Título: Cielos de Córdoba.
Autor: Federico Falco (General Cabrera, Argentina 1977). Considerado uno de los escritores con más talento de su generación, sus cuentos han sido celebrados unánimemente por la crítica e incluidos en numerosas antologías. Ha publicado los libros de cuentos 222 patitos, 00 (ambos en 2004), La hora de los monos (2010) y Un cementerio perfecto (2016). También es autor del poemario Made in China (2008), la obra de teatro Diosa de Barrio (2010) y la novela breve Cielos de Córdoba (2011; Las afueras 2020). En 2010 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Actualmente reside en Buenos Aires, donde coordina talleres de escritura y codirige el proyecto editorial Cuentos de María Susana. En 2020 su novela Los llanos fue finalista del Premio Herralde de novela.
Idioma: español.
Sinopsis: Cielos de Córdoba es una novela de iniciación, la de Tino, un preadolescente solitario con una madre gravemente enferma internada en un hospital y un padre obsesionado por los ovnis que regenta un museo dedicado a la ufología. Entre esas figuras ausentes se mueve el protagonista de esta historia, obligado por la vida a madurar y asumir responsabilidades antes de tiempo, mientras trata de lidiar con el caos y las pulsiones del deseo propias de su edad.
Su lectura me ha parecido: fluida, breve, curiosa, triste, minimalista, lírica, pequeña, sutil, delicada, sin artificios que entorpezcan, casi silenciosa... Desde pequeña me apasiona observar el cielo, sobre todo de día, ese gran azul infinito que nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Testigo privilegiado de lo mejor, pero también de lo peor. Obligado a observar besos, abrazos, caricias, cualquier expresión de cariño, felicidad, solidaridad, empatía o amor. Así como a contemplar, sin posibilidad de apartar los ojos, de los actos más terribles que el ser humano pude perpetrar. Yo lo miro, pasiva y activamente, tratando o bien de relajarme o bien de buscar aquello que lo haga especial, prestando mucha atención a los marcos que lo recortan. Cúpulas, terrazas, barandillas, antenas parabólicas, balcones copas de los árboles, montañas, pináculos, agujas góticas, torres, campanarios, formas vanguardistas, un avión que de pronto cruza de lado a lado, una anárquica bandada de estorninos, otra no tan amable que sobrevuela en círculos, nubes amorfas, chorros de estelas químicas dibujando sobre la pizarra azul toda clase de rectas, círculos y figuras que se escapan a lo geométrico. Mi favorito, últimamente el de mi ciudad, tan brillante, epatante, insolente y soberbio que da envidia solo mirarlo. Alzar la mirada al cielo también tiene cierto poder terapéutico, sobre todo cuando lo terrenal, lo que te ancla a la cruda y a veces odiosa realidad te supera. Buscando entre los pliegues de los gigantes blancos ese clic, ese botón que lleva escrita la palabra "evasión" en mayúsculas que todas y todos hemos necesitado pulsar alguna vez en nuestra vida. Pero también hay quien eleva sus fanales, fijando las pupilas en ese efecto óptico o fenómeno extraño que ha percibido de pura casualidad. Con la esperanza de confirmar la existencia de vida extraterrestre, de platillos volantes - o de lo que sea - sobrevolando nuestro planeta, de seres que poco tienen que ver con los que el cine o la televisión ha conseguido incrustar en la cultura popular. Además de una afición o de una rama más dentro de la investigación científica - totalmente respetable por cierto - también podría ser vista como una forma más de evasión, de no pensar, de soltar el nudo, observar los problemas desde una mirada de pájaro, astronauta o marciano sacado del imaginario de Bradbury. De todo esto y más habla la novelita - corta en extensión, grande en su retrato de una cotidianeidad quebrada - que hoy tengo el placer de reseñar. Cielos de Córdoba: un coming of age entre visitas al hospital y ufología.
Desde una prosa sencilla, íntima y sin muchos sobresaltos Federico Falco - nombre a tener en cuenta dentro de la nueva ola de autoras y autores argentinos que han venido, parafraseando al Señor de los anillos, para dominarnos a todos - nos presenta una novela de iniciación clásica con toques realmente peculiares. Y es que Tino, el protagonista de esta historia, es un preadolescente atrapado en una realidad muy complicada. Por un lado tenemos a su madre, enferma, internada en un hospital a la espera de una mejoría que parece no llegar nunca. Y por otro el padre, aficionado - o más bien obsesionado - a la ufología y quien ha convertido su casa en un museo dedicado a su pasión. Tino transita entre el hospital, los platillos volantes, el instituto y las pequeñas aventuras en las que se ve involucrado en su obligado salto a la madurez. A pesar de su carácter solitario y la serenidad adulta con la que enfrenta cada jornada, fruto sin duda de la delicada situación familiar que atraviesa, Tino se hará amigo de Omar, el chico más popular de la clase. Con él vivirá una suerte de iniciación en temas como la amistad o el sexo en los que Tino, hasta ese momento, desconoce completamente. En el retrato de esta particular relación, Falco parece crecerse, no en elocuencia o en grandes parrafadas que te dejan los ojos secos, más bien todo lo contrario, abrazando un estilo que celebra lo ajustado y simple. De hecho, a Cielos de Córdoba - precioso título en su metáfora evasiva - no le sobra ni le falta ni una sola palabra, ni una coma, ni un punto. Porque con Falco, nos queda claro, que menos siempre es más, algo que en un panorama literario trufado de discursos pretenciosos y grandilocuentes es más que necesario. La humildad como bandera y la intimidad bien entendida - pequeñas historias donde los sentimentalismos y el regodeo en la desgracia quedan relegados a los márgenes del relato - como bastón de mando. Por supuesto, una nouvelle de estas características es imposible sostenerse sin grandes dosis de realismo, de esos pequeños detalles que contribuyen, desde el candor costumbrista, a que el lector no suelte de mano al personaje principal, algo en lo que Falco parece moverse como pez en el agua. Por citar algunos, me quedaría con los tristes y surrealistas momentos que "comparte" con el padre - esa inolvidable escena cocinando huevos fritos - a pesar de que éste permanezca en un constante segundo plano o con su divertida amistad con la anciana Alcira - el otro gran personaje del libro -. Y así, entre tareas del hogar y la abstracción (o creencia) de que tarde o temprano los ovnis harán acto de presencia, Falco teje un micromundo plagado de personajes atrapados en sus propias incertidumbres e incomunicación de la que, para sorpresa del lector, sobresale un protagonista capaz de canalizar el peso del texto a través de sus fugas inquietas. Lo que le hace vivir y experimentar toda clase de peripecias en un momento de fragilidad familiar. No será la lectura más trascendental del mundo para una servidora, pero sí el ejemplo perfecto de que no hacen falta fuegos artificiales cuando tienes Córdoba, el cielo y la contagiosa curiosidad de un joven aprendiendo, lo mejor que puede, a transitar por las circunstancias que le ha tocado vivir.
Cielos de Córdoba: una historia de aprendizaje, madurez, amargura, humor, ligero optimismo, amistad, abstracción, enfermedad, naves espaciales, caramelos, libros... La naturalidad de asumir los cambios, las adversidades y lo nuevo que está por llegar.
Frases o párrafos favoritos:
"Con los brazos bien abiertos, bien extendidos y los ojos cerrados, Tino escuchaba el sonar submarino de la correntada. El sol le doraba la cara y el río lo mecía. Cruzó las ollas. En las orillas había muchos chicos que hacían ruido y un quiosco de lata donde vendían bebidas y ponían música a todo volumen. Seguramente Omar estaba entre ellos y lo miraba pasar."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Las Afueras