El error número dos encierra el contexto del valor de una marca: “Pensar que la marca es solo el logo, la papelería y los colores corporativos: Las marcas abarcan todo, desde la percepción del cliente y la experiencia con la calidad, la imagen física, el servicio al cliente, su entorno comercial y desarrollo en la web, el tono y la voz de las comunicaciones, y mucho más.”
Sí, la marca es mucho más que un buen logo. Una marca es un elemento influyente en nuestra sociedad, porque nosotros le damos el valor a partir de reconocernos como seres sociales que intrínsecamente le otorgamos un valor emocional a nuestro entorno.
El papel de las marcas dentro de la sociedad es el de ser impulsores de la economía. Es muy raro escucharlo porque no somos conscientes que forman parte de nuestra comunicación diaria, las pedimos todo el tiempo por su nombre.
Es así que creemos que no hay que gestionarlas y se salen de curso con escándalos de RSE, contaminación ambiental, baja calidad, etc. La excusa es que no hay tiempo ni dinero para gestionarlas porque la globalización, la crisis mundial, la demanda del mercado no deja espacio para ello.
Cuando se habla de marketing, no se puede desligar de la estrategia de comunicación de la marca. Naturalmente dependiente la una a la otra y abarca desde el diseño de la marca hasta las acciones de responsabilidad social y empresarial.
Y siendo así, es nuestra obligación replantear el objetivo de la comunicación de la marca. No puede orientarse solamente a un statu quo; costosas campañas que compiten por el reconocimiento profesional, cada vez más lejos de las necesidades emocionales de sus stakeholders. Sí, aquellas que construyen sueños, esperanzas y alientan la creatividad de la sociedad.
Una marca tiene mucho que escuchar, que contar, que aportar. Es el centro de un complejo engranaje humano, tecnológico y económico que afecta directamente la sociedad en su desarrollo, su crecimiento, su evolución, en la expectativa de vida en este planeta.
Una marca es un producto o servicio que surgió por una necesidad previamente identificada y que es satisfecha por una empresa que tiene toda una estructura funcional que nos permite una mejor calidad de vida, y que se personifica en una representación visualmente emotiva, identificándose con el cliente con experiencias que buscan ser memorables y positivas; la identidad de marca, aquella que habla de sus cualidades tangibles e intangibles que la diferencian de otras marcas en el mercado.
Así la fórmula de Lasswell después de décadas, sigue estando más vigente que nunca cómo fundamento del diseño eficaz de una estrategia de marketing, que se responsabiliza para convertirse en una importante fuente de información que permita responder las preguntas fundamentales para el cliente, (cada día más exigente, más reflexivo) proporcionando respuestas creativas que generan confianza y credibilidad, sustentadas siempre por las acciones coherentes de la empresa: Quién, Qué, Cuándo, Dónde, Cómo y Por Qué.
Miguel de Moragas nos explica este concepto: “El paradigma de Lasswell, más que la causa, es el síntoma de una etapa y una tendencia de la investigación sobre la comunicación de masas que centra su atención en los efectos.” Esos efectos que en definitiva, van a afectar considerablemente la imagen de la empresa a través de sus marcas corporativas y comerciales, especialmente en tiempos de crisis, en los que no esperamos que la marca, en la que se ha invertido tiempo, recursos económicos, humanos y tecnológicos, sea la primera opción descartable para el presupuesto de la empresa como “mecanismo de ahorro”. Todo lo contrario, confiamos en que los esfuerzos de comunicación realizados fortalezcan la presencia de la marca en el mercado, permitiendo continuar trabajando en la innovación de productos y servicios evitando el estancamiento, con estrategias de acercamiento y fidelización partiendo de un feedback activo con los clientes.