Reseña #326. Historias de Terramar, de Ursula K. Le Guin

Publicado el 19 febrero 2019 por Zeleza @AtardecBajoArbo

Sinopsis

Ged, más conocido como Gavilán, el Archimago de Terramar, es una figura de gran poder que ha moldeado la vida y los destinos de muchos en el reino insular que le vio nacer, el suyo propio el primero de todos. Seguiremos sus pasos, desde su infancia hasta su madurez, así como la de quienes se cruzan con él de manera significativa: Arha, sacerdotisa de Atuan, que más tarde será conocida como Tenar; el joven príncipe Arren, quien se revelará después como Lebannen, nombre de gran importancia; Therru, una pobre niña vejada que sin embargo esconde un gran poder, y cuyo Nombre Verdadero es Tehanu; y Aliso, un mago acosado por extraños sueños. Las vivencias de todos ellos y muchos, muchos más conformarán un relato a la vez épico e intimista, al mismo tiempo que nos revelarán las complejidades de un mundo de hermosa naturaleza desatada, culturas y costumbres muy variadas, y donde los nombres de las cosas tienen un poder muy real.

Recopilación de la pentalogía de Terramar de la maestra del fantástico Ursula K. Le Guin, que incluye todos sus libros: Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan, La costa más lejana, Tehanu y En el otro viento. Aunque no es un recopilatorio total, pues carece de las historias cortas que la autora publicó sobre el mundo de su creación, y que la misma Minotauro recopiló en el volumen Cuentos de Terramar, sí que ofrece al lector la experiencia íntegra del mundo creado por una maravillosa escritora que supo revolucionar el género enfocando desde nuevas perspectivas muchos de sus paradigmas.

Una revisión radicalmente novedosa al mundo de la fantasía tradicional que, sin dejar de lado la emoción y el sentido de la maravilla, se abre a una plétora de intuiciones de carácter filosófico, sociológico, antropológico y feminista.

El 22 de enero del pasado año 2018 murió Ursula K. Le Guin, de quien diré a modo de tarjeta de presentación que fue la primera mujer en recibir el título de Gran Maestro por parte de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos.

Un hito histórico que define muy bien a una mujer que, a lo largo de su vida, no cesó de dejar huellas en la historia gracias a sus formas peculiares y radicalmente únicas de abordar temas que parecían grabados en piedra. Habiendo pasado prácticamente un año desde su muerte, me he sentido impelido a hablar de ella y de su obra, no sólo por el hecho de que ya tocaba hablar de los esfuerzos literarios de una mujer tras tanta entrada de sus contrapartes varones, sino porque siempre he sentido que es una autora cuya fama es mucho menor de lo que debiera dentro del imaginario del aficionado medio al género.

Esta enamorada de los relatos fantásticos dedicó toda su vida a defender la altura de los mismos, la potencialidad a la hora no sólo de narrar, sino de crear belleza, de hacer pensar, de resultar en definitiva una experiencia estética y ética completa. A lo largo de su carrera, sin menospreciar su producción como autora de obras fuera del mismo, poesía, ensayos y artículos periodísticos, tocó los dos palos principales del género: la ciencia ficción (especialmente recordado es su ciclo Ekumen, formado por 8 novelas) y la fantasía pura, cuyo mejor exponente es la saga que nos pertoca, el universo de Terramar.

Sin embargo, esta altura de miras no le impidió en modo alguno dedicar buena parte de estos ímprobos esfuerzos al terreno de la literatura infantil y juvenil. En cierta manera, podríamos decir que el ciclo de Terramar es una saga para lectores jóvenes-adultos, en esa difícil transición entre ambos mundos, pues las mismas novelas ponen el punto focal en personajes que transitan entre diferentes hitos de madurez y autodescubrimiento.

