Desde Buenos Aires como licenciada, pasando por Londres como magíster primero y más tarde como doctora, hasta regresar a su país natal, ya en calidad de investigadora docente en la Universidad Nacional General Sarmiento. Valeria Esquivel llega a Colombia invitada por el Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad de la Universidad del Valle, el Proyecto de No Violencias hacia las Mujeres, y el Movimiento Social de Mujeres de Cali. El país cafetero celebra en marzo el Mes Internacional de la Mujer, con la vista puesta en la Ley 1257 de 2008, sobre la no violencia contra las mujeres tanto física como psicológica, sexual, simbólica y económica. Las palabras de Esquivel se abstraen del contexto geográfico para centrarse en esta última forma de discriminación, entendida, según lo estipulado en los Planes de Acción de las Conferencias de Viena, El Cairo y Pekín, como el abuso económico, el control abusivo de las fianzas, las recompensas o los castigos monetarios a las mujeres.
¿Hablar de economía feminista en América Latina es hablar de economía del cuidado?
La economía feminista no es sólo la economía del cuidado, a pesar de que yo haya trabajado el tema en profundidad. Haciendo eso nos vamos a quedar en un análisis de la política social y lo macro nos va a pasar por encima, como nos suele pasar. Lo sistémico no puede quedar sin cuestionar. La incorporación del trabajo doméstico no remunerado al análisis económico es una pieza fundamental de la economía feminista. Pero la economía feminista termina cuestionando el objeto de estudio de la propia economía. Hay que repensar el funcionamiento del sistema económico desde una perspectiva integral.
¿Significa eso que la economía feminista se opone, por definición, a la visión neoliberal?
Creo que sí. Por definición, en términos epistemológicos, la economía feminista se opone al análisis neoliberal, es un programa de investigación heterodoxo. Aunque también hay economistas feministas que se consideran a sí mismas ortodoxas y, en ese caso, entienden el análisis feminista como una corrección en la que sus análisis se ubican en el ámbito microeconómico.
Regresando al tema del cuidado, algunos académicos critican que supone una especie de invasión de la esfera de lo privado, de lo que sucede, por ejemplo, en el interior de los hogares.
Una de las aportaciones de la economía feminista es sacar la noción de ‘cuidado’ de la esfera privada. El cuidado está atravesado por instituciones, por políticas, por lo que entendemos como nuestra identidad. Es público, en el sentido de politizable.
¿Cuál es la agenda política asociada a la economía del cuidado?
Visibilizar el trabajo doméstico del cuidado no genera una única agenda. Por ejemplo, una de estas agendas es la de la remuneración al ama de casa, con la que no estoy de acuerdo. En la Plataforma de Acción de Pekín de 1995, el trabajo doméstico se llamó trabajo no-remunerado y se llamaba a los países a generar instrumentos de medición, como las encuestas de uso del tiempo, con las que considerar su valor. La frutilla de ese postre era reconocer, para valorizar, para remunerar. Detrás estaba el movimiento del salario para las amas de casa, que era muy fuerte en Italia e Inglaterra. Significaba poner un precio a algo que no es mercantil ni monetario. Los países europeos socialdemócratas se oponían a ese mensaje. La Plataforma se terminó quedando a mitad de camino: reconocer, valorizar… y no dice nada más.
¿Pero por qué no reconocer, también económicamente, el trabajo de las amas de casa?
Porque fosiliza e inmoviliza la distribución actual del trabajo; va en contra de la idea de redistribución del cuidado. Además, el actor político, el ama de casa que no está en el mercado, es un actor cada vez más pequeño. La mayoría de nosotras, y cada vez más frecuentemente en las nuevas generaciones, va a estar a la vez en el hogar y en el mercado; por lo menos en nuestra región. Sin embargo, cuando entramos a la esfera remunerada no logramos alterar demasiado nuestro rol como mujeres. La remuneración cosifica; estaríamos cayendo en una naturalización de ese rol. Y a su vez, tiene implícita una idea de familia, de varón y de mujer, que se ha desactualizado con el tiempo. Hoy ya no tenemos hogares nucleares biparentales como la norma; tenemos un sinfín de configuraciones familiares que no necesariamente tienen un trabajador remunerado varón y a una mujer ama de casa.
Si el punto de partida es que todas y todos recibamos el cuidado que necesitamos, ¿remunerar a quienes lo posibilitan, principalmente mujeres, no es una forma de garantizarlo?
Para mí, no. Hay una variedad de instrumentos políticos, como los servicios de cuidado o las iniciativas de conciliación familia-trabajo, que a la par que garantizan la provisión de cuidados redistribuyen la responsabilidad de brindarlos. Mi inquietud como economista son todas esas instituciones, regulaciones y políticas que enfatizan y refuerzan ciertos valores culturales sobre otros. Si la remuneración de las mujeres es menor que la de los varones, en una pareja ¿quién va a estar más horas en el mercado de trabajo? El varón, porque para la misma hora recibe más ingresos. Los incentivos están dados para que los hombres estén más en el mercado de trabajo y las mujeres, en los hogares. Se trata de alterar esos incentivos, de cuestionar la economía, de ver cómo hacemos para vivir un poco mejor.
Entiendo que haces una distinción entre quien trabaja en su hogar y quien lo hace fuera limpiando y cuidando en otras casas. Es decir y si hablamos de mujeres, diferencias entre las que podríamos llamar ‘amas de casa’ y las ‘trabajadoras domésticas’.
