Título: Cumbres borrascosas.
Autora: Emily Brontë (Yorkshire 1818-1848). Era la quinta de seis hermanos, en 1820 la familia se trasladó a Haworth, donde su padre fue nombrado párroco anglicano. En 1838 comenzó a trabajar como institutriz en Law Hill. Más tarde, junto a su hermana Charlotte, fue alumna de un colegio privado en Bruselas, hasta que la muerte de su tía la hizo volver a Inglaterra. Emily entonces se quedó a partir de entonces como administradora de la casa familiar. En 1847 publica Cumbres borrascosas con seudónimo masculino. Una novela que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los grandes textos de la literatura universal, a pesar de que inicialmente, debido a su innovadora estructura, desconcertó a los críticos de la época. Aquejada de tuberculosis murió en 1848, tan solo un año después de publicar su única novela, a la edad de 30 años. Además de Cumbres borrascosas, Emily Brontë escribió un buen numero de poemas, firmados con su habitual seudónimo, Ellis Bell.
Editorial: Alianza Editorial.
Idioma: inglés.
Traductor:
Sinopsis: la poderosa y hosca figura del atormentado Heathcliff domina Cumbres borrascosas, novela apasionada y tempestuosa cuya sensibilidad se adelantó a su tiempo. Los brumosos y sombríos páramos de Yorkshire son el singular escenario donde se desarrolla con fuerza arrebatadora esta historia de venganza y odio, de pasiones desatadas y amores desesperados que van más allá de la muerte y que hacen de ella una de las obras más singulares y atractivas de todos los tiempos.
Su lectura me ha parecido: lenta, tediosa, con unos personajes demasiado extremados para mi gusto, adelantada a su tiempo, estéticamente perfecta, de estructura narrativa interesante, importante a pesar de todo...Queridas lectoras y lectores, si habéis estado atentos a las redes sociales sabréis que hace unos días me encontraba en Londres, una de las ciudades más grandes en las que he estado y que pude descubrir de una forma bastante especial. De todos los lugares que visité durante mi estancia en la capital británica, tres todavía permanecen en mi memoria. El primero de ellos es el conocido como Parque de Richmond, un entorno idílico, verde y rebosante de naturaleza que me impactó enormemente. No saben lo afortunados que son los londinenses al tener a las afueras de la ciudad un paraje como aquel, en donde el olor a tierra mojada es constante, en donde a escasos metros del camino los ciervos campan a sus anchas y en el que no puedes evitar echar una cabezadita tumbada en la hierba. Mientras caminaba por sus serpenteantes senderos se me vinieron a la cabeza las novelas de Jane Austen, de hecho en algún momento pensé que de entre los árboles iba a surgir la figura de Elizabeth Bennet, pero también noté un ligero pálpito, como si literariamente hubiese estado allí antes. La forma de los troncos, las inmensidad de sus praderas, incluso la forma con la que el viento mecía el césped...Todo me resultaba familiar. El segundo de ellos, la National Portait Gallery, lugar que atesora los retratos de grandes personalidades de todos los sectores profesionales del país. Desde primeros ministros, pasando por reyes o militares y finalizando con influyentes escritores, cantantes o activistas. Un museo en el que tuve el privilegio de ver con mis propios ojos los cuadros y fotografías de escritoras y sufragistas de la talla de Mary Wollstonecraft, Mary Shelley, Virginia Woolf, Harriet Taylor Mill, Emily Pankhurst o Millicent Fawcet entre otras. Al igual que el retrato de la autora que acompaña esta reseña, bastante pequeño por cierto.Y en tercer lugar, como no podía ser de otra manera, fue la Abadía de Westminster. Un impresionante templo gótico al que pensé que nunca entraría. Lo primero que haces es mirar al techo y recrearte en sus bóvedas de crucería, luego conforme te adentras en la abadía, diriges automáticamente la mirada a los lados y al suelo, no vaya a ser que pases por alto la tumba de alguna importante y británica celebridad histórica. De entre todos los rincones del monumento, sin duda, el Rincón de los Poetas es el que más turistas concentra, pues en él se encuentran las sepulturas u homenajes a las grandes plumas del país. Y entre todos los ilustres nombres, los de tres mujeres destacaban enormemente, los de las hermanas Brontë (Charlotte, Emily y Anne). Tres hermanas que, aunque enterradas en otros lugares de la geografía británica, nadie duda de su importancia y legado escrito con letras de oro en la historia de la literatura. Dicho encontronazo con la placa conmemorativa, la contemplación del retrato y las laderas del Parque de Richmond me hicieron rememorar en el acto una de mis últimas lecturas antes del viaje, que no es otra que la que hoy tengo el placer de reseñar. Mentiría si dijera que ésta novela me ha gustado, pero también sería deshonesta con vosotros si afirmase que no he sacado ninguna reflexión tras su lectura. Las segundas oportunidades tienen que ser aprovechadas, incluso en el mundo de la literatura. Cumbres borrascosas: romance y pasiones desatadas sobre un oscuro fondo de misterio.
