RESEÑA: Cárcel y Estrofas del éter.

Publicado el 31 octubre 2018 por Jimenada
CÁRCEL Y ESTROFAS DEL ÉTER

Título: Cárcel y Estrofas del éter.
Autora: Emmy Hennings (Flensburgo 1885-Sorengo-Lugano 1948), escritora y actriz alemana, es conocida por formar parte del germen del movimiento DADÁ al poner en marcha el Cabaret Voltaire en Zúrich en 1916, junto a su pareja sentimental, Hugo Ball. Sin embargo, Hennings ya tenía una prolongada carrera artística en el seno de la cultura expresionista alemana, como actriz y cantante de cabarets, y con poesía publicada desde 1913 en libros y revistas. Además, le acompañaba una biografía bastante turbulenta que incluía la adicción a las drogas, la prostitución y episodios carcelarios que relataría en su primera novela, Cárcel (1919). Tras la peripecia dadaísta, de la que ella y Ball reniegan muy pronto, ambos deciden llevar una vida ascética en el cantón suizo de Tesino, desde donde no dejó de publicar de forma continuada - y en el olvido - novelas, poemarios, relatos y libros biográficos.



Editorial: El Paseo.
Idioma: alemán.
Traductor: Fernando González Viñas.
Sinopsis: aquí se reúnen, por primera vez en nuestro idioma, sus creaciones más célebres: su novela Cárcel (1919), donde relató su estancia en presidio, con un estilo totalmente desacostumbrado en su época y ciertas formas desapasionadas que prefiguran la narración existencialista; y la antología de su primera poesía, titulada Estrofas del éter, que añade a su primer poemario publicado, La última alegría (1913), piezas aparecidas en las revistas expresionistas y dadaístas entre 1915 y 1916, y en cuyo conjunto resulta un pionero canto a la vida en el límite.
Su lectura me ha parecido: desprejuiciada, libre, directa, descarnada, muy crítica, intensa, con inesperados toques de humor, un milagro...Queridas lectoras y lectores, la historia nunca dejará de sorprenderme para bien pero también para mal, no hay término medio. Cuando te repiten constantemente, por citar un ejemplo, que en el año 1962 le concedieron el Premio Nobel de Medicina a James Watson, Maurice Wilkins y a Francis Crick por descubrir la estructura molecular del ADN en el año 1953 te lo crees. Lo pone en los libros de texto, la profesora o el profesor de turno lo menciona en clase, ¿existen motivos para desconfiar de dicha información? Ninguno aparentemente. No obstante, en cuanto haces un poco de trabajo de campo, en otras palabras, en cuanto tecleas la palabra ADN en Google, y buscas donde nadie buscaría, te topas con un nombre de mujer: Rosalind Franklin. Una científica británica, apasionada de la química y por desgracia, la gran olvidada en toda esta historia. Franklin trabajó y formó parte del equipo que realizó tan importante descubrimiento, además de averiguar la estructura de los virus tras horas y horas pegada al microscopio. Sin embargo, las actitudes machistas de sus compañeros de laboratorio (y el mundo de la ciencia en general) y una temprana muerte a los treinta y siente años (provocada sin duda por las prolongadas exposiciones a la radiación durante sus experimentos) le privaron del reconocimiento que merecía. El de Rosalind Franklin es un ejemplo, sí, pero no el único. No os imagináis la cara que se me quedó cuando descubrí que uno de los fundadores del movimiento Dadaísta (uno de los más extravagantes e influyentes de la historia a nivel cultural) fue una mujer llamada Emmy Hennings, cuya biografía no puede ser más apasionante y turbulenta a partes iguales. Esta claro que existe un complot patriarcal para que estos nombres no resuenen en los ecos de la historia. Por fortuna, somos muchas las personas que deseamos conocerlas y parece que las editoriales pequeñas son de nuevo las que primero responden a nuestra insistente llamada. Cárcel y Estrofas del éter: lo mejor que he leído en este 2018.
