Rescoldos del Antiguo Régimen en la merma progre

Publicado el 17 agosto 2015 por Vigilis @vigilis
España es un país que destaca por su tolerancia. Se puede decir que el único gran colectivo de gente que no es bien tolerada en España lo forman los propios españoles. Somos así, señora. Históricamente, cada vez que no encontramos un enemigo exterior, salta el polvo de la dehesa y nos empezamos a tirar piedras entre vecinos. Algo parecido les ocurre a los ingleses hasta 1745, año en que se produce la última batalla en el contexto de guerra civil entre realistas y jacobitas, la batalla de Culloden, que, con las salvedades oportunas y para entendernos podríamos llamar episodio carlista en la pérfida Albión.

Dramatización goyesca de un Betis-Sevilla trágico. Les faltan las piernas.

Más allá de que los españoles odiemos muy fuerte a otros españoles, tenemos en común con la merma internacional el rasgo distintivo de nuestra merma nacional: un antisemitismo y un antiamericanismo exacerbados. Para la izquierda etérea, extravagante, diluída, antiamericanismo y antisemitismo van de la mano. Los judíos son un engranaje más de ese diablo gringo. Siguiendo la historia del antisemitismo moderno que hunde sus raíces en los pogromos de Rusia y Europa Oriental, los judíos tienen una semi oculta posición de poder en la gran empresa y la gran banca internacional. El capitalismo industrial que han exportado con éxito los Estados Unidos a todo el mundo cuenta, para los mermaos, con judíos en su cúspide dirigiendo los avatares del mundo en una evolución muy loca del libelo de sangre que promovió la policía politica del zar Nicolás II antes de que lo apioletasen.

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Lo curioso es que a finales del XIX y comienzos del XX el Imperio Ruso caía especialmente mal en todas las cancillerías europeas —salvo en la francesa, claro— debido a su política antisemita. En una Europa que podíamos dividir entre grandes imperios y pequeñas democracias, el liberalismo político se había abierto paso y había logrado conquistar cierta igualdad de derechos políticos para millones de personas tan europeas como la que más y que daba la casualidad que profesaban la religión judía. En los campos de batalla europeos, desde la guerra franco-prusiana hasta la Gran Guerra, judíos de varios países corrían a alistarse voluntarios para, después de estar siglos muy puteados, demostrar que se habían ganado su puesto en igualdad con el resto de sus vecinos gentiles. Especialmente trágico es el caso alemán. Miles de oficiales y soldados judíos más alemanes que el Fausto de Goethe se dejaron la salud y la vida defendiendo a su patria y luego su patria les devolvió el favor gaseándolos como a insectos. Es esa parte de la historia terrible y que hay que recordar cada día para no olvidar jamás que el ser humano es capaz de lo inimaginable.

Creo que es la ópera de Viena. Cuando tiraron abajo las murallas, le ganaron muchos metros a la ciudad para levantar palacios y casas de la ópera. Ese mundo no volverá y es una pena porque la gente vestía muy bien. Al menos los cuatro que se vestían, claro.

Pues bien, Berlín, Londres, Viena, Roma... despreciaban a Rusia por ser un osbsolescente recuerdo del Antiguo Régimen y por ser un régimen que reconocía el antisemitismo como política del estado. Este mismo régimen dio origen, como apuntaba antes, a los mitos del antisemitismo moderno por medio de fábulas inventadas por su policía secreta, la Ochrana, a la que luego los rojos le cambiaron el nombre hasta convertirla en el actual KGB (o como le llamen ahora, FSB, creo). Lo penoso del caso es que el antisemitismo político europeo no sólo no ha sido extirpado del continente sino que, con el acompañamiento del antiamericanismo y anticapitalismo, ha recobrado nuevas fuerzas y continúa ahí al fondo como un runrún, homenaje a lo más despreciable de la condición humana.
Ese aire de modernez infinita, esa invención constante de nuevas formas de gimotear y ser públicamente mimosa que tiene nuestra merma europea contrasta con el antisemitismo decimonónico ruso del que hacen gala. La última de esta gente tan antigua y reaccionaria que sin embargo se autocalifican de progresistas es exigir a un cantante de un festival moderno una declaración pública que recuerda a los juicios de autocrítica de la China de la Revolución Cultural. A esto le llaman progresismo y modernez. A esta suciedad intelectual, a esta miseria moral, a este crimen de lesa humanidad.

Retrato de la decadencia, la derrota y la miseria. Nicolas II Romanov estaría contento de ir a este festival.

Bien puede argumentar alguien que en un festival privado el organizador puede exigir confesiones ideológicas a los participantes. El problema es que por definición un festival de música al aire libre es un evento público. El problema, sobre todo para un liberal, es que por muy privado que sea una festival todos los hombres nacemos poseedores de una dignidad intrínseca a nuestra existencia. Por eso el ejército de drogadictos violadores y pederastas de Estado Islámico no puede hacer lo que le dé la gana ni nosotros se lo debemos permitir. Por eso algunos —con nulo éxito— defendemos una política de intervención universal que persiga los crímenes de lesa humanidad allá donde se produzcan, con contundencia abrumadora para que se le quiten las ganas a los posibles imitadores.
"Diplomacia de cañonero" le llamaban a esto hace cien años. En cien años hemos aprendido unas cuantas cosas. Una doctrina de intervención universal desde luego que debe de contar con apoyos multilaterales y la mesa de diálogo ser una de sus herramientas, pero tener el palo más largo y puntiagudo tampoco viene mal.

El león de Judá sobre la bandera etíope es el símbolo de este festival. Cuando los soviéticos inundaron Etiopía de armas baratas y arrasaron el país, los israelíes rescataron a miles de judíos etíopes y los llevaron a Israel. Pero qué van a saber estos mastuerzos.

Regresando al escenario del antisemitismo progresista europeo, es especialmente grave el titubeo y los "pelillos a la mar" de nuestra prensa cerril habitual. Las "bromitas" antisemitas que sueltan por tuiter iletrados cargos públicos. O la manida doble vara de medir que sobre todo vemos en cualquier noticia que incluya a Israel, esa cabeza de playa que el mundo libre tiene in partibus infidelium.
Especialmente gravoso este asunto en estos años en los que Europa ve un renacer del populismo nacionalista. Una Europa que sigue dando palos de ciego con el asunto de una inmigración que necesita para rejuvenecer a su población pero de la que es temerosa porque se trata de gente que no conoce mucho la Biblia ni viene de países que han heredado lo bueno que trajo la derrota del Antiguo Régimen.
Como pollos sin cabeza estamos, señora. Y la merma progre, como los franceses de hace cien años, ahí, ayudando.