Reseña cómic: Emperador Muerte

Publicado el 22 febrero 2013 por Juancarbar

Emperador Muerte es un cómic de su época. Tras la gran maxiserie limitada del Escuadrón Supremo y cuando Watchmen todavía se estaba publicando, Marvel decidió seguir con esto de la parábola con una ideilla de Shooter y Gruenwald (el guionista de la mentada maxiserie). Se trataba de hacer algo en la versión Marvel de nuestra Tierra pues lo del Escuadrón Supremo ocurrió en su propio mundo. La cosa se trataba de plantear un gran dilema moral a los superhéroes acerca del poder y la libertad, en aquella época esto fascinaba a Shooter como prueban algunos números de su etapa en Los Vengadores. La pregunta, que podría formar parte de un test de Voight-Kampff para discriminar villanos, sería la siguiente: Muerte se convierte en el tirano de toda la Tierra y la convierte en un vergel, deben, entonces, los superhéroes liberar al planeta?

El guión lo escribió el tan compotente como olvidado D. Micheline. Eligió para afrontar el tema el cuento o la fábula. Por ello el desarrollo de la trama está forzada y no se entra en detalles, lo importante no es como se produce o se desarrolla la situación sino qué es lo que pasaría en esa situación. El trabajo del guionista no está mal pero es mediocre. Micheline hizo lo que se hacía en su época, contar una historia de forma simple, lineal y directa por lo que desperdicia todo lo interesante de la premisa. En su momento seguro que no parecía que se había cometido un error al haber abordado el tema de esta forma, pero con la perspectiva del tiempo está claro que sí porque Emperador Muerte de simple es tonto. Gracias a la habilidad de Micheline entretiene, pero la cosa queda mediocre e insulsa porque se dejo fuera lo interesante, el dilema moral.

Lo dice muy claramente Ojo de Halcón (tras una escena que Bendis versionaría en su torpe Invasión Secreta), el problema es que Muerte ha anulado la voluntad de la gente. Así, Micheline establece que una humanidad dividida no puede llegar jamás al entendimiento y la cooperación en pos de un objetivo beneficioso común (la auténtica tragedia del cómic). Muerte gobierna sobre robots, así que el hecho de que haya eliminado el racismo, la guerra y el hambre no sirve de contrapeso. Para el Capitán América la guerra está bien si se hace por libre elección, innegablemente muy estadounidense. Una cosa es que Muerte hubiese tomado el mando de forma violenta y, conservando la libertad de pensamiento de sus súbditos, hubiese conseguido el Edén en la Tierra y otra que en realidad él sea el único ser humano del planeta. Así, un superhéroe no tiene más remedio que utilizar el talento que tiene ya que es el único que puede hacer algo porque es el único que tiene poder y libertad. El dilema es tan burdo que no mereció la pena el haber escrito el cómic, lo curioso es que Micheline lo plantea. Todos menos el Capi, el único que no tiene su viñeta de duda, se cuestionan brevemente si la pérdida de voluntad se ve compensada por los supuestos beneficios (no son reales porque no se han obtenido en una situación real, con la gente ejerciendo su limitado derecho de libertad). Las escenas son tan breves y tontas que denuncian la poca entidad del dilema. Por ello lo interesante del cómic son los actos de Muerte, que no voy a revelar para no reventar el cómic a pesar de que esta sea su segunda edición en España y tenga ya 25 años, porque explican convincentemente porque el tipo sigue en la brecha conformándose con migajas.

B. Hall se encargó de los dibujos con un entintamiento que recuerda al de Sienkiewicz, lo único que se sale de lo rutinario de un cómic que se supone que debía ser extraordinario. Así, tenemos su habitual dibujo realista, tosco y vulgar con un aspecto áspero y oscuro que no encaja con el color pero sí con una historia de superhéroes que a modo de juego buscaba explorar una premisa adulta, no importa que en la práctica no lo sea, que por entonces se salía de los límites del género superheroico. Está claro que nadie en Marvel pensaba que Watchmen iba a dejar obsoletos los cómics rutinarios de escapismo idílico y entretenimiento burdo que venían siendo la norma desde los tiempos de Lee&Kirby. En ese sentido el dibujo se acerca más que el guión a lo que buscaban Shooter y Gruenwald.

Así pues Emperador Muerte no es sólo un cómic fallido, buscaba ser una tragedia con unos superhéroes atribulados cual Hamlets en color y resultó ser una chorrada, sino que es mediocre y visualmente aburrido. No obstante tiene dos cosas buenas, el precio, tirado para que lo que se estila normalmente (se ve que este formato sí funciona en las grandes superficies), y lo que denuncia, que ya no sé si es algo hecho aposta por Micheline o que en su estado mental de piloto automático no se enteró. Si se toma en serio a los superhéroes entonces su incapacidad para ir más allá de proteger un injusto status quo no es por límites personales (si Muerte puede qué no van a poder Mr. Fantástico, Iron Man y Hank Pym, para no salirnos de los sapiens sapiens) sino por falta de voluntad y que la libertad debe defenderse siempre que favorezca a EE.UU. (un país que vive en el lado de la mermelada de la tostada como suele decirse). Así, los superhéroes no son más que impostores como delatan sus disfraces, dicen que luchan por el Bien, la Justicia y la Paz pero defienden el estado actual de las cosas. Por tanto, desde esta posición, que el villano sea un antisistema no se mal. En fin, por decirlo en una frase: Emperador Muerte es un cómic malo que alerta sobre introducir realismo en una fantasía.

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