En esta entrada traigo a colación los comentarios que mi amigo y colega Raúl Ortega ha realizado sobre el tema que abordé en varios ensayos: Mi crítica a la concepción de Ken Wilber en relación a su polémica idea de la falacia Pre/Trans, cuando tacha a los junguianos de "elevacionistas" (que tratan estados pre-racionales, infantiles, de la conciencia como estados superiores y místicos) y habla de los arquetipos como estructuras colectivas, pero no transpersonales (a excepción del arquetipo del Self, que sí acepta como transpersonal).
He aquí el texto de Raúl Ortega, un acuariano como Ken Wilber (al igual que lo es un servidor), que complementa lo que yo he desarrollado en mis dos entradas anteriores: Primera parte, Segunda Parte, Tercera Parte.
"Siempre he sentido una fuerte empatía por la figura de Wilber. Al principio me parecía que sólo se debía a la comunión de nuestros intereses y a la manera similar (demasiado intelectual) de abordarlos. Podría decir que la fuerza mental de Wilber es una versión muy mejorada de la mía (y su voluntad una cualidad que en mí inexiste), pero el estilo enciclopédico, esa manía trágicamente ambiciosa y obsesiva por descubrir "la breve historia de todas las cosas", la teoría del Todo, nos iguala. Cuando leía por primera vez "El proyecto Atman", allá a principios de los noventa, ocurrió que más o menos a la mitad del libro se me ocurrió de repente escribir unas acotaciones y excursos que su lectura me había inspirado. Esto en sí es raro, para mí. Yo jamás subrayo ni anoto nada cuando leo. Me resultó ya en principio curioso que mis pensamientos, totalmente terminados, hubiesen ocupado, exactamente, el arbitrario e irregular espacio del trozo de papel que había arrancado para redactarlos, pero lo que me conmovió fue comprobar que unas páginas más tarde Wilber había desarrollado el mismo excurso, párrafo a párrafo, asociación de pensamiento a asociación de pensamiento, casi palabra por palabra. Ocupando el mismo espacio.
Sin embargo, con el tiempo descubrí que, más en el fondo aún, lo que ocurre es que los dos estamos poderosamente atrapados por nuestro común signo natal, Acuario. Atrapados por igual en el enciclopédico mito acuariano. Von Franz lo aclaró finalmente aún más todo (ella aclara tantas cosas...), al expresar que su intuición le decía que el espíritu que impulsaba a Wilber era el de otro esclavo de Acuario, el más célebre de todos, el más enciclopédico de todos: Tomás de Aquino, el amado héroe (aparte de Jung) de la magnífica junguiana. Un pope por el que, con el tiempo, no he podido otra cosa que ir acumulando también más cariño. Indiscutiblemente, dicho sea de paso, somos incapaces de amar verdaderamente nada ni nadie que no sea nosotros mismos (¿esto será sólo narcisismo infantil o también transpersonal anhelo por el Self?). Y ya que hablamos de amor: Tomás ahuyentó a su pretendienta con una antorcha, Wilber vivió una tragedia romántica con Treya y yo... El caso es que el mito acuariano conlleva una sui generis relación con la Dama del Agua. Esto ya me lo avisó un curandero portugués muy poderoso hace unos 12 años, cuando trataba de explicarme las cualidades propias de mi natal. Claro que yo no le creí entonces una palabra.
El asunto es que me siento en condiciones de decir que comprendo más o menos bien el proceso mental de Wilber, y hay un punto, que es éste que tratamos hoy, en el que me aparto de él y lo rechazo. Justo en esta cuestión abandoné a Wilber y sus escritos, hace muchos años atrás. Simplemente creo que comete un grave patinazo. Un patinazo muy acuariano.
