Reseña #315. El dragón, Rashômon y otros cuentos, de Akutagawa Ryûnosuke

Publicado el 26 octubre 2018 por Zeleza @AtardecBajoArbo

El dragón, Rashômon y otros cuentos

Título original: Akutagawa Ryûnosuke tanpenshu
Traductor: Mariló Rodríguez del Alisal, Clara Mie Cánovas
Editorial: Quaterni
Páginas: 424
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788494030109
Precio: 20,50€
Sinopsis
Fina selección de relatos de muy diversa extensión agrupados en tres grandes bloques: los ambientados en el Japón feudal (Rashômon, En la maleza del bosque, La nariz, El dragón, El hilo de la araña y El biombo del infierno); los que transcurren durante el nacimiento del Japón moderno (Memorándum del doctor Ogata Ryosai, O-Gin, Lealtad, Historia de un hombre al que se le cayó la cabeza, Puerros y Patas de caballo); y los basados en la propia vida y experiencias del autor, Ryûnosuke Akutagawa, que toma diferentes alter egos para aparecer en su producción (Daidôji Shinsuke: años de juventud, El oficio de escribir, La enfermedad del niño, Crónica de difuntos, Vida de un necio y Los engranajes).
Tomado como un todo, un libro muy hermoso y sugerente que hará las delicias de los niponófilos más exigentes pero que también puede ser una inmejorable primera toma de contacto con la sensibilidad típicamente asiática para aquellos neófitos en la misma, al ser Akutagawa un autor versado en las corrientes europeas de su tiempo (especialmente la novela inglesa y la rusa) y tratar en sus escritos de hibridar ambas tendencias.
Reseña
Un medio excelente y entretenido de adentrarse en la cultura literaria japonesa, a través de los variados relatos de un consumado maestro esteta.
Es innegable que, al salir de la comodidad de nuestra esfera eurocentrista, nos espera un choque cultural que varía entre la simple perplejidad y el rechazo más absoluto si queremos adentrarnos en la producción artística hecha fuera de esas tan acotadas fronteras estéticas en que acostumbramos a movernos. Bien es cierto que, de unos años a esta parte, la globalización de la cultura ha ido suavizando estas fronteras, y hoy día hay que hacer un esfuerzo consciente para encontrar expresiones artísticas que no ofrezcan aunque sea un mínimo enraizamiento en las fuentes de Occidente; esto, claro, no sucede con obras con más tiempo a sus espaldas. En este marco, pocos territorios hay que desafíen más nuestra sensibilidad que el oriental, hogar de toda una cosmovisión que muchas veces nos es radicalmente aliena. Sin embargo, vale la pena interesarse por la producción artística y cultural de estas naciones puesto que, una vez superado el choque, se descubre un mundo de sutileza, elegancia y economía de recursos que raramente se encuentra en la producción más cercana.
Pero, como en toda inmersión cultural, es mejor ir poco a poco, o se corren riesgos de sobrecarga informacional, confusión o, en el peor de los casos, repulsa a lo profundamente distinto. Es mi intención, pues, proponer aquí un puente que haga de este tránsito algo agradable e interesante. Siempre he considerado que la puerta al exótico Lejano Oriente está en la cultura japonesa, que no solo ha tenido un relativo éxito a la hora de adaptar a su intrínseca visión los elementos occidentales que ha ido adoptando a lo largo de los siglos, sino que como fuente de una extensa y muy variada multitud de obras ha tenido éxito implantando su imaginería fuera de sus fronteras hasta ser una seña de identidad reconocible y hasta cierto punto normalizada en otros países. Esta llave japonesa, con el tiempo, puede conducirnos a la muy similar cultura coreana, y de ahí a las cada vez más exóticas tradiciones chinas, indias o de la península malaya.
