Reseña #81: tokio blues

Publicado el 02 abril 2017 por Alaluzdelasvelas

Cumplo un poco tarde, pero cumplo, que es lo importante. He estado un buen rato dándole vueltas a qué podía subir y, aunque sé que debería haberme inclinado por un Wrap Up, he decidido dejarlo para la semana que viene y así poderos hablar de algo francamente maravilloso. Ahora bien, si no habéis leído aún el libro, no os aconsejo leer la sinopsis. Se cuenta demasiado, por no decir casi todo. Dicho esto... ¡Dentro reseña!

Mientras su avión aterriza en un aeropuerto europeo, Toru Watanabe, de treinta y siete años, escucha casualmente una vieja canción de los Beatles: de pronto, la música le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de finales de los sesena. Recuerda entonces, con melancolía y desasosiego, a la inestable y misteriosa Naoko, la novia de su mejor - y único - amigo de la adolescencia, Kizuki, y cómo es suicidio de éste les distanció durante un año, hasta que se reencontraron en la universidad. Iniciaron allí una relación íntima, truncada, sin embargo, por la frágil salud mental de Naoko, a quien hubo que internar en un centro de reposo. Al poco, Watanabe se enamoró de Midori, una joven activa y resuelta. Indeciso, acosado por los temores, Watanabe sólo experimentaba el deslumbramiento y el desengaño allá donde todo debía cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte. La insostenible situación le llevó entonces a intentar alcanzar el delicado equilibrio entre sus esperanzas y la necesidad de encontrar su lugar en el mundo.

Él no tiene un compañero de residencia sucio, que no sepa ni de qué color es el suelo; no disfruta estando rodeado de gente o haciendo lo que todo el mundo hace cuando empieza la universidad. No. Watanabe no es un chico como todos los demás. Watanabe perdió a su mejor amigo porque el susodicho decidió suicidarse sin dar una sola explicación. Entonces su mundo, sin más, se desmoronó . Alejarse de su ciudad natal, así como de su pasado, se convierte en la necesidad número uno de nuestro protagonista, ese chico que mata las horas leyendo buenos libros, tomando café y té. Es así como llega a Tokio. Es así como su vida, aunque él no lo sepa, está a punto de dar un giro de 180º.

Había oído hablar de este hombre tantas veces y tan bien... Ni una mala referencia - bueno, realmente sólo una -, nada que me hiciera pensar que fuera a encontrarme algo que me desagradara; y, pese a todo, yo, más tozuda que una mula, no me animaba. Me da mí que voy a tener que dar gracias porque un día se me iluminase la bombilla y decidiera ir a la biblioteca a rescatar una de sus obras - o a mi madre, que fue la que me comentó que quería leer algo más del autor. Maldita sea, ¿por qué las madres siempre tienen razón?

Haruki Murakami tiene una forma de escribir muy peculiar, muy suya, diría yo. Es una prosa decadente, triste, melancólica; y, pese a todo, hermosa. Me explico. No hay ni un rastro de esperanza, ni un deje de ilusión en una sola de sus palabras. Cada una de ellas podría tildarse de gris, como una de esas tardes de lluvia en la que la dulce y visceral melancolía se cierne sobre nosotros y nos sumerge en un letargo pesaroso.

) ejercicios matutinos. Aquí me veo en la obligación de decir que, si yo tuviera que vivir con alguien así, tendríamos un problema muy serio. ¡A esas horas se duerme, por el amor de Dios! Dejando mis aportaciones innecesarias de lado, nuestro protagonista La nueva vida de Watanabe es más bien aburrida. Cada día, su compañero de habitación - Tropa-De-Asalto, para los amigos - se levanta a las 06:30 para hacer sus ( se limita a ir a sus clases de teatro y arrastrarse de nuevo a la residencia. Pero, ojo, no es todo monotonía, no. Un día, en el tren, se encuentra con Naoko, la que fue la novia de Kizuki, su difunto mejor amigo. Surge, así, algo muy similar a una simbiosis. Una simbiosis que, si queréis mi opinión, es tóxica desde el minuto cero.

No voy a mentir, ni siquiera voy a adornar la verdad. A mí Naoko no me gustó nada de nada. Es una chica con muchas sombras, con matices de talante siniestro, casi neurótico, que, al menos a mi juicio, sólo conseguían hundir más y más a Watanabe. Con esto no quiero decir que el libro trate una relación que raya en lo malsano. ¡Todo lo contrario! Sencillamente, quiero dejar claro para todas aquellas personas que no sepáis si animaros o no con Murakami que vale muchísimo la pena conocer esta historia. Ahora bien, no esperéis héroes, chicas fuertes o dulzura. No esperéis palabras de amor que os desgarren el corazón. No esperéis nada. Entonces os daréis cuenta de que esta novela es una verdadera joya.

