Título: El corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo.
Autor: Joseph Conrad (Berdcyczów, Polonia, 1857- Bishopsbourne, Inglaterra, 1924). Su padre, un noble venido a menos, traductor de Shakespeare y escritor radical, fue arrestado y enviado a una prisión rusa cuando el joven Jozef era todavía un niño. Con diecisiete años se enrola en la Marina mercante francesa, experiencia que le permitió recorrer medio mundo y que surtió buena parte de su producción literaria. En 1878, tras un intento de suicidio, se enrola en un barco británico para librarse del servicio militar ruso. Sirvió en la Marina inglesa dieciséis años y, en 1884, se nacionalizó británico adoptando el nombre de Joseph Conrad. En 1895 publicó su primera obra en lengua inglesa, La locura de Almayer. A ella le siguieron obras maestras indiscutibles de la literatura universal como El negro de Narcissus, Corazón de las tinieblas, Lord Jim, Tifón, Nostromo y El agente secreto. También es autor de importantes relatos como El final de la cuerda, Suspense y El regreso. Murió el 3 de agosto de 1924 de un ataque al corazón y fue enterrado en el cementerio de Canterbury.
Idioma: inglés.
Traductor: Max Lacruz.
Sinopsis: a través de la voz del marino Marlow, Conrad os lleva hasta el corazón del África negra en pleno periodo colonial, en un sobrecogedor testimonio autobiográfico que es a la vez una meditación profunda sobre la degradación del ser humano y una oblicua denuncia de la salvaje explotación de las potencias occidentales. Marlow relata la historia de la expedición por el río Congo para repatriar a Kurtz, misterioso agente de una compañía comercial belga considerado un autentico dios por las poblaciones locales. Si la mística figura de Kurtz concita todo tipo de reflexiones sobre el colonialismo europeo, la explotación de las tierras y de personas y la frontera entre la civilización y la barbarie, explorar los espacios vírgenes en los mapas, hundirse en lo desconocido revela aún más las tinieblas que anidan en el hondón del alma humana.
Su lectura me ha parecido: estremecedora, dura, algo densa en el desarrollo de su trama, atemporal, reflexiva, un documento histórico en toda regla...Queridas lectoras y lectores, ¿os he dicho alguna vez que Página Dos me parece de lo mejor que se hace actualmente en televisión? No se si lo conocéis o es la primera vez que escucháis hablar de el, sea lo que sea, desde mi humilde posición de espectadora os animo a que sintonicéis la 2, sí, ese programa tan "aburrido" en el que no hacen más que poner documentales, y le deis una oportunidad a este, por desgracia breve, programa. Entrevistas a afamadas/os escritores, las últimas novedades editoriales, adaptaciones literarias al cine o a la televisión, cuestionarios lectores y reportajes entorno a temas tan actuales e interesantes como el mundo de la autoedición, la novela juvenil, la poesía, la literatura en la red, los clubs de lectura, bibliotecas del mundo o incluso el futuro del sector del libro en la era de las nuevas tecnologías. Todo eso y más se aborda en tan solo media hora, media hora que se pasa volando y que en ocasiones, sobre todo para quienes estamos interesados en el tema, nos sabe realmente a poco. ¿Por qué os cuento todo esto? Por la sencilla razón de que en Página Dos, son muchas las autoras y autores que no tienen pudor alguno a confesar sus secretos lectores más inconfesables. Desde el libro que les hizo amar la literatura hasta que novela prestaron y nunca les devolvieron, pasando por esa lectura que dejaron a medias. Y de entre todas ellas, a la pregunta de qué título considera imprescindible, son muchas y muchos los que nombran, sin pensárselo dos veces, el libro que hoy tengo el honor de presentaros. Cuando escuchas que tantos escritores de éxito lo consideran parte de su corpus literario tiendes a dejarte llevar por el escepticismo, sin embargo, una vez te adentras en él, entiendes el por qué de tanto halago y no puedes evitar preguntarte ¿por qué no me lo he leído antes? Pero sobre todo ¿por qué no lo he reseñado?, ¿por qué he tardado tanto? En fin, ya va siendo hora de enmendar esta injusticia, así que me pongo los cascos, sintonizo a Richard Wagner en el Spotify y comienzo a redactar estas líneas sobre Corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo: el ejemplo perfecto de como la ficción puede llegar a describir un tema histórico en su dimensión más crítica e impactante.
