El muchacho se limpió los zapatos de barro antes de entrar en la casa, se sacudió el agua de la gorra y se dirigió al armario donde el abuelo militar guardaba la pistola.
Vació el cargador en ellos impulsado por una rabia imposible de controlar.
La monótona lluvia que caía tras los cristales puso el contrapunto a la brutal violencia desatada en aquella casa.
El muchacho soltó el arma, asustado, y corrió a encerrarse en su habitación. "Ahora dirán que el psicópata soy yo", pensó cuando estuvo entre las sábanas.
El lacón con grelos humeaba en el fogón.