Reseña #86: las chicas
Publicado el 08 julio 2017 por Alaluzdelasvelas
RESEÑA #86: LAS CHICAS¡Hola, hola, hola! Si alguien me hubiera dicho, hace poco más de dos o tres meses, que tendría que interesarme por los procesos que se siguen en una secta, me hubiera reído. Nunca me ha interesado ese tema, ni siquiera por el “morbo” que podríamos decir que suscita la mera mención de la palabra. ¿Sabéis ese dicho, el de “nunca digas: de éste agua no beberé”? Pues es cierto. Para una de las asignaturas de la carrera – psicología de los grupos –, tuve que realizar en grupo un trabajo sobre las sectas. El tema a mí me parecía aberrante, pero la elección democrática dejaba bien claro que mi opinión importaba poco o nada. ¿Y por qué os cuento todo esto? Muy sencillo. La secta que escogimos nosotras fue la que lideraba Jim Jones (la Secta del Pueblo) y el libro Las chicas trata sobre la secta liderada por Charles Manson. ¿Os suena? ¿No? Bueno, ¡dentro reseña!
Ficha técnicaTítulo: Las chicasAutora: Emma ClineEditorial: Anagrama. Panorama de narrativasNúmero de páginas: 312ISBN: 9788433979582Precio: 19,90€Sinopsis California. Verano de 1969. Evie, una adolescente insegura y solitaria a punto de adentrarse en el incierto mundo de los adultos, se fija en un grupo de chicas en un parque: visten de un modo descuidado, van descalzas y parecen vivir felices y despreocupadas, al margen de las normas. Días después, un encuentro fortuito propiciará que una de esas chicas, Suzanne, unos años mayor que ella, la invite a acompañarlas. Viven en un rancho solitario y forman parte de una comuna que gira alrededor de Russell, músico frustrado, carismático, manipulador, líder, gurú. Fascinada y perpleja, Evie se sumerge en una espiral de drogas psicodélicas y amor libre, de manipulación mental y sexual, que le hará perder el contacto con su familia y con el mundo exterior. Y la deriva de esa comuna que deviene secta dominada por una creciente paranoia desembocará en un acto de violencia bestial, extremo.Mi opinión Evie Boyd es una adolescente como cualquier otra.Una niña de catorce años que se preocupa por banalidades como saber la forma exacta de gustar a los chicos, una de esas niñas que tienen una mejor amiga con la que va a todas partes. Ahora bien, la pequeña Evie tiene un problema: se siente totalmente fuera de lugar en su casa, como si el hecho de que su madre se preocupara por sí misma y no sólo por ella fuera motivo de enfado, como si el divorcio de sus padres fuera algo de dimensiones exacerbadas… como si le faltara algo. Lo peor de todo, es que para el nuevo curso sus padres han decidido meterla en un internado; y todo porque sus notas no son buenas. Sobra decir que todos los “problemas” antes descritos son iguales para todo el mundo. Todo el mundo ha sido pequeño, así que, ¿qué hay de malo en dejar que la edad del pavo pasee ante nuestros ojos? Ahora bien, hay límites. Evie, la dulce e inocente Evie, ve un día a unas chicas. Unas chicas de aspecto despreocupado, casi salvaje. Las chicas. Comentaba en el inicio de la entrada que jamás me ha interesado el tema de las sectas. Lo mantengo. Me parece perturbador, malsano y, ¡qué demonios!, da un mal rollo de tres pares de narices. Contrariamente a lo que podáis pensar, Emma Cline no hace apología de este, digamos, fenómeno. Hace un análisis exhaustivo, uno que pasea por las etapas de la adolescencia y los estadios de la captación de adeptos. Un trabajo brillante, si queréis mi opinión; porque la atmósfera opresiva, el descuido y la verborrea carismática impregna todas y cada una de las páginas de este libro. Entre las chicas, hay una que parece brillar con luz propia. Suzanne Parker, mano derecha de Russell, junto con Guy– un chaval cuyo único papel es ejercer