¿Y qué mejor inicio para ese periplo nipón que la obra de Ryûnosuke Akutagawa*? Hijo de la generación de entreguerras en un momento de apertura del país a influencias externas, pronto manifestó en sus obras el deseo consciente y expreso de hacer de su literatura algo universal, empleando para ello tanto los extensos conocimientos que tenía de su amada cultura natal y de otras en su área de influencia (mayormente, la china), como los que sus estudios en el departamento de literatura inglesa de la Universidad de Tokio le permitieron compilar de la tradición occidental. Es, quizá, el mejor «orientalizador» de nuestra tradición literaria, al hacerla suya por completo y convertirla en algo parejo a lo bebido de su cultura natal sin traicionarla en ningún momento: el resultado es un estilo netamente japonés, pero al mismo tiempo accesible para aquellos foráneos a su tradición. En aras de ese espíritu, su obra ofrece un interesante cruce entre el estudio psicológico de los personajes tan común en nuestra literatura con formas de enfocar la acción y el escenario propias de la esfera oriental.*Con el formato occidental -nombre apellido-.
Y es que Akutagawa se corona como maestro en ese difícil arte asiático de la elegancia sutil. De decir sin decir, de mostrar sin ser obvio. Su literatura muchas veces se enmarca en no-momentos y en no-lugares: marcos donde aparentemente no hay acción, nada importante o trascendente como para posar la atención en ellos, y donde sin embargo está contenida la fuerza de lo que, por no contando ni mostrado pero necesariamente relacionado, contenido, acaba por ser subrayado con una fuerza inusitada. La implicación del algo en el no-algo, en definitiva, como motor narrativo. Combinado con las escuetas pero preciosistas descripciones de las que hace gala, así como de un hermoso uso del lenguaje al servicio de párrafos reflexivos o en las voces de sus personajes, Akutagawa es el ejemplo perfecto de esa belleza sencilla pero a la vez cargada de implicaciones y significados que es la base de la estética de su nación.
Vale la pena analizar, sin destriparlos demasiado, los relatos que podemos encontrar en esta antología. El primer grupo, el ambientado en el Japón feudal, es quizá el más esteticista de los tres, poniendo en práctica la pulsión de la forma por sobre el fondo que su autor tanto defendió a lo largo de su vida. Los dos primeros, Rashômon y En la maleza de un bosque, son quizá los más psicológicos, basándose en sus personajes para enmarcar y criticar con fina ironía tanto la época como la naturaleza humana. Como curiosidad, cabe decir que estos dos relatos son los que el director Akira Kurosawa usó para crear el guión de su película Rashômon, tenida como un clásico de la filmografía japonesa. Continuando con ese espíritu bufo de ironía y satirización, La nariz y El dragón ejercen tanto de reflejo como de deformación burlesca de la religión budista al presentarnos a sendos monjes cuyas mundanas motivaciones hacen de estos dos relatos una representación sarcástica tanto de la fe como del mismo ser humano. Mucho más espirituales y metafísicos, El hilo de la araña y El biombo del infierno presentan alegorías fantásticas, aunque de diversa índole: el primero es un cuento moralizante, mientras que el segundo se enmcarca casi en el terreno del terror, y puede llegar a ser bastante sugestivo y escalofriante.

