He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes, el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea.
El mundo de ayer: memorias de un europeo es la autobiografía de Stefan Zweig, posiblemente uno de los escritores más prestigiosos y comentados del siglo XX debido a que su vida transcurrió entre las dos guerras mundiales, lo que le convirtió en un sufrido espectador del siglo más sangriento de nuestra Historia Universal. De familia acaudalada, fue un intelectual y escritor de reconocido prestigio en su época que tuvo la oportunidad de viajar mucho (aún no existían los pasaportes) y de conocer a relevantes personajes tanto del mundo de la cultura literaria, como de la política o de la artística. Entre ellos podemos citar a Sigmund Freud, Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, Walter Rathenau, Richard Strauss, James Joyce, Thomas Mann, Paul Valéry, H. G. Wells, Benedetto Croce, Albert Einstein o Béla Bartok, por citar sólo una pequeña muestra. Desde luego, la lista por sí sola ya es indicativo de que no estamos ante la figura de un hombre cualquiera.
"Todo en nuestra monarquía austríaca casi milenaria parecía asentarse sobre el fundamento de la duración, y el propio Estado parecía la garantía suprema de esta estabilidad. Los derechos que otorgaba a sus ciudadanos estaban garantizados por el Parlamento, representación del pueblo libremente elegida, y todos los deberes estaban exactamente delimitados. Nuestra moneda, la corona austríaca, circulaba en reluciente piezas de oro y garantizaba así su invariabilidad. Todo el mundo sabía cuánto tenía o cuánto le correspondía, qué le estaba permitido y qué prohibido. Todo tenía su norma, su medida y su peso determinados. [...] Nadie creía en las guerras, las revoluciones ni las subversiones. Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón."
"En opinión generalmente aceptada, la verdadera y típica finalidad de la vida de un judío consiste en hacerse rico. Nada más falso. Para él, llegar a ser rico significa sólo un escalón, un medio para lograr el auténtico objetivo, pero nunca es un fin en sí mismo. [...] El hombre piadoso, el erudito de la Biblia, está mil veces mejor visto por la comunidad que el rico; incluso el más acaudalado preferirá entregar a su hija en matrimonio a un intelectual pobre de solemnidad que a un comerciante. [...] He ahí por qué el afán de riqueza del judaísmo se agota en una familia al cabo de dos, a lo sumo tres, generaciones, y precisamente las dinastías más poderosas encuentran a sus hijos mal predispuestos a hacerse cargo de los bancos, las fábricas, los negocios prósperos y ampliados de sus padres."
En estos párrafos que he considerado necesario destacar podemos apreciar el mundo que él más valoraba y del que traslucía su pensamiento político y filosófico. Zweig era judío, europeísta convencido y monárquico: un liberal conservador del siglo XXI en toda regla. Curiosamente nos presenta una visión totalmente diferente a la que tenemos actualmente de un judío adinerado. No sé cómo sería a comienzos del siglo XX el verdadero yo interior de un judío, pero lo que sí sé es que poco tiene que ver con el comportamiento actual. Los lobbys judíos son a día de hoy una realidad como fruto del sionismo (por cierto, Zweig fue amigo personal de Theodor Herzl), y no parece que un judío esté dispuesto a prescindir de una fortuna familiar acumulada, tal y como él afirmaba. Yo, desde luego, no lo haría. Sin embargo para él las cosas eran en su momento como tenían que ser, como Dios manda. Todo debía de estar sujeto a un orden y, de esa manera, la vida de todos -la suya- transcurriría sin sobresaltos per secula seculorum. De hecho, en el siguiente párrafo ya se puede ver cómo él consideraba que la sociedad estaba debidamente estratificada en sus diferentes capas sociales por el bien de todos, en aras de un progreso indefinido que se vino abajo en cuanto los más desfavorecidos tomaron la palabra.
"De por sí, Viena era, por su tradición secular, una ciudad claramente estratificada y, a la vez, como escribí en cierta ocasión, maravillosamente orquestada. La batuta seguía en manos de la casa imperial. El castillo imperial era el centro de la supranacionalidad de la monarquía, y no sólo en el sentido del espacio sino también de la cultura. Alrededor del castillo, los palacios de la alta nobleza austríaca, polaca, checa y húngara formaban una especie de segunda muralla. A continuación estaba la "buena sociedad", integrada por la nobleza inferior, el alto funcionario, la industria y las "viejas familias" y luego, por debajo, la pequeña burguesía y el proletariado. [...] Las masas, que durante decenios habían cedido calladas y dóciles el dominio a la burguesía liberal, de repente se agitaron, se organizaron y exigieron sus derechos. Precisamente en la última década, la política irrumpió con ráfagas bruscas y violentas en la calma de la vida plácida y holgada. El nuevo siglo exigía un nuevo orden, una nueva era."
