Reseña #72: el libro de gabriel

Publicado el 11 noviembre 2016 por Alaluzdelasvelas

Queridas lectoras, queridos lectores... ¡¡Por fin ha llegado el frío!! ¡Leche, lo que le ha costado! Ya empiezo a poder llevar ropa de manga larga, a sacar las mantitas y... ¡Ya tengo las manos destrozadas por el maldito frío! ¡Viva la visceralidad!

Con el fresquito, por desgracia, no me han entrado unas ganas locas de leer. Al menos de momento. Quién sabe, lo mismo este fin de semana me da un venazo y me pego una sentada de estas que hacen historia... Creo que voy a tener que pensarlo detenidamente.

Bromas aparte, ya estoy aquí otra vez para traeros una reseña... y es que por fin os vuelvo a hablar de una de mis sagas favoritas, Vanir. No me enrollo más, ¡dentro reseña!

La furia y la pasión van siempre de la mano.

La cuarta entrega de la saga Vanir, un cóctel explosivo de acción, humor, amor, guerra, sexo y colmillos.

Después de salvar la vida de la Cazadora, Gabriel fue reclamado por los dioses para que ocupara su lugar en el Asgard. Convertido en un guerrero inmortal, ahora pasa su tiempo preparándose para el Ragnarök y recibiendo los cuidados de las valquirias. Pero el tiempo de preparación ha llegado a su fin. Tres de los objetos más poderosos de los dioses han sido robados para desatar el caos, y Gabriel es enviado a la tierra como líder de os einherjars con el fin de unificar a los clanes y salvar a la raza humana. En el camino, intentará encontrarse con Daanna McKenna, la vaniria que lo obsesionó hasta la muerte.

No es fácil ser una valquiria como Gúnnr. Ella es distinta y carece de los poderes, la furia y el temperamento que caracteriza a las de su raza. Por eso se sorprende cuando el alma del esperado guerrero anunciado por los dioses la reclama para que cuide de él. Y así lo hará, aunque él no haga más que distanciarse de ella. Aun así, Gúnnr luchará al lado de Gabriel y se enzarzará en la mayor batalla de todas: la de enseñarle al guerrero de cara de ángel que, por cegarse con una mujer, se está perdiendo el resto del desfile.

Las valquirias y los einherjars descienden a la tierra. Los dioses se la juegan al todo o nada. Y dos amigos están a punto de descubrir que, cuando se trata de amor, se apuesta siempre al rojo.

Reseña de libros anteriores

Ya dicen que en toda saga hay libros mejores y libros peores, ¿no? Bueno, pues éste para mí ha sido , de momento, el más flojito. Y no porque la trama no tenga su aquél, sino porque los protagonistas , sencillamente, no han logrado encandilarme como sí lo hicieron Aileen, Daana o Ruth , en lo que a la parte femenina se refiere; o Caleb, Menw y Adam , en la parte masculina. Supongo que el listón ya estaba muy alto pero, eh, el libro no está mal en líneas generales .

Cambiamos de escenario, y es que esta vez nos encontramos en el territorio de nuestra diosa favorita, Freyja, la madre de todas las valkyrias. Las hijas de los rayos, esas chicas capaces de pasear tranquilamente por las tormentas, son mujeres de armas tomar, sí, sí. Aunque ya conocíamos vagamente a la gran Nanna, esta vez nuestras chicas son Gúnrr, Róta y Bryn. Una verdadera pena, porque la única que logró cautivarme de verdad fue la segunda. Gúnrr, o Gunny para los amigos, es tan condenadamente dulce, dócil, maleable... que me puse enferma. No lograba entender cómo una mujer de las tormentas podía ser tan torpe, tan poco temperamental y es que, efectivamente, su furia no había despertado. Pero no os preocupéis, que aquí entra nuestro Gabriel. Sí, Gabriel. El viejo amigo de Aileen y Ruth. ¿No es maravilloso?

Debo decir que estoy muy disgustada con este personaje. A lo largo de los dos primeros libros me gustó, y mucho. Me parecía un chico dulce, protector, alguien de quién realmente valía la pena ser amigo, como muy bien nos dijo Ruth, pero en esta cuarta entrega, ésta en la que él es protagonista... Puf. Sin más. Supongo que el hecho de pasar a ser el capitán o dirigente de los guerreros de Odín, los Einhjars - disculpadme si lo he escrito mal -, hizo que al chico se le subiera el ego. Ser el Engel, con todo lo que eso implica, hace que se lo crea, por supuesto. Y es aquí donde me enfado: su personalidad vira totalmente. Pasa de ser un chico dulce y encantador a ser alguien más bien autoritario y receloso. No es, ni de lejos, como Caleb o Adam - dos hombres de armas tomar -, ni como Menw - ese chico frío que en verdad es un cielo -; sino que es... Gabriel, el Engel. Y ya está. Nada más. No hay nada más que rascar, nada que salvar. Sólo un título.