Akutagawa Ryûnosuke

«En ese instante, Kashôji se sintió abrumado por una indescriptible soledad que no había sentido jamás en el pasado: el vasto cielo azul se extendía en silencio sobre él. Los seres humanos no tenían más remedio que seguir con sus míseras vidas bajo ese cielo, zarandeados por los vientos que soplaban desde lo alto. ¡Qué soledad! Y lo más extraño, pensó, es que hasta ahora nunca la había percibido. Kashôji dejó escapar entonces un profundo suspiro…»
El segundo grupo, el del Japón moderno, se sitúa en tres frentes concretos. El primero, dentro de las fronteras del país, recrea sobre todo la época de prohibición del catolicismo y las penurias que por ello pasaron los fieles japoneses. En este marco se sitúa Memorándum del dr. Ogata Ryosai, sobre un médico que se niega a tratar a la hija de una mujer a menos que ésta abjure de su fe cristiana; y O-Gin, sobre una joven cristiana y su familia de adopción sometidos a un proceso de herejía por los representantes gubernamentales. El segundo, también intranacional, se desentiende de los conflictos de fe para presentarnos dramas más costumbristas. Aquí encontraríamos Lealtad, un relato de samurais basado en un hecho real, en el que un servidor de una casa noble tiene un conflicto de lealtades que no sabe cómo resolver y que amenaza con ser potencialmente devastador; y Puerros, un melodrama sobre una mujer pobre pero inteligente y soñadora, a la que el destino le depara un encuentro de final tragicómico. El tercero, por último, nos lleva fuera de Japón, a China, durante la guerra entre ambos países por el control de la península coreana. Éstos son sin duda los relatos más extraños de esta parte del libro: Historia de un hombre al que se le cayó la cabeza ofrece exactamente eso, los últimos pensamientos de un hombre súbitamente decapitado; mientras que Patas de caballo es una suerte de comedia dantesca sobre un hombre horriblemente mutilado.
En el último grupo encontramos los textos en que Akutagawa se decidió, tras años de negativa por encontrarlo poco digno del oficio de escritor, a inspirarse en su propia vida para componer. La selección muestra un mosaico de todas las fases y aspectos de la trayectoria de su autor, un hombre profundamente marcado por una juventud desdichada en el seno de una familia adoptiva que no lo quería, en la que acabó tras la muerte de su madre, enferma mental y psicótica que hizo de su infancia temprana un verdadero infierno. El mundo de la literatura fue un refugio temprano para él, y le dio un propósito vital: como él mismo afirmaba, «no tengo ganas de vivir, pero sí de crear». En estos relatos vemos, pues, todas sus facetas humanas y personales. Daidôji Shinsuke: años de juventud retrata su infancia y adolescencia a través de una narración impresionista basada en breves fragmentos de deslumbrante brillantez. Crónica de difuntos está dedicado a sus familiares y personas cercanas, tanto vivos como muertos, de quienes esboza un retrato en que se mezclan cariño y repulsa por igual. La enfermedad del niño nos presenta al Akutagawa adulto en su faceta de padre de familia, y en la que nos transmite su sentimiento culposo de sentirse mal esposo y mal padre. El oficio de escribir nos introduce en su faceta más profesional, y describe su aproximación personal al sacrificado mundo de la literatura. Los dos últimos relatos, Vida de un necio y Los engranajes, tratan de plasmar su experiencia vital como un todo, reflejando su angustia vital y sus sufrimientos de tal forma que, aunque deprimentes, ambos son también un lúcido análisis del fenómeno de la existencia.
Estos dos últimos relatos, de hecho, son póstumos. Akutagawa se quitó la vida a la temprana edad de 35 años, tras planearlo concienzuda y meticulosamente, mediante una sobredosis de barbitúricos. Esos textos son desgarradores testigos de su tristeza, así como su famosa nota de suicidio, que tiene pasajes absolutamente conmovedores como éste: «La muerte voluntaria me dará, si no felicidad, algo de paz. Ahora que estoy listo, encuentro la naturaleza mas hermosa que nunca, por paradójico que suene. Yo he visto, he amado, he entendido más que muchos otros; tengo por ello cierto grado de satisfacción, a pesar de todo el dolor que hasta aquí he soportado.»
De este genio que, por nacido entre espinas, no aguantó y se marchitó antes de tiempo, nos queda no sólo su obra, todo un referente de la novela japonesa de inicios del siglo XX, sino también el respeto y los honores que le profesan los literatos actuales de su nación, evidenciados en el más prestigioso galardón otorgado por las letras japonesas, el Premio Akutagawa. Eso lo ha hecho inmortal.
Respecto a la edición de Quaterni, hay que decir que es un auténtico lujo respecto a su contenido. No sólo incluye los relatos, sino que ofrece también varios prefacios y una introducción que tratan de aclarar diversos rasgos culturales importantes para entender en profundidad los mismos, así como una serie de notas clarificadoras que serán de mucha ayuda para aquellos recién llegados al apasionante mundo de la literatura japonesa moderna.
Como he venido diciendo a lo largo de esta reseña, creo que es una vía inmejorable de comenzar a adentrarse en el vasto y apasionante mundo de la cultura oriental, y expandir así los límites estéticos de percepción que a veces, sin saberlo, nos imponemos. Si dicho viaje os atrae, y tomáis como buena mi recomendación, os deseo una gozosa travesía.