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Vi a Leire en un atardecer sin saber si el atardecer era atardecer por sí solo o si era ella misma. Cargaba con un hatajo de libros y los cuidaba con su abrazo. Pensé que yo podía ser un libro solo para eso; para capturarla, hacerla sonreír, dejarle una huella y ser indeleble y secreto. Un libro solo para ella.
Y entonces decidí que todo nuestro libro sería de cartas (sinónimos de suspiros, canciones y de nosotros)
Creo que conseguí ser uno de aquellos libros que abrazaba.
Pero con hojas quebradizas y con final amargo.
LEIRE CASTELLÁN
Lo vi de refilón pero alcancé a ver sus ojos y me reprodujo en ese instante todas las canciones de La Oreja de Van Gogh. Parecía que había tejido todas las melodías y se las había puesto en ellos y me sentí acompañada de vuelta a casa y en mis sueños.
Cuando vino a mi librería supe que era real; una melodía persistente que apaciguaría cualquier tormenta, luminoso, una luciérnaga. No recuerdo sus primeras palabras, pero sí su mirada.
Con ella me lo dijo todo.
Con ella me dijo que escribiríamos una historia con cartas por el cielo.
A pesar de todas las tormentas de Madrid
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