Reseña #58: ciudades de papel

Publicado el 22 diciembre 2015 por Alaluzdelasvelas

RESEÑA #58: CIUDADES DE PAPEL

Y sí... Una vez más, estoy desaparecida. Bravo yo. En fin, no os imagináis, y hablo muy en serio, cuánto lo siento. Ahora que ya han llegado las vacaciones de Navidad - ¡por fin! -, espero poder actualizar el blog con mayor frecuencia. Si todo va según lo esperado, las mañanas se las dedicaré a este pequeño espacio para volver a tenerlo al día como Dios manda.

Y ahora, vamos con una reseña, tal vez la última del año, de un libro que me ha fascinado de una forma impresionante. ¡Dentro reseña!

En su último año de instituto, Quentin no ha aprobado ni en popularidad ni en asuntos del corazón... Pero todo cambia cuando su vecina, la legendaria, inalcanzable y enigmática Margo Roth Spiegelman, se presenta en mitad de la noche para proponerle que le acompañe en un plan de venganza inaudito. Después de una intensa noche que reaviva el vínculo de una infancia compartida y parece sellar un nuevo destino para ambos, Margo desaparece dejando tras de sí un extraño cerco de pistas.

Quentin cree en los milagros y es que, cuando él era muy pequeño, sus padres se mudaron a una casa en Orlando, siendo vecinos de la familia Spiegelman. El milagro, sin embargo, no fue un acontecimiento , ni siquiera algo que le pasara a él mismo, no. El milagro tiene nombre y apellidos: Margo Roth Spiegelman, una chica con una filosofía de vida radicalmente distinta a la de todo el mundo.

Después de una larga y bonita infancia juntos, en la que, una mañana de sábado encuentran

un cadáver, Quentin y Margo llegan al instituto, lugar en el que sus caminos se separan. Margo es la típica chica guapa con una vida social muy ajetreada, mientras que Quentin es un chico normal, con pocos amigos y una rutina que nada tiene que envidiar a esas curiosas aventuras que se cuentan en los pasillos del instituto sobre la gran Margo Roth Spiegelman.

Sin embargo, la monótona vida de Quenti da un giro de ciento ochenta grados cuando, una noche, Margo aparece en su ventana. La chica quiere cumplir once recados, once actos de venganza contra una serie de personas que han contribuido a que ella esté más enfadada que nunca. Lo que no sospecha Quentin es que, después de esa extraña noche, nada volverá a ser como antes.

Debo decir que no pensaba que esta novela fuera a gustarme tantísimo. No paraba de leer que la obra maestra del archiconocido John Green era Bajo la misma estrella y, aunque estoy de acuerdo en que ese libro es precioso, para míCiudades de papel es especial. ¿Especial en el mal sentido? Ni mucho menos. John Green vuelve a confeccionar unos personajes de psicología perfecta, con virtudes, debilidades, sueños, miedos y, lo que es más importante, una fe ciega en la bondad de las personas que consideran sus amigos y amigas. No penséis que alzo al cielo el libro por ser de un autor tan conocido. Como decía, no pensaba que fuera a llegarme tantísimo. ¿Recordáis las veces que he dicho que hay una novela para cada persona, un libro especial que hace que los demás, pese a ser buenos, normales o malos; queden relegados a un segundo plano? Pues me alegra decir que creo que por fin he encontrado ese libro.

Después de una noche repleta de actos vandálicos - tales como poner un gato en el volante de un coche, avisar a los padres de Becca de que su hija está con un chico en el sótano, depilarle la ceja a un matón del instituto y entrar de forma completamente ilegal en un parque de atracciones, así como en un alto edificio de Orlando -, Margo cuenta a Quentin que Orlando esa una ciudad de papel, un lugar repleto de gente de papel, con edificios de papel; y, al día siguiente, simplemente desaparece. Esto no sorprende a nuestro protagonista, que está más que acostumbrado a que esa chica se marche una y otra vez después de dejar una serie de pistas.

Unos días más tarde, un detective privado llega a su casa preguntando por la chica y es en ese momento cuando Quentin, junto con Radar y Ben - dos chicos simplemente encantadores - deciden tomar cartas el asunto. ¿Dónde está Margo? ¿Por qué esa chica no para de marcharse? ¿Qué hay de malo en ver un futuro? ¿Qué son exactamente las "Ciudades de papel"? Y, lo que es más importante, ¿podrá esa historia acabar bien o encontrarán a Margo muerta?