La historia de como este libro llegó a mis manos se podría resumir en la siguiente frase: "tenía hambre de autoras nuevas y desconocidas." Pero seamos sinceras, si lo dejase ahí la reseña perdería toda su gracia. Si de algo estoy orgullosa es de poderos contar, hasta donde me alcanza la memoria por supuesto, los pormenores de mi relación con el texto literario en cuestión, desde el momento en el que mis ojos se posan por vez primera en su portada hasta el día en el que, tras haber puesto punto y final a su lectura, me enorgullezco o me arrepiento de haberme adentrado en él. Así que, lectoras y lectores que visitáis este cibernético portal dedicado a los libros, permitidme esta pequeña licencia.  Regresando al tema que nos ocupa, Emmy Hennings y todo su ingenio y creatividad aparecieron por sorpresa en mi vida en un momento de crisis. No de índole personal, ni profesional, sino lectoril, en otras palabras, que estaba bastante saturada de leer obras consideradas clásicos de la literatura universal. Nunca os miento, y menos en este espacio, pero no puedo negar que a veces es necesario desconectar de ellos por unas semanas. Apoyo y defiendo firmemente la lectura de los clásicos, de hecho, si son clásicos será por algo, por lo que su lectura al menos esta a priori justificada. Pero también recomiendo, aunque suene un poco basto, que los mandéis "a tomar por saco" de vez en cuando. Siempre podréis acudir de nuevo a ellos y os aseguro que nadie os mirará mal si decís que todavía no os habéis leído El Quijote o La Divina Comedia antes de los treinta años. Pues bien, una servidora se encontraba ante un panorama desolador, tremendo, en el que nunca antes me había hallado. De hecho, casi tomo la drástica decisión de no leer en una buena temporada (lo que a libros se refiere claro; la Muy Historia, Fotogramas y los prospectos de los medicamentos no entran dentro de esa categoría). Por ello, cuando Emmy Hennings (porque fue ella, sólo ella) entró primero por mis ojos para después propagarse directa al resto de sentidos, la sensación que experimenté fue similar a la de beber agua cuando estás al borde de la deshidratación. Es exagerado, lo se, y no me arrepiento de hacer esta comparación porque, de verdad, así fue como ocurrió. Me motivó, como he dicho al principio, el hecho de que buscase desesperadamente escritoras desconocidas o semidesconocidas para el público en general, pero también esa desconexión de la complejidad y estilo retórico de otras obras. El aire comenzó a soplar de nuevo, colándose en mi cuarto, moviendo la cortina, inundando de frescura la estancia, una frescura llamada Emmy y apellidada Hennings. Y dicho esto, ya que estamos, me gustaría dar un abrazo, aunque sea virtual a El Paseo, editorial responsable de haber apostado por esta autora. Gracias, muchas gracias, habéis hecho un gran favor a los lectores españoles traduciendo y publicando esta maravilla.