Quien haya tomado estas aseveraciones como una manera educada y muy delicada de decir que se trata de literatura de discutible calidad y escasa altura artística, se equivoca de medio a medio. Nada tiene nuestra autora que ver con esa literatura infantil-juvenil facilona, absurda y corta de miras a que los tiempos nos han acostumbrado, esa que comete el peor pecado de todos: tratar con condescendencia a sus lectores.

Si el estándar de esta clase de producción es a día de hoy la señora J. K. Rowling (quien secretamente le debe mucho a la autora de quien aquí hablamos y jamás lo ha reconocido), y las cotas altas de calidad las marcan nombres como Martin, Rothfuss o Abercrombie (quienes también le deben, pero no se han avergonzado en otorgarle el mérito), el nombre de Le Guin debe por obligación estar por encima de todos ellos, con toda justicia al nivel de titanes del género como Tolkien, Lewis o Frank Baum. Sin embargo, incluso una comparación así, aunque se haga desde el elogio, no sirve para catalogar a alguien como Le Guin, que de hecho difiere fundamentalmente de la perspectiva del fantástico que hombres así asentaron y que, hasta su llegada, parecía insalvable, ominosamente canónica.

Y es que, mientras que el conflicto en las novelas de fantasía al uso es de naturaleza maniquea, reescenificando de nuevo el consabido enfrentamiento de opuestos bien/mal - luz/oscuridad en que uno debe extinguir al otro, e incluyendo alguna clase de figura mesiánica o profetizada, el conflicto en la obra de Le Guin es de una naturaleza interior a la vez que exterior, y no busca el triunfo de una fuerza sobre otra sino más bien su complementación.

Está lleno de personajes nada mistificados, cuyo mayor reto es enfrentarse al hecho de ser ellos mismos y hallar su lugar en el mundo. Hay que decir que Le Guin era taoísta (fue, de hecho, la traductora al inglés del Tao Te King, el libro fundamental de la filosofía escrito por Lao-Tse), es decir, creía que los opuestos eran en realidad manifestaciones de un Todo mayor que ellos, que los contenía y los necesitaba para ser, existiendo por tanto como partes fundamentales de la realidad, necesarios todos ellos.

Así, la lucha que los personajes leguinianos mantienen es mayormente con su interior, algo metafísico que de alguna forma también tiene su contraparte en la realidad factual (reflejando los opuestos complementarios interior/exterior), o lo es con su propia intuición de mortalidad (vida/muerte), la confrontación del resultado de sus actos y decisiones (bien/mal), o su relación consigo mismo y los otros (hombre/mujer).

"Solo en el silencio la palabra, solo en la oscuridad la luz, solo en la muerte la vida, el vuelo del halcón brilla en el cielo vacío. "

Es interesante detenerse en este último punto. A pesar de lo que se pontifique actualmente, no es cierto que el universo del fantástico esté falto de personajes femeninos definidos e interesantes por sí mismos: cualquier aficionado al género seguramente recordará sin esfuerzos muchos nombres de féminas memorables de sus novelas favoritas. Bien es cierto, eso sí, que dichos personajes tenían roles muy delimitados y desde luego nada protagonísticos de abrazar su feminidad, o tenían que asumir roles y atribuciones masculinas para dejar ese nicho y asumir más peso en la trama. Sin embargo, en esto tenía que ser Le Guin de nuevo pionera y remozadora, al introducir las ideas básicas del feminismo en el mundillo, pues fue durante toda su vida militante del movimiento (si bien de una forma poco acomodaticia respecto a ciertas encarnaciones del mismo).

Con ella, la mujer en tanto mujer es quizá por primera vez punto focal de una narración de esta índole, y se pone atención a su maduración, sus vivencias y todo aquello que le es propio. Deja de ser un elemento más en la experiencia vital del protagonista, por importante o trascendente que pudiese ser, para convertirse en su contraparte, y por tanto, sencillamente en su igual, distinta a él y a la vez igual de clave.