Mi historia con Cumbres borrascosas, como he comentado en más de una ocasión, es la historia de una enorme decepción. La primera vez que escuché hablar de él fue durante mi adolescencia, durante ese proceso de aprendizaje autodidáctico que llevé a cabo en las áreas que más me apasionan: la historia y la literatura. Recuerdo leer el nombre de las tres hermanas en un manual que habíamos adquirido gracias a la compra de un periódico. No era gran cosa lo que se decía de ellas, lo que por otro lado es realmente preocupante, pero para mi fue suficiente. A partir de ahí me interesé más por su obra y por la vida de las hermanas Brontë. De hecho, a día de hoy su historia verídica me parece de lo más extraordinaria, a pesar de que muriesen demasiado jóvenes y de que sus novelas no gusten a todo el mundo. El que tres mujeres en pleno siglo XIX decidiesen dedicar parte de su tiempo a la literatura y a intentar que sus trabajos saliesen a la luz en un mundo de hombres me parece una proeza extraordinaria. Vale que las novelas se parecen ligeramente entre si y que la crítica fue dura con algunas de ellas, pero el hecho de que para conseguirlo tuviesen que recurrir a pseudónimos masculinos dice mucho de la época que les tocó vivir y de lo difícil que era para una escritora poder ver publicados sus textos. De las tres, sin duda, Emily Brontë ha sido la que ha acabado eclipsando al resto de sus hermanas con Cumbres borrascosas. Que para más inri es su única novela escrita y publicada. Se le atribuye una larga colección de poemas, sí, pero Emily Brontë consiguió lo que muy pocas escritoras y escritores han conseguido, que se le recordase y homenajease después de muerta por un sólo título. Todo eso, además de algunos datos biográficos, me empujaron a leer Cumbres borrascosas. Fue durante un verano en el pueblo, durante las horas de la siesta. Os aseguro que estaba muy motivada, que puse todo de mi parte, que me adentré en su lectura con la mejor de las intenciones...Pero me aburrió soberanamente. Creo que no llegue a las 50 páginas leídas, lo cual tratándose de mi es una verdadera anomalía. No entendía nada, odiaba a Heathcliff, Catherine me caía mal, la narración era extremadamente lenta, se me cerraban los ojos... De ser uno de los libros cuya lectura esperaba con más ganas pasó a ser un verdadero suplicio. Tras esta traumática experiencia, deposité Cumbres borrascosas en la estantería de mis padres, lugar en el que todavía sigue reposando. Muchos a estas alturas del relato os preguntaréis cómo es posible que le haya acabado dando una segunda oportunidad a un libro cuya lectura no me había gustado nada. La respuesta de nuevo tiene nombre de mujer: Anne Brontë. Su novela más célebre e injustamente infravalorada, Agnes Grey, consiguió que me reconciliase con la familia Brontë. Tanto es así que, a falta de descubrir la producción literaria de Charlotte, a día de hoy la novela de la menor de las Brontë es mi favorita. Pasaron los meses y llegó el momento de darle una oportunidad a Emily Brontë, además del centenario de su nacimiento, estaba a punto de marcharme una semana a Inglaterra, así que tomé en mis manos la espectacular edición conmemorativa de Alianza Editorial y comencé optimista su relectura. Tras, esta vez sí, finalizar mi viaje a través de sus páginas descubrí dos cosas: la primera, que leí Cumbres borrascosas en un momento de poca madurez intelectual, y la segunda, que aunque mi opinión siga siendo negativa, he conseguido ver más allá de lo superficial y entender por qué Cumbres borrascosas ha pasado a la historia como una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa.
