Yo, con tan sólo dos años, en la casa de mi abuela, en Arrecife (Lanzarote)
Tenía cinco años y era la primera vez que tenía la posibilidad de explorar más allá de la casa de mi abuela. El colegio era la puerta a un apasionante mundo de nuevos conocimientos y al contacto con niños y niñas de otros barrios de una Arrecife que comenzaba a despuntar y dibujar los trazados de la ciudad tal como la conocemos hoy.
Con apenas cinco años no sólo supe que me sentía atraído por los niños sino que, además, viví con una pasión desmesurada para un niño de tan corta edad una sensación de atontamiento por un compañero de clase, Guillermo. No sé si se trataba de un sentimiento prematuro de amor o la devoción por un niño brillante en los estudios y valiente en el patio del colegio. Estoy a punto de cumplir 40 años y han pasado casi 35 desde que paseaba cada día por la estrecha vereda de tierra y las primeras calles asfaltadas que discurrían desde la casa de mi abuela al colegio Benito Méndez. Años en los que sufrí las primeras embestidas de lo que hoy tiene denominación –acoso escolar- y que en aquella época era tratado con una cruel indiferencia. Guillermo, hijo de la profesora, fue consolidándose durante tres años como un héroe inalcanzable. Inaccesible para un enano que apenas levantaba un palmo del suelo y que trataba, sin éxito, de llamar su atención con el único arma que tenía entonces: las enormes ganas de aprender. Tres años después, nos separamos. Él siguió los caminos de su madre hacia otro centro y yo seguí los pasos de mi familia hacia nuestra primera casa y un nuevo colegio. Apenas dos o tres años después nos volvimos a encontrar sobre una pista de balonmano, en bandos opuestos. Yo seguía mirándole entonces con la misma admiración que el primer día. Él, en cambio, siguió tratándome con la distancia y con la indiferencia de quien se sabe admirado. Estas escenas de mi infancia fueron mi primer encuentro con mi homosexualidad. Un tierno retrato de un niño que no sólo comenzaba a dar sus primeros pasos en la vida sino también en un mundo que le causaba rubor y una inseguridad patológica.Pese a las sombras, recuerdo aquella etapa con nostalgia. Ha habido, desde entonces, algunos nubarrones, pero lo que hoy importa es la tranquilidad de saber quién soy y el amor por la persona a la que quiero desde hace casi 13 años.