Trascendiendo las barreras del sexo, hablando ya del ser humano en general, es remarcable el gusto de Le Guin por explorar en sus ficciones culturas y visiones del ser humano de todo tipo. Esto, de hecho, se aplica no sólo a Terramar, sino a toda su producción: sus novelas huyen del europeocentrismo dominante en la literatura occidental, y abraza la inclusión de una plétora de razas y culturas en sus creaciones. El estudio de las mismas y sus relaciones entre sí centran buena parte de sus esfuerzos creativos y argumentísticos, generando un crisol ficcional de cosmovisiones que es en sí mismo prácticamente un tratado sociológico y antropológico. Los artefactos literarios de Le Guin jamás son simples, o están sujetos al azar o a la gratuidad: enfoca a los habitantes de sus fantasías de una manera casi científica, sin que ningún detalle sea superfluo.

En cuanto al telón sobre el que sucede todo esto, la propia estructura de Terramar tenía que ser tan atípica como lo está siendo todo hasta ahora. El mundo propuesto por Le Guin no es en nada parecido a los mundos de fantasía al uso en que, salvo en contadas ocasiones, todas las travesías se hacen a pie o por navegación fluvial. En cierta manera, podrían ser extensiones casi infinitas de tierra, de orografía variable, puestas ante el grupo protagonista para ser recorridas hasta y por un fin. Terramar es, en cambio, un mundo fundamentalmente marítimo, un orbe sembrado únicamente de islas de mayor o menor tamaño, pero dominado por una apabullante presencia del medio salobre. Además de permitir que cada conjunto de islas tenga su propia etnia y cultura, potenciando lo dicho anteriormente sobre el entramado social y antropológico de las novelas leguinianas, también se potencia así la generación de una visión ecologista del entorno.

Esto, ya más típico de la fantasía canónica (el amor de Le Guin por la naturaleza bebe directamente de Tolkien), alcanza con ella cotas fabulosas, al permitirse dibujar con gran libertad creativa los ecosistemas no sólo de cada isla, sino de los medios marinos a cruzar para llegar a ellas, así como recrearse en largos pasajes de travesía marítima en los que describir los cambiantes vientos y las caprichosas mareas.

Mención especial merece la magia tal como es usada en el universo de Terramar. No sólo Le Guin es la primera escritora en explorar la intuición de una escuela de magia por la cual el protagonista ha de pasar (hoy día todo un cliché que a ella se le debe), poniendo énfasis en la parte educativa del viaje del héroe, sino que establece un sistema mágico de naturaleza muy interesante. En la mayoría de muestras del fantástico, el poder mágico es una fuente de maravilla de naturaleza algo inefable, regida por reglas incognoscibles o directamente absurda y aleatoria. El poder del mago leguiniano viene de la palabra, pero no de cualquier palabra, sino de los Nombres Verdaderos, el nombre que cada cosa recibe desde su misma creación. Estos Nombres sólo pueden aprenderse tras un estudio y un contacto cerrado, íntimo, con cada cosa, lo que hace del mago una figura no solo sabia, sino concienciada de la esencia misma detrás de cada cosa. Los Nombres son las cosas en sí, y al aprehenderlos, el mago queda vinculado a aquello que sabe nombrar, y viceversa. El poder mágico en Terramar es, pues, un conocimiento profundo de las cosas y del equilibrio que las mantiene, y es el origen del poder del mago sobre todo aquello que ha llegado a dominar a lo largo de su vida, y a lo que a la vez el propio mago está supeditado.