Naoko y Watanabe deciden verse todos los domingos para pasear. Ella siempre unos pasos por delante, él siempre por detrás, esperando a que hable. Y silencio. Sobre todo, silencio. La historia empieza de verdad el día del cumpleaños de nuestra curiosa Naoko. Día que hará que ella decida hacer algo por sí misma.

Antes de pasar a la parte que contiene spoilers, quería comentar una cosa que, al menos a mí, me resultó muy curiosa. ) que cuando estáis con vuestras amigas y vuestros amigos no sabéis de qué narices hablar y decís tonterías? Creo que de las primeras veces en las que leo un libro con unos diálogos tan curiosos. Quiero decir, ¿no os pasa a veces ( Sí, esas conversaciones que no tienen nada que ver con nada, pero que pueden llegar a ser de lo más divertidas o curiosidas. Pues eso es lo que hay aquí. ¡Y ya era hora, porque estaba un poco harta de esas conversaciones tan profundas que me hacían sentir como si fuera poco más que una ameba!

Y, ahora, bienvenidas y bienvenidos a la

Estoy sin palabras. Tal cual. Hay tanto en tan poco que ni siquiera sé por dónde empezar a deciros lo maravilloso que es este libro. Maldita sea, ¡hacía mucho tiempo que no devoraba una historia con tantas ganas! Watanabe ha pasado a ser, a mi juicio, uno de los mejores protagonistas sobre los que he tenido el placer de leer; y es que este chico, aunque tiene momentos malos, siempre encuentra la luz al final del túnel. Puede que la luz no sea la más brillante, la más esperanzadora; pero es una luz que, aun siendo gris, conduce al cambio y, ¡joder, cómo se agradece eso!

Tras saber que Naoko ha decidido rehacer su vida internándose en una institución de sanación mental, nuestro chico favorito se sume en algo muy parecido a la depresión. Pasando días y más días escribiendo cartas a la pobre chica desaparecida, ahora solo en la habitación porque Tropa-De-Asalto se ha marchado; conoce a Nagasawa y a Midori.

Quisiera hablaros de forma individual de cada uno de ellos, porque son personitas que de verdad valen la pena. Nagasawa es un conquistador, un chico con mucha labia y un cerebro envidiable; uno de esos tíos que consiguen lo que quieren cuando quieren, sólo porque son lo suficientemente persistentes. Su visión de las relaciones de pareja, aunque a muchas y muchos de vosotras y vosotros pueda parecerle aberrante, a mí me encantó. Quiero decir, no estoy de acuerdo con el hecho de que lo hiciera todo delante de las narices de su novia - chica que, personalmente, me dio mucha pena -; pero sí considero que está bien tener las narices de decir que no quieres nada serio en tu vida sin esperar a que te lapiden por ello.

Midori fue, sin lugar a dudas, la mejor de la historia, junto con Watanabe. Esa chica es una cabra loca, eso sí, con las ideas muy claras. Se desvive por su padre enfermo, hace lo imposible por salir adelante y, ante todo, se convierte en el pilar de apoyo de nuestro protagonista, ese pobre idiota que bebe los vientos por Naoko, aunque sepamos desde el inicio que esa historia no va a acabar bien. Tal vez lo mejor de la personalidad de Midori sea el hecho de que ella, contra todo pronóstico, cree en el amor, ese desgarrador y pasional. ¿Y por qué digo esto? Me fascinó el enfoque que ofrece sobre cómo quiere que sean con ella. Me pareció francamente tierno porque la chica, aunque se las dé de dura, lo único que quiera es que la quieran de verdad.

No creáis que soy una desalmada, alguien que no puede concebir que la pobre Naoko estuviera tan tocada. La entiendo, de verdad que sí, pero su posición no dejó de parecerme egoísta. La chica no hacía más que buscar excusas para no tener que seguir adelante, para poder sumirse más aún en su propia miseria. ¿Y por qué? Porque era la vía fácil, porque ella no dejaba de ser una cobarde. Una cobarde egoísta, por supuesto, ya que en ningún maldito momento consideró seriamente el hecho de no tener a Watanabe bien cogido.

Decía hace un rato que no esperáis palabras de amor, escenas dulces o situaciones de las que te hacen sonreír de oreja a oreja. Y lo mantengo. A lo largo de toda la historia, vamos descubriendo todas las sombras de los protagonistas. Dramas edulcorados por frases de superación, actitudes desafiantes y corazas. Miles de corazas. Incluso la música se convierte en un protagonista más, uno tan decadente como todos los demás, aunque precioso en sí mismo.

