RESEÑA: Agostino

Publicado el 28 julio 2021 por Jimenada

 AGOSTINO


Título: Agostino. 
Autor: Alberto Moravia (1907-1990) nació en Roma con el nombre de Alberto Pincherle. Considerado uno de los más refinados novelistas del siglo XX, demostró un precoz y deslumbrante talento plasmado en una extensa producción literaria que incluye ensayos, piezas teatrales, artículos periodísticos y reportajes de viajes. Máximo exponente del existencialismo italiano, Moravia ha explorado con gran agudeza temas como la sexualidad y la alienación social en los libros convertidos en clásicos de la literatura universal, entre los cuales destacan Los indiferentes (su exordio literario, de 1929), El desprecio, El conformista, La campesina El aburrimiento. Muchas de sus novelas han sido adaptadas a la gran pantalla por directores de la talla de Godard o De Sica; de Agostino también existe una versión cinematográfica estrenada en 1962 bajo la dirección de Mauro Bolognini. 

Editorial: Altamarea. 
Idioma original: italiano. 
Traductora: Raquel Olcoz.
Sinopsis: Agostino es una historia de un despertar sexual, de la abrupta pérdida de la inocencia por parte de un atormentado adolescente de la burguesía romana; es el relato de su educación sentimental, que se consuma en el seno de una idílica relación madre-hijo en la que el amor materno es correspondido por un sentimiento ambivalente: una atracción a la vez ingenua e impura, etérea y carnal, que empieza a fermentar en Agostino el día en que su madre, conoce, durante unas vacaciones en la playa toscana, a un hombre con el que coquetea. Su inesperada aparición desata en Agostino una inquietud hasta entonces desconocida. El brusco descubrimiento de su madre es, también y antes que nada, una mujer convierte su inocente sentimiento de admiración y amor filial en una edípica pulsión erótica que turba al adolescente. Desorientado y resentido, en un orgulloso acto de rebelión, Agostino intenta liberarse del dulce yugo materno y se integra en una pandilla de gamberros que lo repele y lo atrae, y a la que se aferra con masoquista determinación para superar la crisis existencial que marcará su ingreso en la edad adulta. 
Su lectura me ha parecido: fascinante, retorcida, sutil, ligera, brillante, con una inspiración deliciosamente clásica, sórdida por momentos, tierna en su primera parte, obsesiva, veraniega en última instancia... Sófocles. El poeta, el dramaturgo, el político, el teórico y el sacerdote. Pero sobre todo, el maestro indiscutible de la tragedia clásica griega. Aquel que se enfrentó en más de treinta ocasiones a otros autores del olimpo dramático - legendaria fue su rivalidad con Eurípides - en las conocidas como Grandes Dionisias. Celebraciones en honor al dios Dionisio en las que los grandes dramaturgos del momento competían entre sí para alzarse con el honor de haber representado la mejor historia ante centenares de personas. Espectadores que, sentados en las hileras de piedra que conformaban el teatro - una de las mayores aportaciones de la Grecia clásica a la historia de la humanidad - y sin saberlo, estaban haciendo historia. Ante sus ojos desfilaron los textos que hoy consideramos capitales para entender, no solo la evolución de la literatura hasta nuestros días, también aquello que, como sociedad, hemos ido reproduciendo a lo largo de los siglos. Y es que no hay mejor escaparate de la condición humana, así como de las ideologías, tradiciones y demás recovecos oscuros del alma que aquello capaz de traducirse en una representación. Emoción a través de miradas, monólogos, cuerpos en movimiento y - en el caso que nos ocupa - enormes máscaras que evidenciaban el estado de ánimo del personaje en cuestión. Imprescindible herencia a la que, a pesar de la invasión de las nuevas tecnologías, nos resistimos a renunciar. De entre todas aquellas maravillosas propuestas dramáticas, una sobresale por encima de todas: Edipo Rey. La gran tragedia griega por excelencia, compuesta por diversos elementos y temas aún presentes en la literatura contemporánea. A saber los caprichos del destino - entre el libre albedrío y la fatalidad del error trágico - los riesgos del acceso al conocimiento - según que clase de conocimiento por supuesto - la importancia de los Dioses en la cotidianeidad - de hecho, se deja muchas veces en sus manos las decisiones más importantes de la trama - el control del estado, la ceguera como metáfora del arrepentimiento ante los crímenes cometidos, así como elemento irónico, ya que en la tragedia, Tiresias (a pesar de su ceguera) es el único personaje que sabe la que se le viene encima a Edipo. Y, como no, el incesto. En primer plano y sin ningún tipo de cortapisa. Entre madre e hijo. Sin saberlo, sin conocer su verdadero parentesco hasta la tremenda anagnórisis. Dicho tema, de los más importantes de la obra, serviría de inspiración al propio Freud para elaborar su famoso "Complejo de Edipo" donde argumentó que el primer despertar sexual se da durante la infancia hacia el progenitor de sexo opuesto. Freud se basó en Edipo Rey para demostrar que los deseos incestuosos están ligados a nuestra herencia humana más primitiva, y por tanto, susceptible de heredarse o de experimentar dichas pulsiones sexuales. Algo de lo que tomó buena nota el escritor italiano Alberto Moravia, protagonista de la reseña de hoy que, con su breve texto, demostró, no solo su maestría a la hora de actualizar clásicos de la literatura, también su perspicacia a la hora de enganchar al lector pese a que las imágenes que reproduce en su cabeza rezumen a erotismo y perversión. Agostino: la tragedia juvenil acechante entre sombrillas y cuerpos al sol. 

