“Soy tanto aquél como yo mismo/y me voy sintiendo en lo que sé y desconozco”.
Es para mí el verso inicial de la obra de Luis Eduardo Ayala Páez. Es el que nos introduce en el paisaje amplio y centrado que dibuja la tinta del autor. Desde ese momento puede percibirse que Ayala encarna sus letras y pasea a través de ellas por todas las páginas en las que la tinta mancha de melancolía y sed de sabiduría. Y es esa sed la que desborda agonía y se encarna en los versos, es la imagen central, e incluso el tono, que oscurece de azul el cielo y se extiende desde el aquí y ahora hasta el horizonte vislumbrado.
“Son pocas las cosas que bajo/este cielo galáctico están colocadas en su lugar.”
La sed muta y se hace denuncia y crítica, reclamo y deseo. Cada elemento se mezcla en una voz escrita, y el azul va trascendiendo, convirtiéndose también en lienzo. La mirada del autor recoge lo obvio para transformarlo en imágenes y expresiones. Así nos convoca a detenernos para contemplar a través de él.“Ni el vuelo de mis pensamientos/hace crujir el viento…”
Puede palparse la serenidad de quien no se resigna pero se entrega, de quien se viste de vida para hacer un hilo. Nos deja pistas para seguir, migas en el camino para ir comprendiendo la reflexión del autor, nos permite jugar con lo intangible, tocarlo.
Encarnación es la palabra que paseaba por mi mente mientras me sumergía en el Azul Lejano. Podemos encarnar lo intangible y ser vehículo de los deseos, así ser cielo y mar, ser horizonte y amanecer. Somos escenarios y somos elementos que invaden, podemos situarnos en cada dinámica que le da sentido a la existencia.
Azul Lejano es la primera entrega de Luis Eduardo Ayala Páez, que no es un poeta ingenuo y tampoco podría llamarlo novato. Es un joven artista, que sabe hacer uso de las letras y componer con ellas una obra universal, que nos toca a todos por igual, que puede despertar la consciencia de la memoria olvidada, que se contextualiza desde quien la mira invadiendo desde la mirada hasta encarnar, su obra produce una simbiosis nada estéril, es fructífera y el sabor de sus frutos depende de la mirada encarnada.
La metáfora en la voz escrita de Ayala es víctima de su sed. Y su habilidad nos va llevando al que, según percibo yo, es su verso central, el estallido de su obra:
“En ese mundo no hay cielos, /sin embargo llueve.”
El recorrido hasta ese verso nos permite comprender la cosmovisión plasmada en esas dos líneas, el ser sediento, repleto de anécdotas, da a luz las quejas que desafían lo ya vivido reflejando la no aceptación de lo aceptado, la rebelión en contra de lo que está establecido para pronunciar las quejas que reclaman una nueva construcción. La descripción en las manos de Ayala no es una renuncia tímida, es mucho más que eso, es la apertura a nuevos dibujos. Ayala es un filósofo que desborda en poesía sus pensamientos.
A partir de ese verso el tono se hace más violento, el movimiento más perceptible, es como si el autor ha dejado escapar esa bestia filosófica que esperó su momento para danzar. Incluso las imágenes cambian, hasta el momento el autor hace uso del viento, el universo y la galaxia. Su obra evoluciona y cambia de color, como si lo lejano excitara su ira y su ira se expresara en pasión, así nos entrega el fuego, el vacío y la sombra. Y mezcla los elementos de sus primeros versos con estos últimos para presentar un derroche de fuerza filosófica plasmada como poesía que dibuja. Ayala se desdobla a través de las páginas hasta entregarnos su final…
“Persisto siendo ellos, /los que perdí.”
Cuando culminé la lectura de esta obra de arte me vi arropado por una serie de reflexiones sobre mis pasos andados hasta ahora. Fue una grata experiencia, y no puedo dejar de invitarles a que adquieran “Azul Lejano” y contemplen desde el azul la lejanía hasta sentir cómo se alían estos dos elementos al final de la lectura.