de algo muy similar a un chulo, para que os hagáis una idea –. Evie cae rendida ante su desparpajo, ante su mal humor y su osadía. Atributos positivos a ojos de una niña impresionable que sólo quiere un poco de cariño. Aquí quiero detenerme un momento. No consideré, en ningún momento, que Evie Boyd fuera una de esas chicas desatendidas. Todo lo contrario. Su madre la quiere, y así lo demuestran sus actos. Tal vez su comportamiento acusatorio y ofensivo hacia los “pretendientes” de su madre no se deba más que a un desajuste tras el divorcio; pero, sintiéndolo mucho, me pareció desmedido. Volviendo a la trama, que es lo que nos ocupa, Evie se pelea con su mejor amiga una tarde cualquiera y, dado que no tiene nada mejor que hacer, decide ir a comprar a la tienda. Lo que empieza siendo un acto banal, se convierte en el inicio o, al menos, primer contacto de nuestra protagonista con las chicas. Suzanne quiere papel de váter. De hecho, quiere robarlo. Y Evie finge que lo roba, sólo para hablar con ella. Supongo que no estaría de más explicaros cómo sucede todo realmente. El libro nos lo narra la propia Evie, con su egoísmo y sus motivos; pero nos habla del pasado sin perder de vista su presente: una mujer que no tiene nada, que vive encerrada en sus recuerdos, prisionera sin celda del mal sabor del arrepentimiento. El incidente del papel de váter, puramente anecdótico, nos conduce al desencadenante real. Evie Boyd pedaleando furiosamente, viendo cómo la cadena de la bicicleta se sale y alzando la cabeza para toparse con un gigantesco autobús negro del que se baja Donna, una de las chicas, diciéndole que suba, que van a ayudarla y dejarle que participe en el Solsticio de Verano.Amigas, amigos… ya estamos dentro. Y, ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler Se ha estudiado que, en las sectas, lo más importante es aprovechar la vulnerabilidad del futuro adepto. Se ha estudiado que las drogas, palizas y rezos son importantes para obtener la sumisión absoluta. Se han estudiado las vertientes, los métodos… y, pese a todo, lo más sorprendente es que siga habiendo gente desalmada que usa todo eso no cómo objeto de estudio, sino como proyecto de futuro. Nuestro dulcey carismático Russell, se presenta ante Evie Boyd la noche del solsticio, con sus palabras dulces, sus canciones de amor libre y despersonalización del yo. ¿Y qué hace la dulce Evie, la niña que cree que su madre no la quiere o, al menos, no la merece; la niña que no soporta la indiferencia de su padre, ese que se acuesta con una mujer mucho más joven y, para colmo, vive con ella? Se lo cree todo. Palabra a palabra. Evie Boyd no ve la cantidad de mierda que impregna el rancho. Huele el olor putrefacto, ve la miseria que comen, las pupilas dilatadas por las drogas, casi puede palpar el humo de la marihuana. Lo ve todo, pero está tan ciega, tan rematadamente cegada por la magnificencia subjetiva de Suzanne, que cede. A todo. Deja que Russell le diga lo preciosa que es, deja que el señor Russell la masturbe en un remolque lleno de mierda, ese hombre que deja que esa pobre niña se una a la maldita secta.¡Un hombre adulto beneficiándose a una niña! ¡Y no sólo eso! ¡Beneficiándose a todo ser con vagina que ande por allí! ¡Venga ya! Sí, lo sé, lo sé, me enfado. Pero es que no me faltan motivos. El speed, el ácido y la maría se convierten en la constante de la vida de Evie. Drogas que hacen que flipes lo que no está escrito, por el módico precio de sentirte parte de algo. Sentirte parte de algo. Permitid que me ría, porque tiene narices el asunto. La despersonalización, la pérdida de la identidad para la consumación del yo grupal; palabras bonitas que tienen un único objetivo: Russell quiere dinero y sus adeptos, sus fieles