Requiem

Publicado el 16 octubre 2018 por Santi

Fuera llueve. En el aula, una chica se lamenta continuamente de la situación en Estados Unidos -desde donde ella ha venido a Inglaterra a atender un máster en lo que se decide por otro; quiere trabajar en la ONU.   Lamenta que la gente sea tan estúpida como para votar a Trump. Lamenta que los blancos sean tan estúpidos como para tratar mal a los negros. Nos pregunta por qué a nivel internacional unos Estados se aprovechan de la debilidad de otros. Se queja de que los tabloides sensacionalistas en Reino Unido hablen mal en sus portadas de los inmigrantes, de los refugiados, de los musulmanes. Declara que venimos a estudiar a vuestras universidades, pagamos mucho dinero, y vosotros (los ingleses; la profesora, de origen pakistaní, resulta indirectamente acusada) no hacéis más que hablar mal de los no ingleses. El punto en que la situación de esta estudiante se relaciona con la de la mayoría de inmigrantes no queda claro.  Ella no necesita levantar la mano para hablar, lo que denota su costumbre de ser escuchada. Cree que cuanto piensa u opina es importante, y por eso acapara buena parte del tiempo de las clases dando voz a su inteligencia. La profesora, como los otros estudiantes, no se opone a la injusticia. Los compañeros lo comentan fuera del aula, "qué odiosa es esta chica", pero nada más. Son el futuro de la política europea.
Es triste que estos estudiantes de "políticas" sean tan jóvenes. De haber tenido unos años más quizás atesorarían algo de roce con el pensamiento marxista. Siquiera un poquito. No hace daño.   Discutiendo con la aristócrata arriba descrita me dí cuenta de algo: quienes como ella se quejan de cuantos culpan de sus problemas a "los otros" como parte de sus programas políticos y propagandísticos, a su vez se incluyen en un segmento concreto y se victimizan respecto a, cuidado, otros grupos vistos como -al menos intelectualmente- inferiores. Así, el problema de Estados Unidos es que todos oprimen a los negros, y como nuestra estudiante-visitante en Reino Unido tiene la piel de ese color, es una víctima. En ningún caso lo es del sistema: lo es del racismo blanco. Y eso lo acapara todo.  Intento razonar con ella siguiendo una idea lanzada por la profesora poco antes, la del contexto, y la amplia mira que da el estudio de la historia. No seas presentista, le digo. Se trata de relaciones de poder, de discursos y de modificación de las percepciones. En el Imperio otomano los más blancos eran muy valorados como esclavos. Hay aquí algo más en juego que el racismo y la xenofobia con que los populistas mueven a las masas más golpeadas por el desempleo. Y tú, de paso, estás cayendo en su juego, al no querer mirar al bosque.  Es inútil, no hay nada que hacer. En sus divagaciones pasa de un tema al siguiente hasta acabar a pársecs del argumento inicial. Doy el caso por perdido y espero que la vida se encargue de enseñarle algo, como aun tendrá que hacer conmigo.
Lo bueno de esta breve discusión es que me hace pensar un poco más en el significado de todo ello: la belleza de una ideología cuasi religiosa que identificaba a una clase -transnacional y transracial- en clave de lucha con otra clase, la explotadora; belleza ahora aumentada cual la de las construcciones antiguas poco a poco engullidas por las arenas del tiempo.
Los billonarios no tienen etnia ni religión ni nacionalidad que les separe. Se llevan bien con aquellos que comparten sus intereses, alrededor del globo. Empatizan. Es la fórmula del éxito.   La otra clase, sin embargo, llamémosla media y/o trabajadora, sigue consumiendo los discursos autoinmoladores de raza, religión y victimismos varios. En tiempos de crisis los degusta con especial ahínco. Engulle identidades excluyentes. Se divide en taifas. El desempleado italiano se ve amenazado por el refugiado sirio, el yankee por el hispano, el pobre por el más pobre. Nadie se ve amenazado por las tendencias sistémicas que generan desempleo o conflictos armados. Aquello es cosa de rojos, y fue con puntería lanzado al cajón de los anacronismos para beneficio del discurso único. La oposición romántica o utópica a este Discurso ya no queda en los guantes de una clase obrera sin fronteras, sino en los del fascismo, el extremismo religioso y sus combinaciones. Diferencia y miedo. Para mí algo de nostalgia.
Los jóvenes privilegiados venidos de la Europa y la América a estudiar sobre las fuerzas que gobiernan el mundo ni siquiera saben de qué les hablas cuando les hablas de todo esto. Y uno piensa, con fundación, que la batalla ha terminado y que los viejos Titanes han sido machacados por unos cuantos Olímpicos con mejores estrategias y medios.