Repetir desayuno, descartar vida.

Publicado el 02 febrero 2018 por Molinos @molinos1282
Por mi cumpleaños he pedido un reloj despertador con radio. Lo quiero bonito, discreto y que no haga que mi mesilla de noche parezca la de un señor de Cuéntame con bigote. Quiero que tenga números que brillen iluminando mi insomnio pero que no brillen tanto como para despertarme cuando soy la Bella Durmiente. MI cumpleaños no ha llegado todavía así que me despierto con la alarma del móvil. 
Pulso descartar. No tiene sentido darle a repetir. 
Me levanto, meto los pies en las zapatillas que nos trajo El Ingeniero de Rumanía y que, en palabras de Clara, son como meter los pies en nubes y me pongo la sudadera de Nueva York. Todavía no es de día, es noche cerrada en mi pasillo y amanece en mi cocina. Pongo la radio «Alerta por frío, hoy no llegaremos a los diez grados en Madrid». Mientras abro la nevera para sacar la leche, la mantequilla y el zumo pienso en que la palabra Alerta ya no es lo que era, ahora la usamos para cualquier memez. ¿Alerta diez grados en enero? Me encantaría que hiciera menos cuarenta para ver qué palabra utilizaríamos ¿Alertón? ¿Alertaza? 
Vuelvo a la noche cerrada del pasillo y la convierto en día encendiendo la luz. «Chicas, son las siete y media, levantaos ya» 
Mientras caliento el café pienso en que todavía no sé si estoy triste o enfadada. Tengo esa sensación de querer hacerme bicho bola y, a la vez, querer sacar un lanzallamas y disfrutar de un liberador día de furia. Y tengo una contractura. Saltan las tostadas y me siento a untarlas antes de que se enfríen. Escucho el ruido de otro par de nubes andando por el pasillo y salto a apagar la radio. «Mamá, no me gusta la radio por las mañanas» María aparece con su bata con capucha con orejas y se sienta frente a mí. Nos miramos. Come brownie sin gluten intentando que no se le cierren los ojos y yo leo sobre los identitarios franceses que han inspirado al movimiento Alt-right en Estados Unidos mientras mordisqueo mi tostada. A mí tampoco me gusta la radio cuando desayuno con ellas, me parecen intrusos. Otro par de nubes entran arrastrándose. Clara se sienta, vierte la leche en su taza y parpadea con fuerza intentando despegar sus pestañas. No hablamos. Ni una palabra. Me gusta que ya sean tan mayores como para que el despertar sea como flotar en el mar dejándote llevar a la orilla y no una semifinal de los 100 metros lisos. Me gusta la calma y la tranquilidad mientras desayunamos sintiéndonos desgraciadas por tener que dejar nuestras camas, salir de casa, enfrentarnos a la vida. Me encanta que valoren el silencio cuando todavía no sabes qué versión de ti misma va a ser ese día.
Ojalá poder darle a repetir desayuno y descartar vida.