La historia de como esta edición de Corazón de las tinieblas que contiene los llamados Cuadernos del Congo tiene su origen en una mañana de noviembre del año 2015 si la memoria no me juega una mala pasada. Hacía un mes aproximadamente que ya conocía cual iba a ser mi área de investigación de cara a la defensa de mi TFG, o lo que es lo mismo, de ese trabajo final de carrera de obligatoria realización. Mi campo, el de las relaciones entre historia y literatura, no podía ser más amplio, así que no encontré mejor forma de acotar mis inquietudes investigadoras que yendo aquella mañana a la biblioteca de humanidades cercana a mi facultad. Era tan basto el número de novelas y las respectivas épocas históricas que por un momento me sentí bastante abrumada. Después de unos minutos de meditación y tras haber diseccionado cada una de las estanterías de novela, tomé la decisión de llevarme dos libros a modo de sondeo. Los dos comprendían tres ámbitos de investigación muy diferentes entre si. El primero de ellos Sin novedad en el frente, podía servirme para acercarme a la I Guerra Mundial desde la literatura de testimonios (algo que por otro lado me permitía pisar sobre seguro, ya que se había escrito mucho desde esa perspectiva). Y el segundo de ellos, fue, casualidades del destino, Corazón de las tinieblas. El profesor de Historia de África y Asia nos había hablado brevemente de él, y en aquellos momentos en los que lo tuve entre las manos pensé que podía ser una buena oportunidad de acercarme, no solo a Joseph Conrad, sino al tema del colonialismo europeo de finales de siglo XIX. Así que sin pensármelo dos veces, aquel libro se vino conmigo a casa. Finalmente, y aunque estuve a punto de decantarme por Conrad, Orwell y las distopías literarias del siglo XX vencieron al imperialismo. No obstante, el recuerdo de aquella lectura me persiguió durante años, su dureza, su denuncia, esas frases lapidarias no se borraron fácilmente de mi memoria. Pasó el tiempo, y en cuanto conocí la noticia de que la editorial Funambulista iba a sacar nueva edición de la novela de Conrad, supe que aquel era el momento de volver al Congo. Cual fue mi sorpresa que, al echar un vistazo a los detalles de la edición, me topé con los llamados Cuadernos del Congo, que son, nada más y nada menos, que los breves apuntes que del diario que Conrad portaba consigo cuando visitó aquellas tierras. Sin duda, el complemento perfecto para una relectura y, de paso, enriquecer aún más la experiencia lectora.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos por una cuestión puramente personal. Desde siempre me he referido a esta novela como El corazón de las tinieblas. De hecho, esta es la primera vez que me topo con una edición en la que se suprime el artículo "el". Seguramente se deba a que se ha querido respetar el título original de la novela en inglés, no obstante, y como apunte meramente anecdótico, como lectora me gusta más El corazón de las tinieblas que Corazón de las tinieblas. Tras este pequeño debate entorno a la traducción, he de decir que la novela de Conrad presenta una lectura muy interesante en cuanto a su contenido, pues si habéis leído la sinopsis habréis comprobado como éste no desmerece para nada, pero por el contrario demasiado densa. Tenemos que tener en cuenta que no estamos ante un best seller de lectura ágil, sino frente a un libro escrito a finales del XIX, casi a punto de entrar en el XX, cuyo autor representa un pensamiento y una visión muy subjetiva de lo que estaba sucediendo en ese momento. De hecho, precisamente por esto último, podríamos aventurar la posibilidad de que este clásico de la literatura universal sea uno de los pocos textos que no ha logrado alcanzar, al menos en su totalidad, la categoría de atemporal. Los clásicos trascienden, se vuelven intocables, se convierten en pilares