Tras años de penurias, destrucción de empleo y reducciones salariales que han empobrecido a los trabajadores a cuenta de una crisis económica de la que no son responsables, los sindicatos exigen, al hilo de una recuperación de la actividad económica de la que han sido excluidos, una subida salarial del 3 por ciento para los próximos años, al objeto de que los empleados comiencen a recuperar parte del poder adquisitivo perdido. Es decir, que la tan voceada por el Gobierno recuperación llegue también a los bolsillos de los trabajadores. En los prolegómenos de esa negociación entre la patronal y los sindicatos, el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Juan Rosell, se mostró favorable a una subida salarial de entre el 1,2 y el 2,5 por ciento, más un punto adicional en la parte variable, que parecía acorde con las demandas sindicales. Pero la patronal madrileña, miembro relevante de esa Confederación, enseguida mostró su rechazo a tal subida, puesto que “muchas pequeñas y mediadas empresas aún están en números rojos”. Incluso se opuso a la subida del 8 por ciento del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) aprobada por el Gobierno, al considerar que tal incremento, a todas luces justificado, tiraría al alza al resto de los salarios. No hace falta resaltar cuál de los criterios ha prevalecido en la CEOEen demostración de que, para la patronal empresarial, los trabajadores han de seguir soportando las estrecheces y precariedades impuestas durante la crisis, aún cuando un cambio de ciclo económico impulsa una recuperación cuyos beneficios disfrutan sólo los patronos y altos ejecutivos de las empresas.
Estos hechos coincidentes en el tiempo en nuestro país ponen de relieve las distintas varas de medir existentes en el mundo laboral, donde la precariedad siempre la soporta una parte, la más numerosa y vulnerable, y los beneficios la otra parte, una minoría privilegiada y amparada por gobiernos, leyes y reformas laborales. Ello siempre ha sido así y lo único malo es que aceptamos, con resignación y nuestro voto, esta sociedad clasista, injusta y llena de desigualdades como si fuera lo más normal del mundo. Una “normalidad” que condena al pobre a la pobreza y posibilita al rico mayores riquezas. Y todo perfectamente legal.