La estructura de su doctrina es una arquitectura perfecta. Es como un mandala, geométricamente impecable. Todo está solarmente iluminado. Yo sé qué gran satisfacción produce eso en un alma como la suya: se siente como la contemplación de la belleza matemática de las esferas celestiales. Hemos encontrado la fórmula del Todo, y hemos comprendido, o sea, abrazado, ese Todo, con la Supramente. Ahí sí que campea a gusto Acuario: en la estratosfera, mirándolo todo desde la razón, de arriba a abajo. Eso para él, para nosotros, es intensidad vital. Es en sí la Iluminación, la expansión de la conciencia, aunque deberíamos llamarlo estado suprarracional, no trans-racional. Por supuesto, cuando él habla de los estados más altos de la transpersonalidad, está en el fondo sintiendo la llamada a esto, aunque trate de negarlo incluso ante sí mismo. Él hablará una y otra vez de los maestros orientales y sus estilos, alabará y aconsejará la meditación, pero sus guías, sus modelos de Self, son realmente gente como Newton. O como Freud. El desarrollo del saber cartesiano hasta su último grado es para él, para nosotros, la diferenciación máxima de la conciencia. Aunque tratemos de ocultarlo haciéndole teóricas concesiones a otros modos de crecimiento psíquico.
Hace un rato estaba curioseando en las publicaciones del mundo wilberiano antes de ponerme a escribir este comentario y leí un comunicado que hizo él mismo en 2002 a sus íntimos (luego se hizo público) sobre la enfermedad que padece (deficiencia de la enzima Rnase). Ahí podemos escucharle decir lo siguiente:
"[...] La primera fase de la enfermedad dura cerca de 5 años, y llega a su fin, irónicamente, cuando la aptitud del cuerpo para sintetizar proteína está tan dañada que ya no puede producir Rnase tampoco. La persona entra entonces en una segunda fase, la cual dura aproximadamente diez años, dónde las cosas están relativamente tranquilas en términos de la enfermedad misma, solamente que su actividad física se ve gravemente comprometida y deben vivir en lo que ha sido llamado una "burbuja funcional," a menudo teniendo sólo algunas horas de caminata al día. Afortunadamente, yo había cultivado un estilo de vida que nunca requirió un cuerpo, así es que tuve unos años diez intermedios bastantes buenos (casi todos los 90′s).
[...] El síntoma básico es la "hipoxia," o falta de oxígeno en las células (debido al daño en la mitocondria), así es que uno siente que se está sofocando y permanece postrado en cama todo el tiempo (literalmente). También afortunadamente para mí, esto significa mega-meditación. También significa depresión, tristeza, y dolor, no tanto por el dolor en este cuerpo, sino por el dolor de lo que este cuerpo no puede hacer.
Profundamente conmovedor ¿no? Por cierto que justo no más que ayer me acosté pensando sobre mi salud. Hace demasiado tiempo que no me cuido nada, y ahora padezco una especie de fatiga crónica que me incapacita físicamente bastante. Pensé que mientras mi mente-espíritu no estuviera afectada por este cansancio, todo lo realmente importante estaría a salvo. Pero noto que Wilber se siente más seguro frente a eso que yo. Bueno, esto son otras historias...
Extrañamente, claro está, mi mente-espíritu continúa escribiendo libros, y durante este último período realmente severo (el último semestre), ingenié cerca de 800 páginas realmente buenas, a menudo escritas en la cama; pero eso no importa.
Stephen Hawking también nació en Enero, como Wilber. Aunque cayó en la franja de otro hijo de Saturno: Capricornio.
[...] A veces me siento bien con ella, a veces no. La mayor parte del tiempo tengo suerte, y hay un sahaj radiante, con un cuerpo dolorido espontáneamente surgiendo en un océano de vacío bienaventurado. Otras veces, hay solamente un cuerpo dolorido. En todos los casos, mi Ser es libre y radiante, pero mi yo está jodido, de modo que es simplemente una cuestión de en qué lado de la calle de la identidad decida jugar.
En definitiva, es obvio que con Ken estamos sumergidos en el prometeico Mito de la Diferenciación de la Función de Pensamiento. Algo que en sí mismo implica, de entrada, una extraordinaria grandeza al lado de una ineludible parcialidad (de momento lo corporal importa un pito). Para ser exacto, también la diferenciación de la intuición juega aquí un papel radicalmente importante. Pero me las imagino ahora a las dos en un tándem tipo Quijote y Sancho Panza: una tiende a mandar, la otra a seguir y apoyar. Wilber expresa el dueto nítidamente: "mi mente-espíritu". Por supuesto, esto es lo que pide el Self de Wilber, y se alienaría si tratara de convertirse en otra cosa, de diferenciarse en otra dirección. Éste es su Dharma. Pero, en pro precisamente de la suprema diferenciación del pensamiento, que es el encuentro con las verdades universales, hay que saber lidiar con sus peculiares limitaciones y sus tendenciosidades prejuiciosas, que son el lastre de Karma.