seguidores, van a conseguirlo. La historia, en líneas generales, es muy buena. Vemos los pasos de Evie por aquel mundo depravado, la vemos robar a su madre, a su vecino. La vemos, además, siendo mancillada por manos obscenas.No es que yo tenga nada en contra del sexo libre, es que aprovecharse de una cría me parece, sencillamente, asqueroso. Porque eso es lo que pasa aquí, que Evie Boyd lo da todo por sentirse querida, por sentir que alguien le presta atención, por escuchar palabras dulces de otras bocas. Russel y Mitch me dieron verdadero asco. Puede que más el primero que el segundo, pero ojo, que el señor Mitch tiene las santas narices de acostarse con Evie, así que para el caso son el mismo tipo de mierda con distinto nombre. A lo que voy. Mitch le dice a Russell que firmarán en la discográfica, algo que favorecerá “el grupo”. Y al final, sencillamente, no lo hace. ¿Y qué pasa después? ¿Se va de rositas? Por supuesto que no. Suzanne es, a todas luces, el alma del libro. Una chica atormentada, desprovista de compasión o sentimientos positivos que vayan más allá de lo que Russell le pide. Una chica que, probablemente, necesita tanta atención como Evie, ya que nuestra propia protagonista habla de ella como alguien con quien “conecta”. Si me preguntaran si me gustó el personaje de Suzanne, diría que sí. Sus sombras, las oscilaciones de su carácter, el cómo cuida de Evie, pese a que ésta sólo quiera estar con ella… me asombraron y me horrorizaron a partes iguales. Tal vez sea una cuestión de buena construcción, puede que Emma Cline logre con su prosa vendernos bien el asunto; pero yo sigo pensando que lo que inclinó la balanza, lo que de verdad hizo que me gustara Suzanne, fue el hecho de que supo parar a tiempo. No sus actos, aquello fue aberrante; sino la depravación de Evie Boyd. La sacó del coche. La sacó del maldito coche. No quiero desvelar nada. El libro cuenta con todo lo necesario para hacer de la lectura una delicia, una que deja un sabor amargo, eso sí. Y es que el final me resultó más abrumador todavía que el resto de la historia. Ver cómo, poco a poco, la vida el rancho se vuelve oscura, aislada y deprimente. Todo ese amor libre de finales de los sesenta, rozando los setenta, convertidos en un bucle de odio que engendra una verdadera locura. Desolador, sin duda. No sé a qué esperáis para leerlo.Con todo, Las chicas es una novela cargada de emociones. La vida de Evie Boyd, convertida en un amasijo de decepciones. A través de la deliciosa pluma de Emma Cline, podemos adentrarnos de lleno en la truculenta vida del rancho; vida que cambia, y mucho, durante la estancia de nuestra protagonista.
Nota: 4/5Citas(…) Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas(…)(…) Gran parte del deseo, a esa edad, era un acto deliberado. Nos empeñábamos en difuminar los bordes toscos y decepcionantes de los chicos para darles la forma de alguien a quien pudiéramos amar. Decíamos que los necesitábamos desesperadamente con las palabras típicas, repetidas de memoria como si estuviésemos leyendo una obra de teatro. Más tarde lo vería: lo impersonal y rapaz que era nuestro amor, enviando su señal por todo el universo con la esperanza de encontrar un depositario que diera forma a nuestros deseos.(…)
(…) Tamar no estaba siendo ruin, pero me sorprendió, esa facilidad con la que desmontó a mi padre. Nunca se me había pasado por la cabeza, en realidad, que pudiera ser una figura cómica, alguien que cometía errores, o que actuaba como un niño, o que iba tropezando sin remedio por el mundo y necesitaba que lo guiaran.(…)
(…) Querías algo y no podías evitarlo, porque no había nada más que tu vida, era sólo contigo con quien te despertabas, ¿y cómo te ibas a decir a ti mismo que lo que querías estaba mal?
(…)