Tal vez Margo sea un personaje demasiado egoísta y egocéntrico, tal vez Quentin sea demasiado inocente, pero, ¿sabéis qué? Esa es la esencia de la historia. Desde muy pequeño nuestro protagonista ha creído que Margo Roth Spiegelman era un milagro, algo fuera de lo normal, algo que adorar... Pero esa idealización, esa forma que tiene de ver a la chica, acaban

cayendo por su peso porque, como bien nos dice Quentin, las personas somos eso: personas.

Me ha encantado ver cómo John Green une los problemas cotidianos de cualquier adolescente de último curso - como lo es el baile de graduación - con las metáforas y las pistas de la chica desaparecida. La imagen en la persiana, los discos, el poema <<Canto de mí mismo>>... todo ello confeccionando un cóctel de misterio perfecto.

Que los padres de Quentin sean psicólogos nos ayuda a comprender ciertas partes del misterio que no se nombran directamente. Quiero decir: tanto su madre como su padre afirman una y otra vez que es perfectamente lógico que Margo quiera llamar la atención habiéndose criado con el señor y la señora Spiegelman, sin embargo, esto es algo que a Quentin no le interesa lo más mínimo.

He adorado las conversaciones entre Radar, Ben y Quentin. Tan espontáneas, tan naturales, tan reales. Cierto es que Ben tardó un poco más que Radar en ganarse mi cariño, pero, desde el momento que defiende a Lacey frente a Becca - una chica odiosa, por cierto - no pude más que adorarlo tanto como a los demás.

Lo mejor del libro, sin duda, es el viaje que emprenden una vez saben dónde está Margo. Llegados a este punto quiero destacar las dos cosas que han hecho que este libro me guste tantísimo: la primera es que no es un libro corriente. La cantidad de metáforas, la filosofía de vida que se esconde tras sus páginas y lo entrañable de sus personajes ha hecho que Ciudades de papel se abra un hueco en mi corazón. La segunda ha sido , posiblemente, la más importante. John Green no se anda con tonterías y es que la lección implícita entre las páginas es simplemente

maravillosa. ¿Quién no ha idealizado hasta límites insospechados a un buen amigo o amiga? ¿Quién no ha creído "esto no lo haría por nada del mundo mi amigo o amiga"? Aquí todo eso cae. Las personas no son perfectas, no son milagros, no son inalcanzables. Todo el mundo es fuerte y débil al mismo tiempo porque la esencia, nuestra esencia, no hace ser así. ¿Qué hay de malo en ello, al fin y al cabo?

Encontrar a Margo después de horas en carretera - con todos los incidentes que eso propicia - y verla ceder a la presión me maravilló. Esa chica de apariencia fuerte, que abandona su vida por un sueño, por el anhelo de no caer en los típicos tópicos. Esa chica que es débil, que llora porque Quentin no quiere acompañarla, que se enamora de forma irremediable y que, desde muy pequeña, supo que su vecino, ese chico de vida monótona, era para ella. Esa chica. Margo Roth Spielgeman.

Tal vez el final no sea idílico , pero, sinceramente... Era lo que merecía la novela. No quiero entrar en detalles, pero sí quiero decir que no cambiaría una sola palabra de esta novela.

Con todo, Ciudades de papel es una novela preciosa, con montones de reflexiones y lecciones. Sus personajes, maravillosos y entrañables, se ganarán un hueco en nuestro corazón a medida que avancen en la búsqueda de la chica desaparecida. De nuevo, John Green vuelve a hacer alarde de una prosa exquisita.

La gente dice que los amigos no se destruyen entre sí.

¿Qué sabe la gente de los amigos?

Supongo que a cada quien le corresponde su milagro. Por ejemplo, probablemente nunca me caerá encima un rayo, ni ganaré un Premio Nobel, ni llegaré a ser el dictador de un pequeño país de las islas del Pacífico, ni contraeré cáncer terminal de oído, ni entraré en combustión espontánea. Pero considerando todas las improbabilidades juntas, seguramente a cada uno de nosotros le sucederá una de ellas. Yo podría haber visto llover ranas. Podría haber pisado Marte. Podría haberme devorado una ballena. Podría haberme casado con la reina de Inglaterra o haber sobrevivido durante meses en medio del mar. Pero mi milagro fue diferente. Mi milagro fue el siguiente: de entre todas las casas de todas las urbanizaciones de toda Florida, acabé viviendo en la puerta de al lado de Margo Roth Spiegelman.