Vamos al grano. La lectura de Cumbres borrascosas me resultó pesada, hasta el punto de tornarse en ocasiones insoportable. Este defecto tiene un por qué, y es que aproximadamente durante las primeras 100 páginas la narración transcurre demasiado despacio. Si bien es cierto que en ellas se nos presentan los personajes, el escenario y demás aspectos importantes para la trama, Emily Brontë parece recrearse en ellos de una forma circular, como si sobrevolase al rededor de ellos, lo que como consecuencia ofrece grandes e interesantes descripciones pero que dificultan el seguimiento de la historia. Como he podido leer en otras reseñas, muchos son los que han sentido la tentación de abandonar su lectura antes de llegar a la página 100, algo completamente normal dado lo que he comentado antes. Sin embargo, os animo a que sigáis adelante, que no desesperéis, porque a partir de la 101 la cosa se pone ligeramente interesante. Muchas son las interpretaciones y los estudios realizados respecto a esta novela, pero la mayoría de ellos coincide en definir a Cumbres borrascosas como una novela "matryoshka". Las muñecas matryoshkas, por si no lo sabíais, son típicas de Rusia y su originalidad consiste en que se encuentran huecas, albergando en su interior una nueva muñeca de un tamaño más reducido, y esta a su vez otra, así hasta toparnos finalmente con una de un tamaño extraordinariamente pequeño. El número de éstas es variable, normalmente se componen de cinco o siete muñecas, aunque pueden ser muchas más siempre que el número de éstas sea impar. ¿Por qué os he soltado este rollo de las muñecas matryoshkas? Porque, al igual que sucede con éstas, Cumbres borrascosas constituye en si una trama en la que vamos descubriendo nuevos detalles, pero muy poco a poco y sin excesivos sobresaltos, hasta llegar al núcleo, a la matryoshka más pequeña, el verdadero tesoro, el que se guarda bajo siete llaves o en el interior de siete matryoshkas de mayor tamaño. Parece una tontería, pero hasta ese momento no se habían encontrado precedentes en la literatura de esa precisión tan milimétrica y que acentuaba la sensación de misterio en la trama. A esto hay que sumarle una narración a dos bandas (el señor Lookwood nos narra la historia en primera persona el presente mientras que Ellen nos habla de la historia del lugar y episodios del pasado), las elipsis temporales y una extrema caracterización de personajes. Todas estas características concibieron a Cumbres borrascosas como una novela singular y novedosa en su tiempo, todo ello a pesar de que los críticos de la época no la recibieron con un aplauso unánime y de que en un primer momento se llegó a insinuar que el libro lo había escrito la hermana mayor, Charlotte, debido a su madurez. Respecto a lo último, a los personajes extremos, es tal vez lo que menos me ha gustado de la novela, pues éstos son tan apasionados, tan exagerados, con unos caracteres tan volátiles e incapaces de apreciar los claroscuros de la vida (pues para ellos o todo es blanco o todo es negro, no hay término medio). Puede ser un atrevimiento, pero, a lo largo de su lectura no pude evitar comparar a los personajes de Cumbres borrasocas con los de las telenovelas televisivas. Tal vez de esta novela parta esa i fluencia, lo que está claro es que ese romanticismo exacerbado es marca de la casa, el sello personal de Emily Brontë. Centrándonos en los personajes he de confesar que no he conseguido empatizar con ninguno de ellos. Y eso es terrible. Catherine me siguió pareciendo una estúpida, Edgar Linton un imbécil, Hareton demasiado desgraciado, Joseph excesivamente temperamental e Isabela Linton bastante tonta. Sin embargo, si que hubo un personaje que lo encontré ligeramente más interesante en comparación con el resto, que no es otro que el gran protagonista de la novela: Heathcliff. La primera vez que leí Cumbres borrascosas no me cayó nada bien, de hecho, no puede ser más huraño, tiránico y egoísta este protagonista. No obstante, y tras la relectura de la novela, me di cuenta de que hay algo más allá y de que Heathcliff es un personaje menos plano de lo que Emily Brontë nos ha querido mostrar. Su desagradable actitud con el resto de personajes tiene un por qué, lo que significa que a lo largo del libro el lector no puede evitar ya no compadecerse, porque el odio que rebosa este personaje no tiene justificación, sino admirar su construcción. Heathcliff podría ser el perfecto ejemplo de malo literario memorable y que acaba gustando al público. No está a la altura de Drácula pero si próximo al Lord Voldemort de Harry Potter. Un personaje que inspira rechazo pero que al mismo tiempo no puedes evitar amarlo, aunque sea un poco. Finalmente, y a diferencia de aquel lejano primer contacto con Cumbres borrascosas, he de confesar que Emily Brontë es una maestra de la ambientación. Es capaz de sumergir al lector en la frialdad de un paraje tan hermoso como tormentoso, en donde las colinas y los caminos de tierra se extienden a lo largo y ancho del lugar, donde la niebla parece actuar como un personaje más y en donde se alzan las principales fincas, Cumbres borrascosas y la Granja de los Tordos, lugares en los que tiene lugar la trama y que se han acabado erigiéndose en el imaginario colectivo. En resumen podríamos acabar diciendo que Cumbres borrascosas es sin duda un libro que no releería, dos veces es suficiente, pero que me ha servido para apreciar detalles que en su momento pasé por alto y que en un futuro ¿quién sabe? Tal vez puedan resultarme inspirarme.
