Y cuando el final aparece, el baile se congela en un instante. Se transforma en una singularidad cósmica en la que no existe ni espacio ni tiempo. La imagen es un simple recuerdo enmarcado y clavado en lo alto de una pared, ajeno a las miradas inoportunas. El rostro sonrojado desaparece y se apaga lentamente hasta adquirir la consistencia funeraria de la cera blanca, casi transparente. Los ojos pierden esa chispa que se ahoga en un lago gris y profundo. La sonrisa se convierte en una mueca desdentada y los lunares verdes se pierden bajo la atenta mirada del sol corruptor. El clavel se marchita para siempre. Todo queda en un simple recuerdo dispuesto a ser archivado y olvidado.
Y cuando el final aparece, el baile se congela en un instante. Se transforma en una singularidad cósmica en la que no existe ni espacio ni tiempo. La imagen es un simple recuerdo enmarcado y clavado en lo alto de una pared, ajeno a las miradas inoportunas. El rostro sonrojado desaparece y se apaga lentamente hasta adquirir la consistencia funeraria de la cera blanca, casi transparente. Los ojos pierden esa chispa que se ahoga en un lago gris y profundo. La sonrisa se convierte en una mueca desdentada y los lunares verdes se pierden bajo la atenta mirada del sol corruptor. El clavel se marchita para siempre. Todo queda en un simple recuerdo dispuesto a ser archivado y olvidado.