de nuestra cultura y la fuerza de sus mensajes es imparable. Lo que sucede con Corazón de las tinieblas es muy simple, si bien es cierto que sus reflexiones han llegado hasta nuestros días, incluso parecen haber evolucionado, el punto de vista desde el que Conrad narra la historia es cuestionable y fácilmente criticable. Europeísta, parcial y plagado de estereotipos y prejuicios respecto a los nativos africanos. Así es como Conrad nos describe la realidad en Corazón de las tinieblas, sin embargo, no debemos olvidar que es un hombre de su tiempo, en concreto de finales del XIX principios del XX, por lo que es normal encontrarnos frases cargadas de racismo. Corazón de las tinieblas vio la luz en el ocaso del imperialismo europeo, momento en el que las teorías de la superioridad del hombre blanco todavía se estudiaban hasta en las universidades y en el que Europa se encaminaba a la I Guerra Mundial. Un momento crucial, una transición, un periodo del que la novela de Conrad bebe mucho. Dicho esto, el lector del siglo XXI, a pesar de su posición sesgada, debe leerlo con tiento, casi como si se tratase de una reliquia de un tiempo pasado. En otro orden de cosas, Corazón de las tinieblas es un libro dotado de una profundidad psicológica bastante peculiar y que le sirve al autor como excusa para abordar los temas que de verdad le interesan. Aspectos tan universales y que se resumen en la delgada línea que separa el bien del mal, los límites de la locura, el choque cultural, el viaje hacia lo desconocido e incluso buscar el ejemplo, sobre todo a través de sus personajes, de la famosa tesis de Thomas Hobbes es cierta, de que es verdad que el hombre es un lobo para el hombre. Incluso podría rastrearse las ideas de otro gran filósofo, las de John Locke, sobre la perversión de la sociedad sobre el hombre, antes bueno por naturaleza. Todo eso esta muy bien, pero, ¿no quiso Conrad abarcar demasiados temas para tan poco libro? La respuesta es un rotundo sí pues, a juzgar por el número de páginas y su correspondiente lectura, da la sensación de que el autor pecó de ambición y se quedó en un esbozo, en una descripción, en un simple dibujo sin la profundidad que el relato merece. A eso no ayuda, por supuesto, un constante cambio de narrador, que lo único que consigue es marear aún más al lector, con el peligro que eso conlleva. No obstante, si algo se salva de Corazón de las tinieblas, bajo mi punto de vista y en contra de lo que he podido leer por ahí, es el personaje de Kutz. Él es el verdadero centro de la novela, a quien buscan, la razón de ser del libro, y por tanto, gracias a un cierto suspense creado entorno a su figura, a quien el lector más ansía conocer. Complejo donde los haya, Kutz se convierte en una especie de figura divina para los indígenas a la vez que éste se aprovecha de ellos, mediante tácticas que escapan a la razón y a la ética, para hacerse con el marfil. ¿Estamos, por tanto, ante una descripción de las barbaridades cometidas en el Congo durante la época colonial ¿O por el contrario Kutz simbolizaría la decadencia del sistema atroz a punto de extinguirse? ¿Es Corazón de las tinieblas una denuncia al colonialismo europeo? ¿O simplemente una descripción de la última puesta de sol? Todas esas preguntas justifican de alguna manera la relativa popularidad de la novela, a pesar de su reprochable tono y de sus defectos estilísticos. Por último, mención a parte merecen los llamados Cuadernos del Congo, ese pequeño diario con anotaciones del propio Conrad y que nos narran lo que sus ojos veían durante aquel viaje al Congo Belga y su interpretación de dichos acontecimientos. La editorial Funambulista acertó de pleno al incluirlos en esta nueva edición, pues gracias a ellos, el lector puede disfrutar de una lectura más amplia, más allá de la novela y de la pluma literaria del autor.