¿Qué podemos encontrarnos concretamente en cada libro? Bien, analicemos por encima el argumento de cada volumen de la saga. Un mago de Terramar, de 1968, nos presenta a Ged, un niño de la isla de Gont que a muy temprana edad descubre en sí mismo un potencial tremendo para la magia. Esto le llevará a acabar bajo la tutela del viejo mago Ogión, quien sin embargo no acaba de satisfacer al niño como maestro. Esta falta de paciencia le llevará a abandonarlo precipitadamente para ir a la Escuela de Magia de Roke, la gran sede del poder mágico del mundo. Allí pronto destaca entre los demás estudiantes; su orgullo será, empero, su perdición, cuando en una demostración de su poder invoque sin quererlo una Sombra en el mundo, un ente que será su perdición y podría ser la de muchos otros. Compungido y responsable, Ged emprenderá una auténtica odisea por entre las islas, navegando a bordo de su fiel bote Miralejos, con tal de enmendar sus acciones.

Las tumbas de Atuan, de 1971, cuenta con la presencia de Ged, ya conocido como el mago Gavilán. Sin embargo, su peso es secundario: mientras que Un mago de Terramar narraba su proceso de maduración, Las tumbas de Atuan es protagonizada por la joven sacerdotisa Arha (llamada Tenar por sus padres, ese nombre le fue dado al convertirse en sacerdotisa), y es ella y su propio proceso de transición y autodescubrimiento el que presenciamos aquí. Criada para ser la suma sacerdotisa de un culto femenino, en que los hombres solo pueden entrar como sirvientes eunucos o como sacrificios a los reyes y dioses que se guardan en las tumbas, es entrenada especialmente para proteger una reliquia sagrada, la mitad de un anillo sobre el que pesa una profecía de gran importancia. El anillo está guardado en un laberinto de perpetua oscuridad que anula los poderes de cualquier mago que ose asaltarlo, y es justamente ahí donde Arha encuentra a un Gavilán en problemas que ha venido a hacerse con el artefacto. La dificultosa y complicada relación entre ambos, narrada siempre desde la perspectiva de Arha, será el principal motor de la trama.

La costa más lejana, de 1972, nos presenta a Gavilán ya como Archimago de Roke, la mayor eminencia en temas mágicos de todo Terramar. A él acude el protagonista de este volumen, Arren, príncipe de Eland, para consultarle los preocupantes sucesos que están acaeciendo por todas las islas y que amenazan la precaria paz y el equilibrio que se daba en ellas. La magia, al parecer, e stá desapareciendo, y la gente olvida el Nombre de las cosas o hasta que alguna vez hubo esa clase de poder en el mundo. A la vez, un siniestro mago nigromante llamado Araña, en su empeño por vencer a la muerte, ha accedido a la tierra de los muertos, y en su osadía ha iniciado una serie de eventos que ni él mismo es capaz de prever. Esta aventura será un viaje iniciático para Arren, quien descubrirá cosas sorprendentes sobre él mismo, y una enorme prueba de sacrificio para Gavilán, quien habrá de darlo todo en aras de restaurar el antiguo equilibrio.

Casi 20 años después de la trilogía original, Tehanu, de 1990, nos devuelve el punto de vista de Arha, quien ya ha abandonado ese nombre para adoptar definitivamente aquél que tuvo de nacimiento, Tenar. Ya una mujer madura, viuda de hecho, vive en Gont, la isla natal de Gavilán. Enterada de lo que le ha sucedido a una pequeña niña llamara Therru, quien ha tratado de ser quemada viva por su propia familia y ha sufrido ostracismo y vejaciones toda su vida, decide adoptarla y criarla. Más allá del mutismo y tristeza que envuelven a la niña, Tenar comienza a ser consciente de un poder latente en ella, y empieza a tener dudas acerca de la naturaleza de la niña. A esto se le une la llegada de Gavilán, agotado y profundamente afectado por los hechos de La costa más lejana, y el comienzo de una serie de sucesos extraños y preocupantes que anuncian siniestros cambios en la isla.

