La ley natural, la doctrina de la Iglesia Católica y otras muchas normas y leyes democráticas del mundo permiten el rechazo y la oposición activa de los ciudadanos a gobiernos nocivos para la paz, la convivencia, la justicia y los derechos fundamentales.
Muchos españoles nos sentimos avengonzados ante el comportamiento de gobiernos como el de Zapatero y el actual, que constituyen una verdadera plaga dañina para España y para la comunidad internacional. Bajo el mandato de esa clase política, España es hoy un país mal gobernado y dominado por el desempleo, el avance de la pobreza, la desigualdad, el desprestigio internacional, la desconfianza en el liderazgo, el divorcio entre políticos y ciudadanos, la degeneración de la democracia y otros muchos males que han convertido a España en potencia mundial en alcoholismo, tráfico y consumo de drogas, desempleo, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, prostitución, trata de blancas, población encarcelada, crecimiento de la inseguridad, enchufismo, arbitrariedad, coches oficiales, despilfarro público, avance de la corrupción, rechazo ciudadano a la clase política y toda una lista, casi inacabable, de males y dramas capaces de arruinar la convivencia y de hundir a la nación.
Los dos últimos gobiernos que ha padecido España, sobre todo el de Zapatero, han sido dramáticos y de una bajeza suprema. Su prioridad ha sido obtener dinero, como sea, incluso metiendo impúdicamente la mano en el bolsillo del ciudadano. A pesar de la crisis, las arcas públicas siempre han estado llenas y ellos han podido cobrar sus sueldos y mantener sus privilegios, a costa de la pobreza y la desesperación de millones de ciudadanos arruinados no tanto por la crisis sino por la voracidad insaciable de los políticos, que, al no pagar sus deudas e incrementar la presión fiscal, cerraron cientos de miles de empresas y dejaron sin trabajo a millones de personas. Los políticos en España han sido campeones de la injusticia y ejemplo sobrecogedor de los estragos que un mal gobierno descontrolado puede causar a sus propio pueblo.
La critica y la vigilancia ciudadana al poder son actitudes propias de la democracia, mientras que el sometimiento manso del pueblo a los que mandan es el mas típico rasgo de las tiranías. Oponerse a los desmanes honra a los que lo hacen y los convierten en vanguardia de la sociedad. En España, donde estamos padeciendo con dureza los errores, abusos y corrupciones de la clase dirigente, algún día se reconocerá a los que hoy se oponen al poder político con la crítica, el descrédito y otros recursos pacíficos, el mérito que hoy se les niega. Permitir que una clase política tan inepta, arbitraria, injusta y arrogante como la actual desmonte servicios y derechos básicos, además de aplastar al ciudadano con los impuestos mas altos y abusivos de Europa, sin que antes hayan cerrado una sola televisión pública o hayan suprimido las odiadas subvenciones a los partidos políticos y sindicatos es de una cobardía suprema y significaría bendecir la opresión y el derecho de la clase política a sojuzgar a sus ciudadanos.