Frozen nos muestra cómo dos amigos de la infancia y la novia de uno de ellos se disponen a pasar alegremente el fin de semana esquiando en la nieve. Debido a que quieren sacar partido al dinero que se han dejado durante el finde intentan aprovechar al máximo el pasaje del telesilla, por lo que consiguen que el guardia les deje dar un último descenso justo antes del cierre del chiringuito, en plena caída de la noche. Justo en pleno ascenso a la cima el telesilla se para y deja a los tres chavales a un porrón de altura, sólos, y para colmo en plena oscuridad debido al inminente cierre del centro de esquí. Al principio parece un pequeño fallo eléctrico, pero muy pronto se darán cuenta que nadie les echa en falta y tendrán que pasar la noche (y el resto de semana dado que es Domingo) bajo las inclemencias del tiempo y las bajas temperaturas.
Como otras películas de éste estilo, Frozen saca partido de una manera magistral del hecho de estar rodada en un único escenario: el telesilla. Los chicos tendrán que deseárselas para intentar escapar de una trampa mortal, dado que empiezan a sufrir síntomas de congelación y se dan cuenta rápidamente que no pueden quedarse de manos cruzadas esperando un rescate. Para colmo, se darán cuenta que el frío no es el único problema al que tendrán que enfrentarse. La situación totalmente desesperada de los muchachos creará un ambiente de suspense que tendrá atrapado al espectador a la espera de la resolución de la trama y no creará en ningún momento aburrimiento alguno. Y es que es de agradecer que la película mantenga esta sensación durante casi todo el tiempo que dura el metraje.
En definitiva, podemos definir Frozen como una película que cumple con lo que quiere transmitir, y no es más que la angustia de los protagonistas por enfrentarse al embrollo en el que se han metido y el suspense por saber si serán capaces de salir de esa. A mi personalmente me ha gustado y recomiendo que le echéis un vistazo. Aún no siendo un peliculón, pasaréis un buen rato mientras coméis palomitas.