Lo que no es genial son las cosas que no puedo hacer durante infecciones activas, razón por la cual tuvimos que cancelar el Seminario de Psicología Integral y el seminario en el ITP (Institute of Transpersonal Psychology). Esas cosas son de lejos las más duras con las que debo lidiar, el no poder hacer eso. A veces simplemente pienso en esta cosa como una herida de guerra que me hice mientras cuidaba a Treya, y en cierta forma eso lo hace más fácil de aguantar. Pero otra vez, en tantas formas he sido tan extravagantemente bendecido más allá de cualquier cosa merecida. Esta mente intercepta a veces a Dios, y aún los ángeles lloran."
Uno de los problemas en que se enreda el pensamiento camino de su refinamiento es en su dificultad para distinguir lo abstracto de lo metafísico, y es ahí donde sólo la intuición, y la fenomenología intuitiva, puede ayudarle a diferenciar. La cuestión es que lo metafísico está vivo, aunque sea incorpóreo, y es actuante, y lo abstracto no. Pero como el pensamiento se desenvuelve tan bien con un cuerpo postrado, medio muerto, en la cama, le cuesta distinguir este matiz. Como consecuencia de todo esto cae a menudo en la trampa de creer que lo matemáticamente bello es real. Es curioso, pero precisamente el pensamiento, tan opuesto al sentimiento, puede volverse muy ñoño frente a la estética formal. Pierde rigor, y se abandona al sentimentalismo. Una construcción lógica simétrica y proporcionada tiene todos los condimentos para ser aceptada a priori como suprema verdad. La bella pureza de la idea de tiempo en Newton, como ser eterno, constante y siempre tan coherente consigo mismo le llevó a considerarlo la suprema realidad de Dios, cuando no era más que una mentira física. Hay mucho de atracción por la simplicidad en todo esto, y esa atracción por la simplicidad se deriva de la... pereza (otra vez de regreso a la cama). Es muy confortable en la práctica manejarnos con ideas y objetos que son sencillos de comprender y de utilizar al primer tiento. Sabemos sentarnos cómodos inmediatamente en una silla perfectamente construída sobre un suelo perfectamente plano. Esto vale también para las ideas. Pero en la Naturaleza, la vida real, las cosas no están construidas con escuadra, cartabón y nivel.
Todo esto me lo dicta la intuición y mi pensamiento se deprime y sufre. A mí me fascina el ouroboros. Al primer golpe de vista transmite una profunda, compleja y poderosa verdad. Pero si espero encontrar esa inmediatez lógica, esa simetría, en los procesos de la psique vivita y coleante y en los procesos de la physis, voy a fracasar. Porque el ouroboros real tiene cien cabezas y cuatrocientos rabos, y es circular aquí y una elipse allá, y, en verdad, parece un muelle más que un círculo perfecto. Es más: a veces parece convertirse en justo su contrario. El ouroboros es una metáfora que me ayuda a captar cierto aspecto de una verdad universal, expresado del modo más cómodo posible para mi limitadísimo y vago pensamiento. Apunta hacia lo metafísico, pero está atrapado en una pueril abstracción. Es un resumen. Pero un resumen, por definición, es una verdad parcial.