Efectivamente, es importante la distinción que se da entre el trabajo no remunerado de las amas de casa y el trabajo doméstico, que sí debe ser remunerado. Las trabajadoras domésticas tienen que estar bien remuneradas, pues es imperioso transformar al trabajo doméstico en trabajo decente.
El tema del cuidado ¿es también y sobre todo cultural?
Sí, sin dudas. El punto es que no es sólo cultural… si por cultural se entiende inmodificable. Lo interesante en el cuidado es que lo que nos suena natural en algunas sociedades en otras no lo es. No hay nada natural. El debate por ejemplo en Europa son las mujeres mayores, porque hay más mujeres mayores que hombres, y cómo garantizar su cuidado. Ocurre también en China. Pero en nuestros países se habla de cómo hacer guarderías. Por eso el cuidado son distintas cosas, aunque todas parten del mismo asunto: ¿a quién se define como dependiente, como beneficiario? ¿A través de qué mecanismos se introducen garantías para ese cuidado? ¿Cuándo se supone que va a llegar gratuitamente a las familias?
¿La perspectiva del cuidado es la versión feminista de la protección social?
La perspectiva de cuidado va más allá porque mientras la protección social básicamente garantiza el ingreso mínimo, que es para consumir, el cuidado se pregunta además por una dimensión que está más allá del consumo. El cuidado es mucho más complejo. Se juegan los afectos, las normas sociales y las identidades. Desde la perspectiva del cuidado no pedimos que todo el mundo consuma sino que todo el mundo tenga el cuidado que necesita, lo que es caro en términos de tiempo y más allá de la remuneración.
Pero ¿la contratación doméstica es una solución coherente con el feminismo?
No, en términos de que no redistribuye el trabajo doméstico sino que termina externalizándolo. Ahora, eso no quiere decir que habría que abolir el trabajo doméstico remunerado en sí mismo. Lo que hay que hacer es tener sociedades más igualitarias y relaciones entre varones y mujeres más igualitarias, pero en el camino hay proteger a estas trabajadoras. La contratación de trabajadoras domésticas, además de explicarse por las prácticas clasistas y por las inequidades de género, se explica por mercados de trabajo que no generan alternativas para estas mujeres en términos de ocupación.
Desde esta postura feminista, ¿cuál es la valoración que haces de las mujeres de clase media-alta o acomodada que contratan a mujeres de los que llamas ‘sectores populares’, para que se ocupen del trabajo doméstico?
Quienes están contratando el servicio doméstico son los hogares, no las mujeres de clase media acomodada; los servicios los recibe el hogar, pero como se naturaliza que las mujeres son las responsables, entonces ellas quienes terminan tramitando esa relación con la empleada doméstica. Lo que provoca externalizar parte de este trabajo en otras mujeres empobrecidas es que el conflicto de género en el interior de los hogares no se resuelve, no redistribuyes entre mujeres y varones, si no que se recurre al servicio doméstico. Es una práctica clasista porque se juegan distancias sociales y porque no existe la contratación de trabajo doméstico en sociedades igualitarias, pues para que haya contratación de trabajo doméstico la distancia salarial entre lo que se le paga a la empleada doméstica y lo que genera el hogar tiene que ser muy elevada. Por eso en países más igualitarios el trabajo doméstico es un servicio de lujo.
La Filosofía, desde la ética de la justicia, ha evidenciado las consecuencias que supone ubicar el concepto de ‘cuidado’ en el centro del debate. Para algunos teóricos, el cuidado queda anclado a la mujer.
El tema del cuidado y su romanticismo genera escozor en el feminismo. La noción de ‘cuidado’ se nos resbala hacia el antifeminismo con mucha facilidad. Efectivamente es un concepto resbaladizo porque aparece cercano a la naturalización del cuidado como una dimensión de lo femenino, como si naturalmente las mujeres estuviéramos equipadas para cuidar, y para cuidar bien. En algunos contextos, aparece incluso leído como una exaltación de la maternidad. A oídos conservadores puede ser peligroso y por eso tenemos que sacarlo del terreno privado para hacer una lectura feminista. No es posible que mi único lugar como mujer sea la maternidad o el cuidado. Por eso prefiero una perspectiva de derechos a una retórica vacía del cuidado.
En esa noción de ‘cuidado’ des-ubicada cultural y sexualmente, ¿cómo se relaciona el cuidado con los varones?
Tiene que ser posible que una mujer opte por no cuidar sin jugarse la identidad. Igualmente, que los varones puedan cuidar sin perder tampoco su identidad. El cuidado es una práctica. Y los varones van a cuidar cuando estén puestos en la situación. Me preocupa que las políticas sociales ubiquen a las mujeres, sobre todo a las de sectores populares, únicamente en el rol de cuidadoras, quitándoles autonomía. Lo interesante del cuidado es que visibiliza miradas transversales; las personas requerimos cuidados con distintos grados, de acuerdo a nuestro nivel de dependencia y de autonomía, y esos cuidados tienen que poder mirarse de forma integral. En ese sentido, el cuidado como concepto es positivo si permite viabilizar un diálogo entre las distintas perspectivas. El cuidado no es un condimento natural de la femineidad, es un aspecto de los seres humanos que se practica y se aprende. Es relacional. Un varón que cuida no es menos varón, al igual que una mujer que no cuida no deja de ser mujer. Como práctica, el varón también puede aprender a cuidar, que no es un rasgo natural ni de varones ni de mujeres.
Fuente: Women in Management