Agostino lo tiene todo para ser la novela perfecta de cualquier verano. Esa que por sus ligeras dimensiones - 115 páginas de nada - te llevarías a cualquier lugar (playa, pueblo, camping, apartamento...), que por la sinopsis encandila por su baño - nunca mejor dicho - de todos los tópicos de la estación más deseada por muchas/os y que incluso, gracias a ese maravilloso diseño de portada - con ese modelo de silla playera que dejaba marcas en la piel cada vez que te levantabas de ella y ese amarillo chillón de fondo - consigue transportarte a las playas italianas, a la sal en los labios y a los chapuzones mediterráneos. El título, Agostino, también juega en su favor, convirtiendo esta apuesta de Altamarea Ediciones (la editorial que nos está proveyendo de lo mejorcito del pasado y del presente de la literatura italiana, sin olvidarnos de su reciente incursión en lo nacional en un intento por dar voz a nuevas plumas del panorama literario español) en un acierto de cara a unos meses en los que el entretenimiento gana a sesudos planteamientos. Sin embargo, y a pesar de que el paisaje vacacional estrella está presente - con todos los tópicos, claro está, de mediados de siglo XX - Agostino se revela como una actualización, por la vía de lo narrativo, de la ya citada tragedia griega Edipo Rey. En una deriva, eso sí, más estilizada, pero igual de desasosegante e impactante. En ella, el joven protagonista (cuyo nombre da título a la novela) ve quebrado todo su naif e idílico mundo interior al enterarse de que su madre ha conocido a un hombre por el que empieza a sentirse sexualmente atraída. Lleno de rabia, al ver que la mujer que más ama en el mundo - en el sentido más perturbador de la palabra - decide romper con esa admiración que tanto le profesaba y rebelarse de la mejor forma que se le ocurre. Juntándose con malas compañías y uniéndose a una banda de chiquillos que solo buscan meterse en problemas, cada cual más gordo que el anterior. Alberto Moravia construye un relato en continuo descenso en lo que a formas se refiere - que no en calidad, por supuesto - pasando de un estilo limpio, inocente, en donde asistimos con cierto resquemor y ternura a la relación de Agostino con su madre, a un embrutecimiento verbal y físico sustituyendo los modales exquisitos por apodos pandilleros (acepta que le apoden "Pisa" por su lugar de nacimiento) y por una actitud chulesca ante el supuesto "abandono" físico y psicológico perpetrado por su, antaño, querida y adorada madre. En otras palabras, clasicismo revestido de oportuna contemporaneidad digna de ser analizada y reflexionada. Aunque la inclemencia de Lorenzo nos invite a no pensar y a tirarnos sobre la colorida toalla, Agostino persiste en nuestra memoria. 