Antes hemos comentado que Corazón de las tinieblas es una novela a la que el tiempo no ha tratado demasiado bien. Sin embargo, a las pruebas me remito, su trama ha servido de inspiración para otros libros o incluso productos cinematográficos hoy día convertidos en clásicos inmortales. Pero más allá de eso, lo que de verdad ha mantenido a Corazón de las tinieblas en pie, aunque con dificultad, ha sido y es su crítica al colonialismo europeo. Un efecto de su tiempo que ha conseguido traspasar las fronteras del tiempo hasta llegar a nuestros días. Desde mi humilde posición de crítica literaria, y teniendo en cuenta esta premisa, me gustaría lanzar una pregunta a los lectores de este siglo, tan ávidos de conocimiento e imbuidos en las nuevas tecnologías: ¿en los tiempos que corren, es posible hablar de colonialismo? Seguramente muchas y muchos de vosotros habréis arqueado las cejas, y no me extraña, "colonialismo" es una palabra muy fuerte, aunque no deja de ser un eufemismo bajo el que se esconden otros términos como "invasión", "apropiación" o "destrucción", más terribles todavía. Cuando oímos hablar de colonialismo se nos vienen inmediatamente a la mente esas fotografías de los libros de historia en las que, por un lado, vemos a dueños de plantaciones de té en la India siendo abanicados y sus pies masajeados por los nativos del lugar, y por otro lado, a africanos encadenados y obligados a posar ante algún fotógrafo perteneciente a las numerosas expediciones que, por aquel entonces, se llevaban a cabo. Imágenes como la que he adjuntado en esta misma reseña, ante la que es imposible no sentir escalofríos e indignación. Pues bien, el colonialismo ha seguido su curso desde el siglo XIX, adaptándose a la evolución de las sociedades y, por supuesto, a la revolución tecnológica experimentada, especialmente durante los últimos años del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. No lo llamaremos colonialismo, pues repito, es una palabra con demasiada carga negativa y que tal vez anticuada, pero si lo llamaremos, si me lo permitís, imperialismo. De nuevo, una palabra que nos es familiar, muy ligada al colonialismo en su momento y que parece haber encontrado otra vía, a priori más efectiva, para llevar a cabo su objetivo, que no es otro que el imponer un modelo a todos los niveles (político, social, cultural, económico...) sobre otros ya establecidos con anterioridad. Si antes había que invadir países para doblegarlos, ahora las redes sociales cumplen esa función, consiguiendo, por ejemplo, que veas bueno ciertos productos o comportamientos en vez de otros. Quien tiene el poder en estos momentos, el país más influyente del mundo, es decir EEUU, no ha dudado en imponer, desde los tiempos de la Guerra Fría, su capitalismo más salvaje sobre miles de países al rededor del globo terráqueo. Desde ahí se controla todo, desde lo que esta de moda o no hasta temas tan serios como las formas de hacer política. Un sello, el americano, que estamos asimilando sin resistencia alguna, pues desde todas las plataformas posibles te convencen que lo de ellos es bueno y atractivo, mientras lo tuyo, lo autóctono es malo o se ha quedado desfasado. Y la asimilación no consiste solo, por poner un ejemplo de lo más simplista, en la proliferación de más cadenas de comida rápida cuyos nombres conocemos todas y todos, sino en el rechazo a lo nuestro. No hace falta arrebatar, con conseguir que menospreciemos nuestra cultura e idiosincrasia es suficiente. Dicho esto, ¿podemos hablar de una especie de colonialismo 2.0? Es posible ¿Cómo escapar de el? Pues muy fácil: apagando la tele, el móvil, el ordenador y sustituirlo por la lectura por ejemplo. Pero, lo malo de esto es que si lo haces, si tomas esa decisión, te excluyes del sistema, como si de un disidente en una novela distópica se tratase. Además, en cuanto pusieses un pie en la calle, el imperialismo volvería a materializarse, ya sea en anuncios publicitarios, nombres de comercios, en las conversaciones. Este es el mundo que hemos creado entre todos, una sociedad controlada, aleccionada, sometida en cierto modo y por si fuera poco vigilada por el inmenso poder de un país extranjero. Una situación que, si Conrad levantara la cabeza, seguramente contemplaría con horror. Corazón de las tinieblas y Cuadernos del Congo: una novela de viaje, horror, desasosiego, verdades, mentiras, reflexiones, injusticias, hipocresía, vanidad...Un clásico imperfecto pero imprescindible en toda biblioteca.
Frases o párrafos favoritos:
"La mente de un hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, el pasado y el futuro."
Película/Canción: desde un fallido primer proyecto de Orson Wells, pasando por una versión de Nicolas Roeg de 1993 (con Tim Roth y John Malkovich dando vida a los personajes principales) y finalizando en la locura cinematográfica Apocalypse Now. Esta última, dirigida por Francis Ford Coppola, traslada la acción de la novela de Conrad a la Guerra de Vietman. La película, protagonizada por Martin Sheen y por un inmenso Marlon Brando en el papel de Kurtz, estuvo rodeada por la polémica (desorbitado presupuesto, dificultades para encontrar un actor para interpretar al protagonista, un rodaje infernal, consumo de drogas en el set, las exigencias de Brando...). Aún así, con el paso del tiempo ha acabado convirtiéndose en un film de culto y sujeto de estudio en las escuelas de cine. Aquí os dejo el tráiler de esta espectacular y nada convencional adaptación cinematográfica. Una película que, a mi juicio, junto con Dunkerque y La chaqueta metálica, posee una de las escenas más impactantes del cine bélico.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Editorial Funambulista