Las doctrinas de Wilber sobre el desarrollo psíquico son tan lineales y perfectas como la trayectoria de un cohete a la Luna. Son matemáticamente tan exactas, simétricas y proporcionales, tan bellas, que por ello hay que entenderlas como una metáfora intelectual simplificada, pedagógica, y no una descripción exacta y fiel de lo que ocurre en la realidad. Como aproximación, son una maravilla y un hito en la historia del desarrollo de la conciencia de toda la Humanidad. En su carácter de verdad resumida y un poquito apresurada, una construcción que es contradictoria con la pretensión última de ser una expresión de la Verdad Total. Para acercarse aún más a la auténtica realidad psíquica les falta paradoja, esa cosa fangosa que ensucia y tira al traste todo lo bello que busca la función intelectual. La paradoja, sin embargo, es acogida por la función intuitiva. Como la realidad arquetípica es tan paradójica, y Jung es tan paradójico en su faceta intuitiva, y tan hipócritamente ambiguo ante el público general, la prometeica necesidad de claridad de Wilber no la ha logrado entender correctamente.
También les falta una necesaria concesión a la irregularidad. A la complejidad, a lo abstruso. El desarrollo psíquico real es bastante confuso y desconcertante.
Wilber se acerca a la psique desde la mente-espíritu, Jung lo hace desde el alma, y a través de ella y su fenomenología, manejando hábilmente la mente, arriba hasta el espíritu. Una diferencia metodológica fundamental entre los dos autores es que la doctrina junguiana está cuajada de eso, de fenomenología. Sus pensamientos están empapados de agua del alma, de sangre de anima. De biografía, de experiencias y experimentación. Es una doctrina lunar . Por contra, todo lo lunar de Wilber queda al margen de su producción intelectual. Por ejemplo, Treya, y su tragedia sentimental, no aparece entre líneas. Todo es apolíneo, solar. En ese comunicado del que me ocupé más arriba, dice:
Más arriba dije que el mito acuariano tiene una enorme facilidad para tratar de seguir los derroteros de gente como Newton, Freud o Kant. Los grandes arquitectos teóricos. Pero más allá de esa fase hay otra, auténticamente transpersonal: la del Fausto. Con Fausto se expresa el hecho de que por más que seamos doctos en todo (por más desarrollada que esté la función intelectual), siempre hay un punto en que lo que necesitamos saber a continuación es algo que aún no somos ni siquiera capaces de pensar. Horrenda paradoja: ese lugar donde lo que necesitamos conocer intelectualmente sólo nos lo va a otorgar el amar, el dejarnos arrebatar por una experiencia portando una cabeza de chorlito, lo cual nos empuja a las antípodas de nuestro más querido mundo. ¿Podría habérsele ocurrido a Darwin algo interesante sin haber pisado las Galápagos? La relación con Treya, su enfermedad, la relación con su propia enfermedad, son los pinzones de Darwin de Wilber. En la medida en que solucione ese rompecabezas, que justo se da en territorios exóticos para su carácter, entenderá el Arquetipo. Quizás hasta de un modo más profundo que Jung.
Hace ya muchos años que ando contando que el complejo de edipo, que se supone es un síntoma claro de conciencia pre-racional, de infantilidad y de inmadurez, en realidad es uno de los hechos espirituales y transpersonales más importantes en el desarrollo humano. Una constelación relacional que se puede dar a cualquier edad. No tiene nada de infantil ni de inmaduro. Pero para entender esto hay que apartarse de la idea, tan occidental, de que el progreso es lineal, y así también lo es el progreso de la psique, con un antes, un ahora y un después. El arquetipo es preexistente, sin embargo. Atemporal. Su faceta instintiva se está inmiscuyendo siempre, desde el momento de nacer (bueno, obviamente desde antes), y su lado espiritual también. De hecho lo hace de un modo muy especial precisamente en la infancia. Por eso nuestros mitos hablan de Niños Dioses y por eso nadie encuentra en los reinos transpersonales nada que no estuviera desde su infancia esperándolo, pacientemente, ahí. El tiempo del desarrollo es un tiempo circular. Y ya sé que con esto simplifico demasiado. Wilber se coloca en lo subjetivo, la conciencia del sujeto, y a pesar de hablar de lo transpersonal, crea una psicología sin dioses. El dios es la conciencia y su desarrollo. Pero lo que llamamos Iluminación no es otra cosa que integrar el saber que ya atesoran, desde siempre, los arquetipos, los dioses. La expansión de la conciencia es en realidad un aprendizaje. Una relación maestro-discípulo. Desde la niñez.