La cuestión es la siguiente: me encontré a un tipo muerto. El pequeño y adorable niño de nueve años y su todavía más pequeña y adorable compañera de juegos encontraron a un tipo al que le salía sangre por la boca, y aquella sangre estaba en sus pequeñas y adorables zapatillas de deporte mientras volvíamos a casa en bici. Es muy dramático y todo eso, pero ¿y qué? No conocía al tipo. Cada puto día se muere gente a la que no conozco. Si tuviera que darme un ataque de nervios cada vez que pasa algo espantoso en el mundo, acabaría más loco que una cabra.

A Margo siempre le gustaron los misterios. Y teniendo en cuenta todo lo que sucedió después, nunca dejaré de pensar que quizá le gustaban tanto los misterios que se convirtió en uno.

Pasé las tres horas siguientes en clase, intentando no mirar los relojes de encima de las diversas pizarras, y luego mirándolos y sorprendiéndome de que solo hubieran pasado unos minutos desde la última vez que había mirado. Aunque contaba con casi cuatro años de experiencia mirando aquellos relojes, su lentitud nunca dejaba de sorprenderme. Si alguna vez me dicen que me queda un día de vida, me iré directo a las sagradas aulas de Winter Park High School, donde se sabe que un día dura mil años.

-En clase de política he decidido que sería capaz de chuparle los huevos a un burro, literalmente, si con eso pudiera librarme de esa clase hasta el final del trimestre - dijo.

-Muy interesantes tus mayúsculas - le dije.

-Sí, creo firmemente en las mayúsculas aleatorias. Las reglas de las mayúsculas son muy injustas con las palabras que están en medio.

Aunque estaba viéndola, me sentí totalmente solo en medio de aquellos edificios altos y vacíos, como si hubiera sobrevivido al apocalipsis, y el mundo, todo aquel mundo sorprendente e infinito, se abriera ante mí para que lo explorara.

-Es más impresionante - dije en voz alta -. Desde la distancia, quiero decir. No se ve el desgaste de las cosas, ¿sabes? No se ve el óxido, las malas hierbas y la pintura cayéndose. Ves los sitios como alguien los imaginó una vez.

-Todo es más feo de cerca - explicó Margo.

-Te cuento lo que no me gusta: desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel. Mírala, Q, mira todos esos callejones, esas calles que giran sobre sí mismas, todas las casas que construyeron para que acaben desmoronándose. Toda esa gente de papel que vive en sus casas de papel y queman el futuro para calentarse. Todos los chicos de papel bebiendo cerveza que algún imbécil les ha comprado en la tienda de papel. Todo el mundo enloquecido por la manía de poseer cosas. Todas las cosas débiles y frágiles como el papel. Y todas las personas también. He vivido aquí dieciocho años y ni una sola vez en la vida me he encontrado con alguien que se preocupe de lo que de verdad importa.

Y sentí que las líneas de su vida y de la mía se extendían desde nuestra cuna hasta el tipo muerto, desde que nos conocimos hasta ese momento. Y quise decirle que para mí el placer no era planificar, hacer o no hacer. El placer era observar nuestros hilos cruzándose, separándose y volviéndose a juntar.

-Espera, cuando dices que Jase Worthington la tiene pequeña, ¿cómo de pequeña exactamente?

-Es posible que se le encogiera, porque estaba superagobiado, pero ¿has visto alguna vez un lápiz? - le pregunté, y Ben asintió -. Bueno, pues ¿has visto alguna vez la goma de un lápiz? - Volvió a asentir -. Bueno, pues ¿has visto alguna vez las virutas de goma que quedan en el papel cuando has borrado algo? - Asintió otra vez -. Diría que tres virutas de largo por una de ancho.

-Me cuesta imaginar que le gusten sus canciones - añadí.

-Cierto - admitió Ben -. Ese tipo parece la rana Gustavo alcohólica y con cáncer de garganta.