No quiero hablar mucho más, porque lo último que quiero es soltar algo de lo que luego tenga que arrepentirme - lo sé, estamos en la zona spoiler, pero tampoco es cuestión de que, leyendo esta reseña, sepáis todo lo que pasa -, aunque sí hablaré sobre dos cosas más. La primera de ellas, como no puede ser de otro modo, es la institución a la que acude Naoko en busca de algo de paz. Fue curioso ese estilo de terapia, tan austero y poco materialista, aunque muy bonito. La segunda es Reiko. Esta mujer - la compañera de casa de Naoko en la institución - es sencillamente maravillosa. Un amor. Otro personaje con un pasado atroz.

¿Qué queréis que os diga? Haruki Murakami se ha ganado mi respeto y, por el momento, mi absoluta adoración. Una historia así merece ser leída, porque es de las que rompen, no porque sea todo tan triste que raye en lo absurdo, sino porque cada palabra, contada muchos años después de la acción propiamente dicha, es perfectamente consecuente. No hay abrazos, palmaditas en la espalda o lágrimas sentidas por todo lo que ha pasado. No. Sólo hay una paz casi irreal alrededor de cosas de las que nadie quiere hablar. Y eso es maravilloso, porque no es síntoma de que se acepta el pasado, aunque duela.

El final es perfecto. Sin más. Cada palabra del último capítulo es, sencillamente, lo que tenía que ser. De verdad os lo digo: leed este libro.

Con todo, Tokio Blues es un libro maravilloso. Una historia cargada de claroscuros, de luces y sombras. Una novela de prosa excelente. Un viaje de no retorno a algo que, de verdad, vale muchísimo la pena.

<<La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella>>.

-¿Cuál crees que es la mejor ventaja de ser rico?

-Poder decir que no tienes dinero. Por ejemplo, yo iba y le proponía hacer algo a una compañera de clase. Entonces ella me decía: <<No puedo. No tengo dinero>>. Yo, en cambio, hubiera sido incapaz de decir lo mismo. Si yo decía <<No tengo dinero>>, era porque no lo tenía. ¡Patético! Igual que una chica guapa puede decir: <<Hoy me veo tan horrorosa que no me apetece salir>>. Eso mismo, en boca de una chica fea, da risa. Éste fue mi mundo durante seis años, hasta el año pasado.

-Tengo miedo de morir de ese modo. La sombra de la muerte va invadiendo despacio, muy despacio, el territorio de la vida y, antes de que te des cuenta, todo está oscuro y no se ve nada, y la gente que te rodea piensa que estás más muerta que viva... Es eso. Yo eso no lo quiero. No podría soportarlo.

-¿No es tu querido Scott Fitzgerald quien decía que uno no puede fiarse de las personas que se tienen por personas corrientes?

-[...] Todos esperaban que lloráramos. Pues razón de más para no hacerlo.

-En la residencia el teléfono está en el vestíbulo, junto a la entrada. Siempre hay gente entrando y saliendo - le expliqué -. Si me masturbara en un lugar así, el director de la residencia me mataría de un guantazo. No me cabe duda.

-Problema, ninguno. Un día de éstos volveré a intentarlo.

El tiempo transcurría al ritmo de mis pasos. A mi alrededor, hacía tiempo que todos habían emprendido la marcha, y yo y mi tiempo seguíamos arrastrándonos con torpeza por aquel lodazal. A mi alrededor, el mundo estaba a punto de experimentar grandes transformaciones. John Coltrane y muchos otros habían muerto. La gente clamaba cambios, y éstos se encontraban a la vuelta de la esquina. Pero los acontecimientos que tuvieron lugar, todos y cada uno de ellos, no fueron más que pantomimas carentes de entidad y significado. Y yo me limitaba a vivir día tras día sin apenas levantar la cabeza. Lo único que se reflejaba en mis pupilas era aquel lodazal infinito. Levantaba el pie derecho, luego el izquierdo, de nuevo el pie derecho. Ni siquiera sabía con certeza dónde me encontraba. No lograba orientarme. Sólo sabía que tenía que dirigirme a alguna parte y, por ese motivo, movía los pies.

-[...] ¿Puedo darte un consejo?

-No te compadezcas de ti mismo. Eso sólo lo hacen los mediocres.

-En una caja de galletas, hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan, y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo, cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: <<Tengo que acabar con esto cuanto antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas>>.

-Pero es cierto. Yo lo he aprendido de manera empírica - dijo Midori.