En lo que a la reseña se refiere, comenzaremos apuntando que la editorial, muy acertadamente, nos trae dos propuestas, dos textos, dos creaciones literarias estructuralmente muy diferentes entre si (una es una novela y la otra un conjunto de poemas) pero que en esencia reflejan a la perfección tanto el estilo como la personalidad de su autora. En esta crítica abordaremos ambas facetas, desde la profesionalidad, pero también desde la brevedad, aunque ya advierto que en lo que a Emmy Hennings se refiere hay mucho que decir. Lo primero que el lector ve nada más tomar este libro entre sus manos es su extraña portada. Oscura, con una gama cromática nada atractiva, incluso da la sensación de que estuviese cubierto por una ligera capa de polvo. ¿Metáfora acaso del olvido al que se ha condenado a su autora? Pronto descubrimos que la mujer que aparece en el centro es precisamente Emmy Hennings, ataviada con un vestuario que nos recuerda a tiempos pasados y con una pose nada natural, lo que nos hace suponer que ésta instantánea fue tomada a propósito o durante alguna representación dadaísta. No lo sabemos. Sin embargo,sin darnos cuenta, ésta nos ha metido de lleno en lo que encontraremos en su interior, que no es otra cosa que Cárcel y Estrofas del éter. En primer lugar, centrándonos en Cárcel, una especie de novela corta que en cuanto a extensión se ajusta perfectamente a los cánones de la época pero de cuyo contenido no podemos decir lo mismo. Hennings no se anda con rodeos y enseguida, desde la primera línea, mete al lector en la historia. Lo que no consiguieron otros escritores en obras más importantes y que han pasado a la historia de la literatura, Hennings lo consigue fácilmente. A partir de ahí, el lector se adentrará en un viaje lúgubre en el que será testigo directo de una experiencia terriblemente verídica narrada desde un momento cronológico no muy alejado de los años en los que ésta aconteció. ¿Es una crónica? No, mejor aún, es una autobiografía novelada. Las autobiografías, en su inmensa mayoría, suelen ser bastante pesadas, hasta el punto de que como no estés interesado de verdad en ese personaje concreto que narra su historia, es fácil que acabes abandonando su lectura y no regreses a ella nunca más por el trauma que ésta te ha dejado. Los detalles morbosos, tales como los líos románticos o los secretos inconfesables, a veces no son suficiente. Sin embargo, al ser una autobiografía novelada, nos encontramos con una narración mucho más ágil, que entra mejor por los ojos del lector y que, en este caso específicamente, su estilo entre amargo, expresionista (tan típico de la época) y con inesperados toques de humor hacen de éste un libro para el recuerdo y digno de recomendación. Cárcel narra la experiencia carcelaria que sufrió la autora durante dos meses por haber robado cuatro perras a un cliente mientras ejercía la prostitución. Porque sí, estamos ante una mujer que fue prostituta, cabaretera, morfinómana, actriz, cantante y poeta en tiempos de caos que supo rodearse de algunos de los grandes artistas del momento. Una influencia que resultaría determinante en su vida y que acabó sacando lo mejor de ella, artísticamente hablando. Además de evidenciar un estilo literario tan estridente como el mundo que la rodeaba, Cárcel es en última instancia una denuncia al sistema penitenciario, policial y judicial de la época. Algo que no debería sorprendernos a priori, son muchos los escritores que han bebido de su experiencia en prisión para criticarlo a través de novelas o ensayos, pero que, no obstante, llama la atención. La mirada no es la misma, y eso debería servir de aliciente para que los lectores se interesasen por este libro. En segundo lugar, este volumen contiene, a parte de una selección de fotografías cuya función es puramente didáctica, una selección de poemas que bajo el título Estrofas del éter, cobran mayor interés. Ya he contado en más de una ocasión que la poesía no había sido uno de mis géneros predilectos de lectura, y sigue estando ahí, relegada a un segundo plano. Pero permitirme que en esta ocasión me salga de mi zona de confort y os recomiende leer la poesía de Emmy Hennings. No hay humor dentro de lo trágico, como si ocurre con Cárcel, pero si desolación, tristeza, desamparo, vacío, soledad y sobre todo adicción, mucha adicción. Creo que no he leído algo tan próximo a la dependencia en mi vida. Hennings te agarra, te sacude, te remueve el estómago con sus palabras, con esos deseos de consumir morfina, con esa oscuridad que se cierne sobre ella cada vez que finaliza una función en el cabaret. Si en Cárcel vemos a la Emmy más literaria y lúcida (a pesar de las circunstancias en la celda) aquí contemplamos a la Emmy desgarrada, cuyo único consuelo es sucumbir a las drogas para conseguir olvidar su complicada existencia. De nuevo autobiográfica, y una vez más, sobresaliente.