Contrariamente a lo que dicen la gran mayoría de sus lectores y críticos, tras la lectura de esta autobiografía póstuma, no considero a Stefan Zweig como a un humanista en toda la extensión del término, ni siquiera como a un progresista. No he leído aún más obras suyas (comencé Momentos estelares de la Humanidad y lo tengo abandonado), por lo que mi opinión puede que no sea muy ajustada, pero no hay en este libro una crítica a la pobreza de su época, y tampoco veo una crítica al tradicional rol secundario y marginal de las mujeres (sintomático que sólo mencione en una ocasión a su mujer en el libro, es como si no existiese). Por si esto fuera poco, tiene una curiosa percepción de la homosexualidad de la época, cuestión ésta que me ha llamado poderosamente la atención, y también de la evolución en las diferentes disciplinas artísticas.
La homosexualidad se convirtió en una gran moda no por instinto natural, sino como protesta contra las formas tradicionales de amor, legales y normales. [...] La nueva pintura dio por liquidada toda la obra de Rembrandt, Holbein y Velázquez e inició los experimentos cubistas y surrealistas más extravagantes. En todo se proscribió el elemento inteligible: la melodía en la música, el parecido en el retrato, la comprensibilidad en la lengua.
Con el paso del tiempo Zweig se ha convertido en un escritor abanderado del liberalismo de nuestro siglo. Es uno de los autores más citados de su época, y uno de los más recomendados como lectura a los estudiantes de Historia de cualquier universidad. Es el ejemplo de lo que debe ser un hombre culto e informado que está en contra de cualquier " ísmo". Su obra recibe, única y exclusivamente, alabanzas y parabienes por doquier, pero no va a ser este mi caso. Al contrario de lo que se suele hacer habitualmente, para elaborar este análisis y sus conclusiones he subrayado, contextualizado y analizado párrafos enteros siguiendo el método ortodoxo del análisis de un comentario de texto que debe hacer un historiador, lo cual dota de una mayor subjetividad a la hora de emitir una interpretación.
Considero que la obra está bien escrita: Zweig no utiliza la típica primera persona que tanto abunda actualmente, sino que utiliza una narrativa dotada de un gran ritmo que hace que su lectura no sea farragosa, pero que no engancha en absoluto. A mí, francamente, la lectura de este libro no me ha aportado nada que no pueda aportarme un buen libro de Historia. El autor es un hombre privilegiado que ve cómo todo lo que era y lo que tenía, se derrumba de la noche a la mañana por culpa del odio y de la guerra. Llegó a encontrarse en una situación tal de comodidad que él mismo reconoce que el crack del 29 no le afectó gran cosa. El punto de vista de Stefan Zweig es el punto de vista de un hombre adinerado que vivía muy bien y que consideraba que se había llegado a la cima del progreso con la Ilustración, pensamiento predominante por entonces que impulsó el colonialismo en el Congreso de Berlín de 1885. El gran drama que encierra este libro es su incapacidad para asimilar su ruina y su exilio personal, que les indujo a él y a su esposa al suicidio en 1942, tras creer que el nazismo triunfaría inexorablemente. Esta mentalidad depresiva ya nos la deja entrever él mismo en su libro en un párrafo que ya nos hacía intuir su trágico final:
"De todos modos ese drama anunciaba ya un cierto rasgo característico de mi manera de pensar: es que nunca -infaliblemente- tomo partido a favor del "héroe", sino que sólo veo la parte trágica del vencido. En mis narraciones cortas, quien me atrae es siempre aquel que sucumbe al destino; en las biografías es la figura de alguien que tiene razón, no en el campo real del éxito, sino única y exclusivamente en el moral."
Como final diré que la prosa de Zweig está sobrevalorada, por momentos su relato se torna cansino y un tanto vacío, por lo que opino que hay otros escritores coetáneos suyos que yo recomendaría antes, como por ejemplo, Joseph Roth.