Por último y algo más de una década después, En el otro viento, del 2001, cierra definitivamente los cabos que quedaban por atar en La costa más lejana y Tehanu. Aliso, un mago humilde que se dedica a reparar calderos, es acosado cada noche por sueños en que los muertos se le presentan pidiendo que los libere. Los acontecimientos que estos sueños pondrán en marcha, aparentemente conectados con las acciones de Araña en la tierra de los muertos, reunirán de nuevo a Gavilán, Tenar, Arren y Therru en una aventura final que sellará sus destinos y con ellos el del mismo mundo de Terramar.

Queda, pues, más que recomendada esta edición de Minotauro para quien quiera conocer de primera mano las andanzas de Gavilán y el resto. Se echa de menos la inclusión de los cuentos cortos, los e nsayos y apéndices que Le Guin escribió sobre su creación (especialmente el relato Dragonvolador, que sirve de vínculo entre Tehanu y En el otro viento). Pese a esta carencia, que igualmente se soluciona adquiriendo el tomo Cuentos de Terramar de la misma Minotauro, la editorial nos brinda en este Historias de Terramar una oportunidad de gozar de una de las experiencias literarias más singulares y hermosas que puede brindarnos el fantástico, en una edición además cuidada y lujosa. Tanto conocedores de la autora como neófitos en su producción deberían dar buena cuenta de su existencia, especialmente estos últimos, pues es una excelente manera de comenzar a conocer a una mujer cuya huella en la literatura debe empezar a vindicarse como fundamental.

Como último apunte, cabe decir que las crónicas de Terramar han intentado ser adaptadas audiovisualmente en dos ocasiones, aunque tristemente con escasa fortuna. La primera vez, en 2004 bajo el título de La leyenda de Terramar, mediante una tv movie en dos episodios que trataba de adaptar los hechos de Un mago de Terramar de una forma bastante torpe y despojando de toda la mística y encanto del original al completamente olvidable resultado. La segunda oportunidad, en 2006 y con el título de Cuentos de Terramar, fue mucho más ilusionante: se anunció que el Studio Ghibli, el responsable de maravillas como El viaje de Chihiro o La princesa Mononoke, iba a rodar una película, adaptando esta vez el argumento de La costa más lejana, y algo de Tehanu.

La propia Le Guin, enamorada de la obra de Hayao Miyazaki, el autor de las obras antes citadas, dijo que esta vez había una oportunidad de que su obra fuese adaptada conservando sus cualidades originales. Sin embargo, Miyazaki estaba en ese momento en proceso de retirarse, y le cedió la dirección de la obra a su hijo Gorô, quien rodó una película arrítmica y bastante deficiente que acabó por no contentar ni a su padre (quien, de hecho, inició una discusión por diferencias creativas con su hijo que costaría años zanjar) ni a la autora original. Hay que decir, eso sí, que tiene momentos de verdadera magia, donde se intuye algo de ese Terramar literario tan rico y emocionante: me gustaría cerrar este artículo, para vuestro disfrute, con la deliciosa canción a capella que Therru canta en determinado momento de la trama.

"Lejos, lejos en las nubes, contra el sol poniente,

un halcón vuela solo, rasgando el viento.

Escucho su grito solitario, debe estar muy triste.

Montando los vientos silenciosos, un halcón vuela solo,

extendiendo sus alas, aferrando el cielo vacío.

Montando los vientos silenciosos, nunca puede descansar.

¿Qué hay en mi corazón que nadie jamás podrá saber?

Mi corazón es como el de aquel halcón.

¿Qué hay en mi corazón que nadie jamás podrá saber?

Solitario halcón en el cielo vacío.

Camino sola por caminos desiertos

Siento tu soledad, pues solo debes estar.

Los insectos cantan en las praderas

mientras caminas a mi lado,

recorriendo el camino conmigo,

mas nunca pronuncias palabra alguna.

¿Qué hay en mi corazón que nadie jamás podrá saber?

Dentro de este corazón que camina solo.

¿Qué hay en mi corazón que nadie jamás podrá saber?

La tristeza de alguien que no conoce la compañía."