Réquien por el juez Gómez Bermúdez

Publicado el 28 marzo 2013 por Romanas


Recuerdo que, cuando empezaba el caso Garzón, pronostiqué lo que iba a ocurrir en sendos posts titulados “Réquiem por Garzón” y “Garzón, ese iluso”, creo.

 Un amigo mío, siempre bien orientado,  estaba tan convencido de que los jueces españoles no se iban a atrever a echar de la profesión al mejor valorado de todos ellos a nivel internacional porque esto significaría su desprestigio mundial, que no tuvo inconveniente en desafiarme con una apuesta que yo acepté inmediatamente porque YO SABIA CIERTAMENTE lo que iba a ocurrir porque él, que es un economista extraordinario y también licenciado en Derecho, no había invertido casi 50 años de su existencia en convivir, día a día, con los jueces. 

Un juez es un hombre especial, muy especial, quizás el más especial de todos los hombres, un juez es un tipo capaz de reconocerme a mí, personalmente, en su despacho, en una discusión profesional de un asunto que yo tramitaba ante él, que se había equivocado, y eran varios millones de aquellas pesetas, que lo sentía mucho pero que no podía hacer nada, lo que yo le dije entonces era constitutivo de un delito, de cuya comisión me he arrepentido muchas veces desde entonces, totalmente indignado por su actitud, cegada totalmente mi capacidad de raciocinio, le dije a aquel juez, uno de los mejores que he conocido en toda mi vida profesional, ni más ni menos que la siguiente imperdonable locura: “a ustedes los únicos que los saben tratar son los etarras, cuando les disparan un tiro en la nuca”. Si sería bueno, no sólo como persona sino también como juez, aquél, que me dijo: “creo, don José, que se ha vuelto usted loco, ande, váyase, salga usted de mi despacho antes de que me arrepienta, llame al agente de guardia y lo mande a usted a la cárcel, ande, váyase, por favor”.

Y me fui, y le estaré toda mi vida agradecido porque cosas como aquella que yo le dije a aquel excelente juez no sólo no se deben pensar cuanto menos decir. Aquel juez fue uno de los que me impulsó a mi a titular este blog “arcángeles”, porque se tiene que ser muy buena persona para tener todo el poder del mundo en tus manos y que un viejo loco venga a tu despacho y te insulte de la peor de las maneras y tú contenerte y perdonarlo, seguramente pensando que yo era ya demasiado viejo y estaba ya también demasiado loco para tomarme en cuenta lo que decía.

Lo dicho, un arcángel, no sólo porque se había equivocado y lo admitió allí, en el profundo secreto de su despacho, sino también porque supo comprender y perdonar el exabrupto de un viejo que había visto cómo se esfumaba que su hija, como letrada de un pleito, perdía la posibilidad de cobrar más de un par de millones de pesetas de honorarios, que había ganado honradamente. 

De modo que un juez es un tipo capaz de arruinarte para siempre o de meterte en la cárcel para siempre también y, luego, seguir viviendo tranquilamente como si nada y que si tú entonces te cagas en su padre y llamas lo que sea a su madre, se controla perfectamente y no te hace nada, pudiéndote hacer mucho. Arcángeles, coño, arcángeles. O sea, gente que está por encima del bien y del mal, que hace en cada momento lo que cree que debe de hacer y que, luego, si comprueba que se ha equivocado, lo asume internamente y seguramente piensa “sí, muy bien, me he equivocado, pero vaya por todas esas veces en las que acerté”. Me he pasado toda mi vida diciendo que el hombre o es desfalleciente, como decía el Doctor Angélico, o es un “homini lupus”, un lobo para el hombre, como decía sir Thomas Hobbes, o una puñetera mierda pinchada en un palo, como creo que soy yo y todos los demás hombres, incluso ese pobre hombre al que acaban de nombrar Papa en el Vaticano, porque, para mí, lo dijo el poeta a quien más quiero y admiro, al que más respeto, porque dio su vida por lo que creía y pensaba, dejándose morir de tuberculosis en una cárcel de Alicante antes que bajarse del burro, desde el que nos dijo aquello de “me llamo barro aunque miguel me llame, barro es mi vocación y mi destino que mancha con su lengua cuanto lame”. 

Y los jueces españoles como yo, como tú, como aquél, no son más que puñetero barro, Miguel tenía mucho mejor gusto que yo y aunque parezca increíble en un simple pastor de cabras estaba mucho mejor educado que yo porque había pasado toda su vida entre éstas y Góngora, de modo que ni siquiera conocía todos estos tacos con los que yo salpico mis posts. De modo que, como íbamos diciendo, los jueces son también seres arcangélicos, que, por definición, se hallan fuera del campo de actuación de los hombres corrientes, se mueven bajo otros parámetros, se consideran depositarios de un poder que sólo cede ante el de Dios, con el que, en cierto modo, se consideran emparentados, por eso Franco los eligió cuidadosamente para que fueran celosos albaceas de su legado. Franco, como Aznar y como Rajoy, creía que los hombres somos esencialmente desiguales y que es una suprema injusticia tratarlos como si fueran todos hijos del mismo padre y de la misma madre.Que unos, ellos, han nacido para mandar, porque son mucho mejores que los otros, que han nacido sólo para obedecer, y que hay que cuidar para que se mantenga este orden preestablecido por Dios, por los siglos de los siglos, amén. Tal vez muchos de vosotros, los que me leéis, pensáis que esto que acabo de decir es una exageración, nada de eso, Franco consintió, y durante su mandato no se movía ni un hoja de un árbol sin su consentimiento, que se acuñaran monedas en las que se podía leer: “Franco, Caudillo de España, por la gracia de Dios”.  O sea que el Reino de Dios, o sea, el de Franco, como su intermediario, debe de preservarse de cualquier ataque maligno, el peor de los cuales es indudablemente aquél que atente contra el principio de autoridad, de manera que, ahora, machos, démosnos por jodidos, los jueces orientarán el caso Bárcenas, como hicieron con el caso Naseiro, otro tesorero del PP, de tal modo que no pase nada, nunca pasa nada, en el mejor de los países posibles, porque la idea de la organización de la vida y del mundo para todos estos señores la expuso tácita pero suficientemente uno de sus representantes más genuinos cuando dijo aquello de que, bajo el mandato de Franco, España disfrutó de una extraordinaria placidez (Mayor Oreja). Eso, placidez, orden, paz, de justicia, que es precisamente su profesión, ninguno de ellos quiere saber nunca nada, de manera que expulsaron de la carrera a Garzón y ahora han apartado del caso Bárcenas a Gómez Bermúndez, porque éste ha acreditado ya con el caso del 11M que es muy capaz, como lo era aquél, de encausar no sólo a Bárcenas sino a todo el PP.