Centrándome en la trama, diré que estoy contenta. Me gusta que Lena Valenti nos brinde la oportunidad, a través de su deliciosa prosa, de conocer a nuevos seres como son los guerreros de Odín y las hijas de Freyja. La mitología, una vez más, es un aliciente más que fantástico para hacer de la saga una delicia. Delicia que sólo se ve quebrada por el hecho de que esta vez nos enfrentamos a una novela de transición a algo mucho más grande - o al menos así lo veo yo.

Tras su muerte, Gabriel se encomendó a una valkyria: a Gúnrr, su florecilla, esa chica por la que jura y perjura no sentir nada más que afecto casi fraternal. ¿Y sabéis por qué? Pues porque el muy cenutrio sigue en sus trece: está locamente enamorado de la Elegida, de Daana. Daana, la que me costó más de un disgusto en el libro anterior. ¡Cómo no! Así que nuestra dulce Gunny, esa a la que le hacen falta dos guantazos para espabilarse, se propone como meta demostrarle a Gabriel que ella es la chica adecuada, la que está a la altura de sellar un kompromis con el Engel. En fin. Todo muy maduro, sí, sí.

La acción comienza cuando los dioses, portadores de los tótems, hacen saber a sus guerreros que deben bajar al Midgard, la Tierra, a recuperar dichos tótems robados por el Transformista, nuestro ya conocido Loki. Sin embargo, Freyja tiene algo más que decir: las cinco valkyrias a las que les encomienda la misión de seguir a los tres guerreros, tienen un privilegio. Un privilegio que les priva de su virginidad. Un privilegio que, en esencia, será lo que de verdad logre que Gúnrr empiece a espabilarse para conquistar a Gabriel. Ahora bien, ¿qué les depara la Tierra, ese lugar en que la muerte no es una ilusión, sino una realidad?

), Últimamente estoy que lo peto. Sí, sí. Creo que le saco pegas a todo. A TODO. Pero, vamos a ver, ¡es que Gúnrr es más tonta que darle patadas al aire! Por el amor de Dios, ¿me explica alguien como es posible que sea tan sumamente infantil? ¡La dulce, la inocente, la que siempre perdona! ¡BLA, BLA BLA! Un poco de sangre, gracias. pero es la pura verdad. A día de hoy, después de haber acabado su historia, sigo sin sentir nada. Ni una pizca de empatía hacia ella. No penséis que Gabriel es mejor, de eso nada. Lo he perdonado todo a lo largo de esta saga. Todo. He perdonado a Caleb por su comportamiento más que cuestionable, a Adam por ser tan condenadamente cabezota que no veía más allá de su frente y a Menw por ser lo suficientemente idiota como para pensar que Daana era la mala de la historia. Soy generosa entre las generosas, ¿eh? Pues a Gabriel no lo perdono. Porque no me da la gana. Puede que me esté pasando, porque la chica evoluciona (

La estancia en la Tierra es bonita, sí, pero precipitada. Me explico. El Midgard es algo así como un oasis para nuestros guerreros de los dioses. Remo y Clemo - ambos a las órdenes de Gabriel - se pasan el día echándoles polvazos a sus valkyrias, mientras nuestra dulce Gunny lo único que hace es intentar seducir al Engel, ese hombre obstinado. Un estratega, dicen. Permitidme que me ponga escéptica. A mi juicio, de no ser por el encuentro con Miya - vanirio de Chicago -, ni él ni ninguno de sus subordinados hubiera podido encontrar el maldito martillo de Thor. Y es que esto me da para pasarme la tira de rato. Si Miya tiene chispa desde el minuto cero, ¿por qué Gabriel me deja fría? ¿Por qué Gúnrr sólo consigue que quiera sacarle los ojos?

Cuando Gúnrr por fin consigue que Gabriel se acueste con ella - acontecimiento que llega de un modo más que lamentable, al menos a mi juicio. Será que yo estoy muy loca, pero, en serio, si alguien ha leído el libro que me dé su más humilde opinión al respecto -, nuestro Engel se cierra en banda. Al parecer, sentir algo por la valkyria más débil lo destroza. Él está enamorado de Daana. Sólo Daana. Ja.

La frialdad de su Engel, seguida con una de las translocaciones de Daana, consigue que Gúnrr se vuelva completamente loca. De repente, Gabriel ha desaparecido y todo parece ponerse patas arriba. Aprovecho el momento para recalcar lo prematuro que, una vez más, me resultó todo. No digo que sobrara el momentáneo traslado de Gabriel al Reino Unido, porque no sobraba; sino que no comprendo cómo de golpe, sin darse cuenta, todo estaba en jaque. ¡Incluso había heridos graves, por Dios!