De pronto se me pasó por la cabeza una idea horrible, una de esas ideas de las que no puedes librarte en cuanto han cruzado el umbral de la conciencia: me parecía que no era un lugar al que no uno va a vivir. Era un lugar al que se va a morir.

Aquí, frente a este edificio, aprendo algo sobre el miedo. Aprendo que no son las banales fantasías de alguien que quizá quiere que le pase algo importante, aunque lo importante sea terrible. No es el asco de ver a un extraño muerto, ni la falta de aliento cuando oyes cargarse una escopeta delante de la casa de Becca Arrington. Este miedo no se soluciona con ejercicios de respiración. Este no es comparable con ningún otro miedo que haya sentido antes. Es la más baja de todas las emociones posibles, sientes que estaba con nosotros antes de que existieras, antes de que existiera este edificio, antes de que existiera la Tierra. Es el miedo que hizo que los peces salieran del agua y desarrollaran pulmones, el miedo que nos enseña a correr, el miedo que hace que enterremos a nuestros muertos.

-Ahab es un loco que despotrica del destino. En toda la novela no se ve que quiera otra cosa, ¿verdad? Tiene una única obsesión. Y como es el capitán del barco, nadie puede detenerlo. Podéis argumentar (de hecho, tenéis que argumentar si decidís hacer el trabajo de final de curso sobre Moby Dick) que Ahab está loco porque está obsesionado. Pero también podíais argumentar que hay algo trágicamente heroico en librar una batalla que está condenado a perder. ¿Es la esperanza de Ahab una especie de locura o es el símbolo de lo humano?

-Por supuesto. ¿Sabes cuál es tu problema, Quentin? Siempre esperas que la gente no sea quien es. Quiero decir que yo podría odiarte por llegar siempre tarde, por preocuparte solo de Margo Roth Spiegelman y por no preguntarme nunca cómo me va con mi novia... pero me importa una mierda, tío, porque eres así. Mis padres tienen una tonelada de Santa Claus negros, pero está bien. Ellos son así. A veces estoy tan obsesionado con una página web que no contesto cuando me llaman mis amigos o mi novia, y también está bien. Así soy yo. Me aprecias igualmente. Y yo te aprecio a ti. Eres divertido e inteligente, y es verdad que apareces tarde, pero al final siempre apareces.

-Cuanto más tiempo llevo en mi trabajo - me dijo -, más cuenta me doy de que los seres humanos carecemos de buenos espejos. Es muy difícil para cualquiera mostrarnos cómo se nos ve, y para nosotros mostrar a cualquiera cómo nos sentimos.

-Muy bonito - dijo mi madre. Me gustaba que se gustasen entre sí -. Pero, en el fondo, ¿no es eso también lo que hace tan difícil que entendamos que los demás son seres humanos exactamente igual que nosotros? Los idealizamos como dioses o los descartamos como animales.

-Cierto. La conciencia también cierra ventanas. Creo que nunca lo había pensado en ese sentido.

Era lo que más me gustaba de mis amigos, que nos bastaba con sentarnos para contar historias. Historias ventana e historias espejo. Yo solo escuchaba. Las historias que tenía en mente no eran tan divertidas.

Después de escucharlo todo, escribe: <<Iracundas y amigas olas me cortan, casi me ahogo>>. Pensé que era perfecto. Escuchas a las personas para poder imaginarlas, oyes todas las cosas terribles y maravillosas que las personas se hacen a sí mismas y a los demás, pero al final escuchar te ahoga todavía más que la gente a la que intentas escuchar.

La ciudad era de papel, pero los recuerdos no.

Marcharse es muy duro... hasta que te marchas. Entonces es lo más sencillo del mundo.

Hay mucha gente. Resulta sencillo olvidar lo lleno de personas que está el mundo, abarrotado, y cada una de ellas es susceptible de ser imaginada y, por lo tanto, de imaginarla mal.

-Si no lanzas esa mierda por la ventana ahora mismo, acabaré con nuestros once años de amistad - me dice.

-No es mierda - le contesto -. Es pipi.

Así que la tiro. La veo por el retrovisor lateral aterrizando en el asfalto y explotando como un globo lleno de agua. Radar también lo ve.

-Joder - dice Radar -. Espero que sea uno de esos episodios traumáticos que hieren tanto mi sensibilidad que directamente olvido que han sucedido.