Revista Cultura y Ocio

Representaciones cinematográficas del Estado, dignas de un Oscar

Publicado el 10 abril 2015 por María Bertoni
El Estado interviene en dos de los retratos de Szifrón.

El Estado interviene en dos de los retratos de Szifrón.

A casi dos meses de la ceremonia televisada, la 87ª entrega de los Oscar resucita en la mente de los espectadores porteños que asistimos a la reposición de Ida en marzo y al estreno de Leviathan el jueves de la semana pasada. Además de invitarnos a repensar Relatos salvajes (sobre todo a especular con mejor conocimiento de causa las razones por las que la estatuilla a la película extranjera no quedó en manos de nuestro Damián Szifrón), los largometrajes de Pawel Pawlikowski y de Andrey Zvyagintsev inspiran algunas observaciones sobre la representación del Estado en este trío seleccionado por la Academy of Motion Picture Arts and Sciences.

El Estado es un personaje más o menos explícito en dos de los seis cortos de Szifrón. En La propuesta, se corporeiza en la figura secundaria de un fiscal corrupto. En Bombita, encarna al principal adversario del protagonista a cargo de Ricardo Darín (con el que gran parte del público argentino sintió afinidad), y aparece representado por empleados de los servicios de acarreo de vehículos en infracción y del cobro de multas de tránsito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La caricatura del Estado corrupto y prepotente que presenta Szifrón queda sepultada bajo la enorme masa corporal del Leviathan ruso que Zvyagintsev retrató para disgusto de Vladimir Putin. Los empleados públicos de Bombita son bebés de pecho al lado del intendente que encarna Roman Madyanov, y los avatares burocráticos que sufre el levantisco Simón equivalen a un rasguño leve en comparación con el despiadado castigo impuesto al vapuleado Kolya.

La denuncia que xxxx hace del Estado ruso aplasta las quejas anti-kirchneristas y anti-macristas.

La denuncia de Zvyagintsev contrarió a Putin.

La (in)conducta del fiscal en La propuesta constituye la arista szifroniana más cercana al fresco de Zvyagintsev. La similitud es limitada dado el distinto grado de intensidad con el que cada director denuncia la venalidad de uno o varios funcionarios públicos.

Algunos espectadores encontrarán en esta diferencia de contundencia un indicio de que, en términos de violencia institucional, la Rusia de Putin supera ampliamente a la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner (y a la Buenos Aires de Mauricio Macri). Otros entenderán que Zvyagintsev grita más fuerte porque el suyo es un film de denuncia, en este caso, contra un Estado inescrupuloso y prepotente, al servicio de intereses particulares y dispuesto a aniquilar a todo ciudadano molesto.

En Ida, el Estado daña por omisión antes que por acción. La ausencia es tal que ni siquiera interviene en la penosa exhumación y en el traslado de los despojos de los familiares de Anna y su excéntrica tía.

El Estado polaco sólo aparece en escena cuando Pawlikowski filma a tía Wanda mientras integra el tribunal de un juicio oral, y mientras se resiste a una sanción policial por haber conducido ebria. El director le reserva un papel secundarísimo que, sin embargo, basta para sugerir la suerte que corren los ciudadanos cuando el contrato social se diluye de esa otra manera.

El Estado daña por omisión en el film de Pawlikowski.

El Estado daña por omisión en el film de Pawlikowski.

Una interesante diferencia entre Ida y Leviathan… En la primera película, la religión -o mejor dicho la Iglesia- ofrece contención (al menos la contención que las instituciones familiar y estatal le niegan a la protagonista). En la segunda, en cambio, la Iglesia se revela instigadora del Estado corrupto (tan mal está el Estado ruso –parece decir Zvyagintsev- que hasta transgrede su tradición laica para delinquir).

Habría que ver las otras dos competidoras del rubro (la mauritana Timbuktu de Abderrahmane Sissako y la estonia Tangerines de Zaza Urushadze) para confirmar la hipótesis de que el jurado de la 87ª entrega de los Oscar tuvo especial interés en nominar -y premiar en el caso de Ida– al cine extranjero que denuncia la inconducta estatal. Por lo pronto, el triplete aquí abordado deja poco margen para pensar más allá de dos extremos: la prepotencia arrolladora y la omisión cómplice.


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