No diré mucho más, porque os desvelaría el final, pero sí diré que, una vez más, Gúnrr me ha parecido un personaje más bien hueco, muy necesitado de atención, cariño y reconocimiento; mientras que Gabriel me ha parecido poco más que un dictador venido a menos con ínfulas de grandeza que sólo él entendía. Un líder que de líder tiene tanto como yo de monja, para que nos entendamos.

¿Puntos a favor, entonces? Róta, Miya y Bry. Bien es cierto que esta última, la Generala, no me acaba de convencer; pero los otros dos... son la leche. Os recomiendo encarecidamente que os dejéis enamorar por esta futura pareja que va a dar mucho de lo que hablar.

Con todo, El libro de Gabriel es una cuarta parte más bien flojita, con una trama algo más sencilla. Nuevos personajes, nuevas historias y... la ya conocida y deliciosa prosa de Lena Valenti. Un libro que vale la pena leer para poder seguir con la saga, sin duda.

Orden. El orden le gustaba. El orden era control.

Los dioses aseguraban, según su cosmología, que había nueve mundos: El Asgard era el hogar de los dioses. Luego estaban el Vanenheim, el hogar de los Vanir; Álfheim, el de los elfos de luz; Nidavellir, el reino de los enanos; Midgard era la Tierra de los Humanos; Jotunheim, el reino de los jotuns y gigantes; Svartalfheim, la tierra de los elfos oscuros; Nilfheim, el mundo de los muertos o el infierno; y por último, Muspellheim, la casa de los gigantes de fuego.

-No pienso aguantarte otra vez en ese plan - le aseguró Gúnnr pasando esta vez los dedos por los abdominales magullados y amoratados.

-Sí, suelo cabrearme cuando me cortan un brazo. Debo de ser tonto - movió la mano como si no le diera importancia al comentario.

Las mujeres eran libres, igual que los hombres. Nadie tenía a nadie. Nadie era de nadie. Nadie pertenecía a nadie.

-Le he preguntado a Chosobi cómo piensan ayudarnos a irnos de aquí cuando esta noche aplastemos a los cochina.

Al guerrero le temblaron los hombros de la risa.

La honestidad daba asco, pero cortaba las ilusiones de cuajo y hacía que tocara de pie en la dura realidad.

La guerra era una experiencia extraña. No era un combate, no era una batalla. En mente sólo se albergaba el pensamiento de que era una partida en la que te jugabas el todo o nada. La vida, la muerte. Un movimiento mal dado, una táctica mal elaborada, un ataque mal ejecutado, un parpadeo cuando no tocaba... eran los detalles que permitían que al siguiente instante respiraras o no.

Para ella, luchar era como una coreografía, se trataba de tener estilo y de no presumir ni infravalorar al enemigo. Nunca.

-Baja los brazos, Gunny - Le pidió Gabriel con amabilidad. [...] - Se trata de salvar a los Hopi, florecilla. No de hundir su altiplano - Le sonrió con simpatía.

Sus ojos rojos centellearon.

-No me hace gracia, capullito.

El arte de la guerra se basaba en el engaño. Cuando se es capaz de atacar, había que aparentar incapacidad e inactividad. El enemigo tiene que creer que estás lejos, aunque en realidad estés justo al lado.

El escudo del Underground era de por sí muy simbólico. Tres runas Bjarkan, como tres bes acabadas en punta, unidas de modo que crearan un triángulo. Por tanto, casualidad o no, era el mejor lugar de reunión para los adoradores de Loki.

-Si inviertes las bes - había explicado Isamu espontáneamente a Gúnnr - verás que las runas forman una uve doble. Es porque Loki también puede ser representado por la runa Wunja, que simboliza la travesura y el salvajismo.

La vida daba sorpresas increíbles, y era cierto que, al final, los mejores momentos eran aquellos que dejaban a uno sin respiración. Como aquel instante.

Uno debía tener derecho de elegir por quién llorar, porque no se podía llorar por todo el mundo.

Era un beso. Pero ni Gúnnr ni Gabriel infravaloraban los besos. Eran conscientes de que en ellos podían decir todas las cosas que no se decían. Era como la colisión de dos mundos que, a través de la rendición, creaban uno nuevo. Efímero, pero más brillante y real que el mundo que ambos regentaban.

Qué complicada era la vida. Qué difícil era reconocer que frente a la persona adecuada todos nos quedamos desnudos.

Los recuerdos perviven para siempre, flotan en el espacio y en el tiempo. Vibran y tienen vida.

Las palabras a veces aterraban, sobre todo esas.