Desde una tercera persona muy particular, la cual conoce todos los pormenores y pensamientos que a Agostino se le pasan por la cabeza, Moravia nos regala una narración plagada de rupturas, siendo la más importante la que evidencia el abismo existente entre hijo y madre - que no de madre e hijo - al rededor de la cual pivota toda la novela. Al igual, y esto es importante señalarlo, la descripción a través del tormento de un hijo desplazado, cuyo comportamiento edípico y fascinación casi erótica no le deja pensar más allá del "trauma" que crea en su mente, de aquella regla no escrita que asegura que las mujeres, cuando son madres, dejan automáticamente de serlo. Como ya he señalado, Agostino no es una novela que lo critique o que se posicione explícitamente a favor de las libertades femeninas, como tampoco es una novela feminista al uso, ni Moravia un aliado de dicha causa, Más bien se sugiere, subyace, por debajo, como un temblor, entre conversaciones materno filiales y pasajes cargados de gran belleza y sentido metafórico. No obstante, desde mi punto de vista, lo que hace Moravia en Agostino es simplemente un ejercicio de aproximación literaria a dicho supuesto para efectuar el mejor retrato de la ideología machista que envuelve el relato. Desde antes del nacimiento, a las mujeres ya se nos carga de estereotipos y de deberes que cumplir. Cuando somos niñas, estos aumentan, al igual que las prohibiciones o las recomendaciones de lo que debes o no hacer. Sin embargo, en esta imperfecta sociedad, en el momento en el que te viene la regla, automáticamente dejas de ser una niña y asciendes un peldaño más en la escalera patriarcal. Ya no eres una chiquilla, ahora, eres una mujer, aunque tengas doce años y todavía te guste correr tras una pelota en el parque o balancearte en los columpios con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque, en el fondo, no entiendas lo que sucede o lo que significa ser una mujer. Después, cuando decides tener hijos, entonces ya no eres mujer, eres madre. Palabra que devora despiadadamente - como un tiburón a su presa - a todo lo demás. Y sí, eres madre, hasta la tumba, pero nada más. De ahí que antaño (y hoy en día) se sigue castigando o criticando a toda aquella madre que se escapa a las convenciones de su estatus. Como, por ejemplo, en el caso de ser madre soltera, viuda o divorciada - o incluso casada, lo mismo da - el iniciar una relación sentimental con otra persona, tener relaciones sexuales sin compromiso o simplemente sentirse atraída por alguien. Todo eso se muestra en Agostino de una forma sucia y psicológicamente hostil hasta desembocar en un clima tan insoportable como contradictorio a pesar del espíritu veraniego que la envuelve. Lo mejor, además de las incomodas escenas voyeurs, su final. Una dolorosa torta que - en su concepción de novela de iniciación que, a su vez, escapa a los tópicos de la misma - acaba por romper la burbuja de pureza y desparramar su contenido en un festín de cruda realidad. ¿Perfecta para el verano? Por supuesto. Ligereza y oscuridad aseguradas. Y los helados y cócteles que no falten. 
Agostino: una historia de perversión, erotismo, "abandono", rebeldía, celos, complejos de Edipo, transiciones, revelaciones traumáticas, violencia psicológica... La nouvell que te hará regresar, una y otra vez, a una de las épocas de mayor esplendor de la literatura italiana. 
Frases o párrafos favoritos: "Agostino se sentó bajo la sombrilla y esperó. Le parecía que la excursión de la madre se estaba prolongando más de lo normal. Y, olvidando que el joven del patín había llegado más tarde de lo habitual y que no había sido la ,madre la que quiso irse sola, sino que había sido él quien había querido desaparecer, se decía a sí mismo que, aquellos dos, seguro que habían aprovechado su ausencia para hacer esas cosas de las que le habían hablado los muchachos y Saro. Ante esta idea, no sentía ningún tipo de celos, sino más bien un nuevo y extraño escalofrío de complicidad, de que su madre actuara así con el joven, que se fuera con él cada día en patín y que, en esos momentos, lejos de miradas indiscretas, entre el cielo y el mar, se abandonara entre aquellos brazos. Era justo, y él ya perfectamente capaz de darse cuenta de ello. Entre estos pensamientos escrutaba el mar, y buscaba en él a los dos amantes."¡Un saludo y feliz verano!
Cortesía de Altamarea Ediciones