la grecia clásica hasta la edad moderna que figuró en los tratados de medicina hasta el siglo XVIII.
Veamos.
Ya los griegos establecieron que primero fue el Caos, luego el Cosmos y luego el Hombre, que como parte del Cosmos, y de su misma composición, es en realidad un Microcosmos. El Caos estaba compuesto por contrarios: calor, sequedad, humedad y frío. La combinación de estos elementos producía los cuatro elementos del Cosmos: fuego, aire, agua y tierra, que se corresponden, resumiendo mucho, con los cuatro “humores” con los que funcionaba el cuerpo humano, a saber: sangre, flema, bilis y bilis negra.
En el equilibrio de estos humores residía la salud; un desequilibrio controlado era el causante de los diferentes temperamentos: flemático, colérico, sanguíneo y apasionado; y una descompesanción en alguno de ellos producía la enfermedad. ¿Entienden ahora mejor el origen de la expresión estar de “mal humor”?
Si la bilis negra se apodera del cuerpo se produce la enfermedad de la Melancolía. Esto es lo que provoca el Hereos, nombre que surge como mezcla etimológica de Héroe y Eros. Y es que esta enfermedad solo la padecían un determinado tipo de hombres: cortesanos, nobles, reyes, caballeros de alta alcurnia…
DON QUIJOTE PROCLAMANDO AL CIELO SU ENAMORAMIENTO.Los síntomas más comunes, algunos ya enunciados por Aristóteles, eran: temblores al ser nombrado o en proximidad del ser querido, insomnio, apatía, debilidad, falta de apetito, suspiros llorosos, deseo de escuchar canciones tristes y de estar a oscuras, arritmia, ojos hundidos… Seguramente no son muy distintos de las actuales manifestaciones de un enamoramiento adolescente o pueril.
Y las soluciones terapéuticas tampoco parecen muy distintas con el discurrir de los siglos: básicamente distraer al enfermo; hacerle beber vino, charlas alegres con los amigos, asistir a comedias, oir música, viajar, hablar mal de las mujeres…
¿A que les resultan familiares estos remedios?
Pero una de las prescripciones facultativas habituales contra la enfermedad de amor, y me atrevo a considerar que de las más respetadas a efectos prácticos, era el coito, que había que practicar cuanto se pudiera, preferiblemente con alguien que no fuera la amada con el propósito de cambiar la voluntad y afectos del enamorado y hacerle olvidar sus devaneos. La mujer, por tanto, o resultaba inalcanzable o pasaba a desempeñar el papel de mero desahogo.
¿Imaginan una receta médica escrita en estos términos: "tener relaciones sexuales con jóvenes especialmente placenteras"?
El "amor cortés" vino a poner un poco de juicio a estas prácticas, al abundar menos en el tema sexual y centrarse más en los aspectos virtuosos de la relación, sobre todo en lo que se refiere a la dama, que de esta manera no quedaba condenada por adúltera ni mancillada en su virginidad. Conviene recordar que amor cortés y matrimonio no se llevaban bien, pues las bodas solían estar arregladas por motivos de conveniencia. Así que el caballero profesaba su verdadero amor a través de la total fidelidad y devoción a una sola mujer y le mostraba absoluta lealtad a través de diversos trabajos y sacrificios.
Los encuentros amorosos raramente terminaban con la consumación sexual y habitualmente eran descritos con doble sentido, de forma que se pudieran interpretar como “platónicos”.
La Celestina. PicassoLas clases dominantes, y la literatura, impusieron el amor cortés como un código de conducta que modifica las reglas del amor, del cortejo y de la visión de la mujer, confiriéndole una condicion más igualitaria frente al habitual trato como mero objeto sexual.
Así, el amor cortes vino a otorgarle a la mujer un papel más respetuoso que ha permanecido casi intacto en los tópicos actuales: la de su hegemonía respecto al varón, al que sitúa en un plano de vasallo frente al señor, y al que convierte mejor persona a base de hacerle cultivar virtudes tan caballerescas como la paciencia, la contención y el dominio de sí mismo y de determinadas habilidades.
Muchos personajes clásicos padecieron estos males: El Amadís de Gaula, Calixto en La Celestina, el mismísimo Don Quijote, el Orlando Furioso; cada uno les puso remedio como buenamente pudo, a menudo con la inestimable intervención de terceras personas o de potentes brebajes y conjuros, como los usados en Tristán e Isolda o por la “puta vieja” Celestina, que apostó por soluciones más mundanas y menos heróicas.
No teman; no les voy a recomendar que lean La Celestina, aunque deberían; seguramente les resulte más edificante Las amistades peligrosas.
La Celestina, de Fernando de Rojas 

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