"Siempre hemos sentido lo mismo, sólo que lo vemos desde un punto de vista diferente." Estas palabras pertenecen al cantante, músico, compositor y polémico Premio Nobel de Literatura norteamericano Bob Dylan. Una frase que caería en saco roto de no ser porque tiene toda la razón del mundo. Los seres humanos tenemos los mismos sentimientos, que podría equivaler también a nuestra capacidad de reacción ante una situación determinada, pero la diferencia radica en que no todos somos iguales ni todos observamos igual. Si algo me ha enseñado la carrera de historia es la diferencia que hay a la hora de relatar experiencias personales, cuyos testimonios son en ocasiones la base de artículos, libros o estudios académicos muy importantes. Trabajos en donde el historiador busca, encuentra, escucha, los coteja con la información existente, los encuadra en el contexto y finalmente, si es conveniente, los incluye en dicho escrito para su futura publicación. ¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué saco a relucir este tema? ¿Qué tiene que ver con Emmy Hennings y su producción literaria? La respuesta a todas esas preguntas es muy simple: la historia de las mujeres, y su experiencia personal, ha sido ignorada durante años por los historiadores. Antes, la historia la contaban los protagonistas, en donde, y esto es cierto, encontramos a más de una mujer (monarcas, guerreras, nobles...). Luego, con la llegada de los estudios postcoloniales, comenzó a existir una preocupación por lo anónimo, por la sociedad en general, por aquellas personas que desde los márgenes de la historia nos podían relatar su opinión acerca de un tema concreto del pasado. Y centrándonos en el tema que nos ocupa, el tema de las cárceles a lo largo de la historia ha suscitado gran interés desde este punto de vista. Sin embargo, hasta hace cuatro días, el historiador había centrado sus escritos desde una perspectiva completamente masculina. Esta bien que la sociedad conozca como era el día a día en las cárceles de hombres a principios de siglo XX en Alemania por ejemplo, pero, ¿y las mujeres? ¿Qué ha sido de ellas? ¿Acaso no eran encarceladas igual que los hombres? Pero claro, su historia no era tan interesante, ¿Qué podían aportar que los testimonios de ex presidiarios no aportasen? Fácil: otra mirada, otra visión, o como dice Dylan, otro punto de vista. Porque la verdad sea dicha, el trato a las mujeres en las instituciones penitenciarias era terrible, si, pero la forma de ejercer la violencia o el temor era diferente a la ejercida contra los hombres. Incluso en la vida cotidiana en la cárcel la diferencia entre sexos, en lo que a trato se refiere, era distinta. Emmy Hennings ofrece mil y un ejemplos al lector de lo que sucedía dentro de la cárcel, de como eran tratadas las mujeres y de como hacían para sobrevivir entre rejas. Este es un ejemplo, pero lo que quiero decir con todo esto es que hay que escuchar a las mujeres. No podemos, como historiadores que somos, ignorar la historia de la mitad de la humanidad. Está en nuestras manos darles voz y difusión, para que como Emmy Hennings no desaparezcan. Pero también es trabajo del lector, porque, ¿de qué sirve el trabajo empleado si luego quien recibe esa información la tira a la basura? Hay que ser más conscientes del mundo en el que vivimos, y de que la voz de una mujer tiene el mismo valor que la de un hombre. Solo de esta forma entenderemos nuestra propia historia y esa violencia especifica durante años ejercida contra el sexo femenino. Cárcel y Estrofas del éter: unos textos sinceros, vanguardistas, terribles, lúcidos, que golpean al lector... La excusa para descubrir a la olvidada dama del Dadaísmo.
Frases o párrafos favoritos:
“En el patio de la prisión preventiva vi la sonriente superioridad de los rostros de las mujeres y muchachas que hacen la calle; de las muchachas que vencen y son suficientemente gallardas como para declararse vencidas. Tamaña amabilidad parece ser peligrosa, pues se la encierra entre sólidos muros”.
Película/Canción: a falta de encontrar algún video más o menos bueno sobre Emmy Hennings, os adjunto el enlace de una película dadá. Cercano a las performances de hoy en día, el movimiento Dadaísta sirvió de trampolín para que muchas mujeres desarrollasen sus respectivas facetas artísticas dentro de los terrenos de la pintura, la música, el cine, la literatura o el teatro. Por desgracia, muchos de sus nombres nos son hoy completamente desconocidos.

¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de El paseo editorial