No me gusta Cumbres borrascosas. Así de simple. Antes odiaba esta novela a muerte, y ahora, aún habiendo encontrado cuestiones que me parecen interesantes durante su relectura, sigue sin resultarme atractivo personalmente. Tampoco me gustó en su momento El Gran Gatsby, el cual sé que leí en el momento menos indicado anímicamente y que sin duda merece una segunda oportunidad. Del amor y otros demonios de Gabriel García Márquez también me resultó infumable, sin embargo, con el paso del tiempo he conseguido entender su mecánica literaria, por lo que finalmente acabé apreciándolo que no amándolo. La Celestina se me atragantó durante mi adolescencia, fue una lectura obligatoria y no entendía por qué nos torturaban con la lectura de aquel libro. Y por si fuera poco, La plaza del Diamante de Mercè Rodoreda se me hizo insoportable, hasta el punto de que creí que aquel control de lectura lo suspendía seguro. Como veis, todos tenemos una lista de libros que odiamos y que por un motivo u otro los hemos guardado en el cajón de los traumas literarios. Sin embargo, y esto es completamente cierto, no sabéis lo mucho que cuesta decir esto en voz alta. Que un clásico de la literatura no te guste parece ser sinónimo de, en muchos círculos, incultura, incomprensión, falta de profundidad, falta de madurez intelectual, incluso un sacrilegio si por casualidad te encuentras ante una o un fan de un escritor/a o de un libro en concreto que a ti no te ha entusiasmado. Pero al contrario también pasa. De hecho, en mi círculo de amigos del instituto me consideraban un bicho raro por no haber leído la saga completa de Harry Potter y la de Crepúsculo. Y ya encontrándome en la universidad la odiosa trilogía de Cincuenta sombras de Grey. Aunque en este último caso afortunadamente cundió la sensatez y fueron pocas las personas que me preguntaron por qué no me los había leído. Si dices que no te gusta un clásico de la literatura, malo, y si te atreves a confesar que no te gusta X best seller, peor. Y en ambos casos esas personas fanáticas de esos autores y libros te someten a un interrogatorio digno del CSI, consiguiendo al final que te sientas mal por no haber leído dicha novela de este escritor en concreto. ¿Pues sabéis que os digo? Que viva el espíritu crítico. Ni los clásicos de la literatura universal son la panacea de lo que es correcto y maravilloso, ni los best sellers una tendencia a la que tienes que os tenéis que sumar si o si. Ni una cosa ni la otra. Quien critica a Orgullo y prejuicio, por poner un ejemplo, diciendo que no le ha gustado por X razón, siempre que sea desde el respeto tiene toda mi admiración. Y quien decide soltar la bomba de que no le gustan los Juegos del Hambre argumentando sus razones aplaudiré a esa persona sin dudarlo. Los libros, ya sean clásicos o no, se leen, se saborean, se huelen, se tocan, pero también se cuestionan. Sin disparidad de opiniones no hay debate, y no es posible el debate sin espíritu crítico, y sin espíritu crítico en definitiva, estamos vendidos al sistema, el cual pretende amoldarnos a unos gustos determinados. En definitiva, el mensaje con el que quiero que os quedéis es el siguiente: decid lo que pensáis, sin importaros el agradar o lo que pensarán los demás. Atreveros a criticar a los clásicos, a analizarlos, a destrozarlos si queréis. Que ser clásico no significa que sea intocable, y si no me creéis, buscad las interpretaciones de éstos, decidme si eso es o no críticas a la obra en concreto. Cumbres borrascosas: una historia de amor, celos, machismo, avaricia, mentiras, misterio, espectaculares mansiones, envolventes parajes...Una novela que espero, desde la más absoluta sinceridad, que leáis, a pesar de esta reseña y de la humilde opinión de una servidora.
Frases o párrafos favoritos:
"No soy yo quien ha desgarrado tu corazón. Has sido tú, y al desgarrártelo has destrozado el mío."
"En esta tierra no solemos simpatizar con los forasteros, a no ser que ellos empiecen a simpatizar con nosotros."
Película/Canción: existen tres importantes adaptaciones cinematográficas de Cumbres borrascosas. La primera estrenada en el año 1939 protagonizada por Larwence Oliver y Merle Oberón, la segunda del año 1992 con Juliette Binoiche y Ralph Fiennes encarnando a los protagonistas y la más reciente, del año 2011, dirigida por la directora británica Andrea Arnold y protagonizada por la estrella joven del momento Kaya Scodelario. Pero como a mi lo clásico me atrae más, he decidido adjuntaros el tráiler de la primera de ellas. Todo un documento histórico al tratarse de una película de los años 30.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Alianza Editorial